«Autista» como insulto

Un robot utilizado como herramienta para ayudar a niños autistas

Un robot utilizado como herramienta para ayudar a niños autistas / Información

Sheila Alcaraz

Si me llamas «autista» entenderé que te refieres a mí como una persona sensible, luchadora, fuerte, con tesón, que se sacrifica por sus metas grandes o pequeñas y que obtiene grandes logros, muchas veces de las cosas más simples, otras de las más complejas. Si me llamas «autista» no voy a entender que soy incapaz, inoperante, ausente, que no dialoga, ni empatiza, o que está falto de recursos. Si utilizas el término autista de manera despectiva o directamente como un insulto no te voy a entender, ni quiero. Aunque sea contra un gobierno, aunque sea contra una institución, un colectivo o cualquiera, cuando utilices este término para catalogar algo ajeno al TEA ignoraré tus palabras y haré oídos sordos a lo que quieres transmitir. Cuando quieras criticar, denostar, vilipendiar algo o a alguien utiliza otras figuras retóricas y recursos literarios, donde el concepto «autista» u otros no son necesarios. Es más, deberían ser suprimidos de un uso erróneo que genera a muchas personas dolor, frustración, rabia y un sentimiento de agresión psicosocial del que muchas veces les cuesta mucho salir.

Soy consciente de que en la mayoría de casos se cae en la trampa del lenguaje desde la buena fe y la ignorancia, pero tenemos que ser activamente conscientes de que las palabras tienen un valor más allá de su significado y su significante. Las palabras no son curativas ni destructivas, sí lo son su uso, su intención y sus connotaciones, aunque sea por descuido. Porque las palabras tienen, en sí mismas, valor. Y representan valores. Medir el uso y la oportunidad de determinadas palabras es también la medida de responsabilidad y compromiso que uno tiene sobre esos mismos valores. En estos casos, la palabra que usamos también puede ser el espejo del alma.

Debemos entender que la utilización por parte de líderes de opinión de una terminología asociada a determinados trastornos genera una agresión contra esas personas que luchan a diario por superar sus propios límites y dificultades, que reclaman un espacio propio en la sociedad, y un reconocimiento ante el otro sin que lo más importante de su ser, de su identidad, sea precisamente su trastorno, sino el conjunto de su persona.

Todos ellos que buscan defender su identidad son ocultados en una máscara cada vez que jugamos a hacer malabares en un discurso con palabras inapropiadas y descontextualizadas. Miles de personas atendidas por su Trastorno de Espectro Autista (TEA) buscan en la sociedad que el lenguaje y el uso de las palabras no sea para enterrar sus esperanzas, sino para arroparlos socialmente.

No se trata de esconder la realidad. Hay personas con autismo, sí, es cierto. Y decirlo es una manera de visibilizar una realidad común que ni debe ser escondida ni orillada en los extremos últimos de la sociedad. Sí, reivindicamos llamar a las cosas por su nombre. Pero, precisamente por eso, deberíamos ser sensibles ante la utilización descontextualizada y negativizada de términos como autista, pero también otros muchos como deprimido, bipolar, anoréxico, etc… cuando no tratan de representar diagnósticos concretos, sino que se convierte en términos peyorativos.

No hago un llamamiento a la tiranía de lo políticamente correcto, si no una llamada a lo socialmente justo. Un niño o niña autista no tiene por qué sufrir la estigmatización que supone escuchar de la boca de personalidades públicas el término «autista» de manera despectiva contra otro. Si alguien o una institución es «inservible, ineficaz, infructuoso, vano, inane, baldío, ruco», no es autista, es «inútil». Llamemos las cosas por su nombre y olvidemos el término «autista» como insulto.