Tiene que llover

El efecto de las bolas

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante el acto de jura de la Constitución por parte de la princesa Leonor.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, durante el acto de jura de la Constitución por parte de la princesa Leonor. / Atlas Agencia

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Nadie ha olvidado las dos citas intensas que nos deparó el pasado mes de julio y cuyos efectos marcan la actualidad a día de hoy. Una fue la victoria del chaval murciano en la central de Wimbledon sobre una superficie poco explorada por él a siete días vista del otro acontecimiento cuyo pronóstico llegaba visto para sentencia por la inmensa mayoría de aficionados: el adiós definitivo al del Falcon cuyo rival iba a la cita con las urnas convencido de arrasar. Enfilamos el fin de año y no hace falta que les diga quién de ellos es el que sigue desplegando su característico juego.

Es lo que tiene la competición, la de golpes que van y vienen. He tropezado con uno de los programas de la primera temporada de Broncano -gran aficionado a la raqueta, admirador de Federer- haciendo escarnio del gachó en funciones tras los desencuentros que afrontó en su propio partido: «De todas formas, Pedro, no te preocupes por tu derecho al olvido porque tampoco es que estés dejando una huella en la historia del país que tú digas «fuá» que la gente dentro de veinte años suelte ¡Madre mía Pedro Sánchez, el Manuel Azaña del siglo XXI! No, más bien, ¿Pedro? ¿¡Ah!? Sí, joder. ¿No salió un día en Salvados?». De proyectarse lo que no pocos aventuramos, cualquiera es el guapo que sale a la calle.

Mientras Alcaraz se ha desfondado y en el último torneo alguna que otra figura del escalafón ha dicho basta, el jugador en discordia por excelencia del grand prix patrio se enfrenta a lo que sea en varias pistas a la vez y a su modo va sacando el mogollón adelante con la asistencia de un equipo al que no le distrae del rumbo acordado el atronador ruido que hace insoportable seguir los movimientos cuando antes el tenis, al menos, no era así. El abierto de Bruselas, con la raqueta federada en Waterloo para meter un globo divino tras otro que valdrá, aunque le dé con el culo, algo alejado del espíritu de Pierre de Coubertin sí que anda. 2023 tendrá el «número uno» cantado que no es otro que Feijóo. Es que sigue creyéndose Djokovic.