Opinión | La plaza y el palacio

Sanchismo y sanchistas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / EFE

En memorable frase, el líder de la derecha española explicó que su plausible victoria –junto a su aliado Vox- en las Elecciones Generales supondría “la derogación del sanchismo”. Como fue derrotado, el sanchismo sigue vigente. Muchos fuimos los que valoramos como error de principiante esa manera de presentar las cosas. Pero es que las derechas nos han enseñado que sólo saben escribir con brocha y hablar con tambor. Quizá haya gente de izquierdas que también lo haga, pero los conservadores –y sus amigos de Vox- lo han convertido en un estilo de vida: si a las 10 horas de cada mañana un jefe del PP –y de Vox- no ha insultado vigorosamente a alguien, no merece ni el pan del almuerzo. A eso estamos acostumbrándonos, aunque no deberíamos. Pero no es lo que me preocupa. Hoy me he levantado más metafísico: lo que me interesa es distinguir entre “sanchismo” y “sanchistas”; si es que fuera posible.

Podemos descartar que el sanchismo sea un conjunto ideológico coherente, al menos en principio. Tampoco debería alarmarnos tanto: en las últimas décadas Europa y América están inmersas en un debate infinito sobre la bondad o la tragedia de que lo ideológico mande sobre otras consideraciones. Y no parece que ni la ausencia cínica de ideologías completas, de grandes relatos, sea una ventaja para la democracia ni que la ideologización –real o aparente- de todo programa o acción no agrave la polarización que mata las relaciones democráticas. Un punto medio, quizá, sería una virtud. El problema es enunciarlo y reconocerlo. A mi modo de ver el sanchismo es lo que más ha acabado por parecerse, en las condiciones actuales, a ese punto medio, a menudo gris. Sobre todo si tenemos en cuenta sus pactos permanentes con fuerzas a su izquierda y sus acuerdos tácticos con otras organizaciones, hasta convertirse en clave de bóveda de un conglomerado que a veces da más disgustos que alegrías, pero que representa mejor que cualquier otra propuesta al conjunto del país y sus contradicciones.

La crítica mayor al sanchismo es que su ideología se basa, casi exclusivamente, en un aferrarse al poder, en adoptar decisiones de todo tipo con la única ambición de aguantar en la Presidencia del Gobierno un día más. Si así fuera habría que reconocerle el mérito: día a día lleva bastantes años. En especial si tenemos en cuenta que sus oponentes sólo tienen por ideología, día a día, hora a hora, tratar de derribarle. Desde este punto de vista la equiparación moral es evidente y no favorece demasiado al que le acuse. Por lo demás creo que desde Suárez –en circunstancias bien distintas- todos los demás Presidentes han atravesado momentos en que se han regido por ese principio, incluso, a veces, teniendo mayorías absolutas. En caso de admitir ese afán como guía habrá que apreciar que bebe de un impulso que le ha permitido obtener suficientes “efectos colaterales” positivos como para que millones de electores se lo perdonen. Efectos en materia económica, laboral, de Derechos, de crédito en Europa –mal que le pese al PP-… ¿O sería al revés? ¿Sería que su deseo desaforado de permanecer en el cargo le obliga a practicar políticas que consiguen el acuerdo de muchos? ¿Qué prefiere la derecha que sea?

Otra razón de permanencia sería su capacidad para meter miedo con el aviso de que viene Vox, sólo o en compañía de otros, incluidas poderosas tropas de élite del Poder Judicial. Provocar el miedo siempre parece deleznable. Pero es que hay razones para sentir miedo o, al menos, una inquietante perturbación. Una victoria de las derechas con Trump avanzando, Israel masacrando y Putin al acecho no parece que requiera de gobiernos comprensivos con la involución y la dilapidación del acervo en materia de Derechos. De ello el PP nada dice. Me parece lógico que al PP no le dé miedo Vox: andan entretenidos en juegos de magia con ellos, en municipios y Comunidades. Son los tontos útiles y vocingleros que les permiten recomponer relaciones con algunas élites a las que sólo les faltaba un adecuado control del poder administrativo. Pero a veces los tontos útiles son tontos voraces, implacables. Cuando las derechas descubren eso suele ser demasiado tarde. La cuestión concreta ahora es si preferimos el sanchismo o la alianza de derechas en España si la ultraderecha galopa en las próximas Elecciones comunitarias y los conservadores europeos, al menos una buena parte de ellos, desdramatizan la situación aceptando sus encantos.

Ahora bien, hemos llegado a un punto en que toda esta trayectoria está acusando fatiga de materiales. Dicho de otra manera: el sanchismo como hecho fáctico –para mí globalmente positivo- puede estar tocando fondo. Las izquierdas a la izquierda del PSOE no están trayendo un aporte de propuestas ilusionantes, imaginativas: andan perdidas y afónicas entre la reivindicación simbólica y algunas indolentes nostalgias. Y el PSOE parece que, en buena medida, se aleja de su Gobierno y su Presidente para cabildear sobre mundanidades más próximas, sobre cargos municipales o autonómicos antes que debatir sobre la convivencia española o la construcción de la defensa occidental. Claro que apoyan a Sancho. Pero como se apoya a la lluvia en época de sequía, como si no dependiera de las agrupaciones locales o de las estructuras autonómicas.

¿Dónde, pues, están los sanchistas? ¿Estamos, ya, en un sanchismo descarnado, un sanchismo sin sanchistas? No sé. Pero sé que se aprecian, aquí y allá, grietas en los apoyos. Baste leer análisis de prensa, escuchar tertulianos. No es que abandonen el barco de este Gobierno preferible, pero su capacidad de remar es cada vez más débil. Eso, a veces, se plasma en directas críticas; en otros casos, y es peor, se evidencia en un oscuro pesimismo. No es extraño: para muchos sanchistas en trance de ser exsanchistas –aunque, repito, se conformen con el sanchismo realmente existente- el actual Gobierno, pese a todo, es la mejor alternativa. Pero la resignación nunca pronostica nada nuevo. Sobre todo una resignación que se vuelve escolástica en matices para explicar los entresijos de la amnistía o que se apena hasta lo indecible cuando sabe lo que queda de calvario Ábalos/Koldo.

Es posible un sanchismo sin sanchistas, pero ya es tentar la suerte en demasía. La verdad es que no se me ocurre nada muy pertinente para alterar el rumbo de estos acontecimientos. Porque hasta que no se despejen los dos temas que he indicado, más lo del CGPJ, acaben las guerras, pase el primer martes después del primer lunes de noviembre en EE.UU. y la ultraderecha quede peor de lo previsto en la UE, no veo muy clara una agenda independiente que permita tomar iniciativas en las que brille el ingenio de Sanchez. Si por lo menos lloviera… Pero para todo eso falta un tiempo y supongo que las casas de apuestas no están por darme datos favorables.

Si el sanchismo es voluntad, sólo un esfuerzo de recomposición estética y de fantasía política, que interpele directamente a creadores y difusores de opinión y líderes sociales haría posible su mantenimiento, pese a la flojera de cuadros partidarios y a las dudas crecientes de muchos. De eso deberían estar hablando quienes se dedican a la alabanza huera o al debate necio, en clave interna, sobre cómo alzar nuevas tapias entre sus formaciones y el pueblo. Si acaso sí que sé que, en nuestra tradición, lo complementario, y opuesto, al sanchismo, es el quijotismo. Locura de libros y salida al campo a deshacer entuertos. ¿Quién da más?