Conservar el estatus

Dicen en la tele que dentro de poco todos los pobres serán gordos. Habrá algunos ricos obesos también, pero porque ellos quieran, no porque estén obligados a comer basura. La basura engorda más que la carne de primera calidad, más que el pescado y el marisco, más que la pasta italiana. Sé de un vecino que fuma a escondidas porque piensa que fumar es de mendigos. Está muy delgado, pues sigue una dieta saludable, lo que lo sitúa en el lado de la clase media o rica, pero le pierde su afición al tabaco.

-No logro abandonar del todo la pobreza -me confiesa con pesadumbre cuando lo descubro encendiendo un cigarrillo clandestino junto al cuarto de las basuras. Se ocupa de bajar el cubo todas las noches para fumar a escondidas de su mujer y de sus hijos. Luego, antes de volver al piso, se da en la boca y en las manos un espray de menta que le quita el olor.

-Pero entonces olerás a menta -digo.

-Pues sí -admite él.

-¿Y no se extrañan de ese olor?

-Sí, pero se callan.

-O sea, que saben que fumas.

-Claro, pero hacen como que no se dan cuenta. La convivencia familiar consiste básicamente en hacer como que no te das cuenta de las cosas.

Subo a casa pensando en esta última frase. Quizá la convivencia social se logre también a base de mirar hacia otro sitio. Hay declaraciones políticas que huelen a lo que no son, pero no nos ponemos a discutir por ello. Mi mujer y yo procuramos cenar verduras y pescado al vapor, no tanto por una cuestión de salud como de estatus social. Pero guardamos en el congelador unas pizas altamente procesadas que se hacen en 15 minutos.

-¿Meto una piza en el horno? -pregunta al verme entrar.

-Vale -digo yo-, pero finjamos que está hecha con productos frescos.

-¿Qué mosca te ha picado?

Mientras nos comemos la piza, le cuento lo del vecino y, ya puestos, al final compartimos un Camel de un paquete que tengo escondido en un cajón. No salimos de pobres. 

Suscríbete para seguir leyendo