Opinión

Inundaciones autóctonas de la Vega Baja del Segura

"Transcurridos más de cuatro años de la calamitosa inundación de 12-13 de septiembre de 2019, la Vega Baja del Segura continúa inerme ante episodios similares..."

Inundaciones autóctonas de la Vega Baja del Segura

Inundaciones autóctonas de la Vega Baja del Segura / AntonioGilOlcina

En los últimos sesenta años la Vega Baja ha padecido tres calamitosas anegaciones autóctonas, las de diciembre de 1965, noviembre de 1987 y septiembre de 2019. Inesperadas y hasta sorpresivas la primera y tercera, por medio la catastrófica y extensa de 4-5 de noviembre de 1987, que devolvió temporalmente el llano inundable a su antigua condición palustre. Desprevenidamente y por sorpresa, cuando parecían a salvo de ellas, se produjeron las de diciembre de 1965 y septiembre de 2019. En efecto, el 6 de junio de 1963 con gran boato, y la ocasión no era para menos, se inauguraron los contraembalses de Cenajo y Camarillas, que completaban la regulación de las cabeceras del Segura y Mundo, el más abundante de sus afluentes; en suma, quedaba controlado el caudal de base de estos cursos, vital para las Huertas de Murcia y Orihuela. Ambos reservorios obedecían al planteamiento y petición de la Confederación Hidrográfica del Segura con motivo de la gravísima, por superficie afectada, calado y duración, riada de 21-24 de abril de 1946. Se trataba de un logro hidráulico de primer orden; carente, sin embargo, de eficacia, para salvaguardar a las Vegas Media y Baja de los grandes aluviones mediterráneos, que se generan, por diluvios de esta filiación, aguas abajo de esas presas. Ello no fue óbice para que la propaganda pregonase «que habían sido domeñadas las turbulentas aguas del Segura», al tiempo que en el auto representado en la solemne inauguración se ordenaba, imperativamente, al río: «Fecundarás la huerta en ley estricta, te ayuntarás en orden y concierto, no asaltarás, como tritón desnudo, la ribera feliz que te encomiendo». Consecuencia de ello fue que, sin fundamento alguno por la razón señalada, se extendió una falsa sensación de seguridad. Tras un copioso e intenso aguacero comarcano, los días 9 y 10 de diciembre de 1965, sin participación alóctona del Segura, se hizo bien patente que el problema de las inundaciones de la Vega Baja era aún asignatura pendiente.

En la tremenda anegación autóctona de 4-5 de noviembre de 1987 cobró especial protagonismo, en superficie, aire tropical en origen, que, en viaje de ida y vuelta sobre las cálidas aguas mediterráneas, enjugó su déficit hídrico, transformándose en levante de fuerte carga higrométrica, elevado potencial energético y sumamente inestable, que generó colosales cumulonimbos y, en pocas horas, una pluviometría (316 mm) que excedió a la anual media de Orihuela. Tras la enorme riada del Júcar y la rotura de la presa de Tous el 20-21 de octubre de 1982, en una década pródiga en inundaciones y con una sociedad muy sensibilizada al respecto, el gobierno sorprendió, aprobando y publicando, en el Boletín Oficial del Estado de 13 de noviembre de 1987, la financiación de planes de defensa de avenidas en las cuencas de Júcar y Segura. Ampliado y perfeccionado el planteamiento precedente, el Plan de Defensa de Avenidas del Segura (1987) centró su atención en la regulación de ríos-rambla, destacado el Guadalentín, y ramblas, así como en el encauzamiento del Segura entre la Contraparada y Guardamar luego de culminar la “redención de vueltas” o corta de meandros; preconizada por Juanelo Turriano, el célebre ingeniero cremonés al servicio de la monarquía española, cuatrocientos años atrás, en 1577.

Concluido el importante Plan de Defensa de Avenidas del Segura, ocurría la inundación autóctona de 12-13 de septiembre de 2019. El Plan, que protegía de las riadas del Segura, no había fallado ni fracasado; el problema era de otra naturaleza, el río no había tenido protagonismo alguno: había experimentado crecida, como era obligado por la circunstancia meteorológica; pero aquella era consecuencia, no causa, de la anegación. Se trataba de una inundación autóctona, desencadenada por «el desgarro del firmamento» y la «apertura de las cataratas del cielo», con una precipitación de fortísima intensidad que, concentrada en pocas horas, durante tres días, excedió de 500 mm. Este descomunal aguacero comarcano hizo converger sobre el llano inundable, de planitud y horizontabilidad casi perfectas, sin apenas declive (<0,6‰), semiendorreico, de freático somero y avenamiento precario, propenso al empantanamiento o enlagunamiento, la enorme lámina de agua caída («llovió a mares»), los mantos de arroyada que escurrían de los raigueros u oropiés, los raudales de los barrancos y ramblizos que los dilaceran y los caudales aportados a sus derramadores por las ramblas comarcanas, con la de Abanilla-Benferri a la cabeza. A esta conjunción se añadirían las brechas en un cauce fluvial treintañal falto de mantenimiento y el atoramiento del curso antiguo, donde van a terminar los grandes azarbes, que requirió la voladura de la mota.

En las actas capitulares de los canónigos oriolanos concernientes a inundaciones y, sobre todo, en las respuestas de peritos labradores a las encuestas formuladas por el concejo de Orihuela figuran buen número de inundaciones autóctonas, entre ellas la prototípica de octubre-noviembre de 1751. Uno de los testigos afirmaba: «Que han sido ciertas las continuas, fuertes y destempladas llubias, y temporales que ocurrieron en fines del mes de octubre pasado de proximo, hasta el día quinze del presente de muchas abenidas de diferentes Ramblas, Cañadas y Barrancos han causado la ruina mayor, y mas lamentable a los vezinos de esta comarca…». Y otro labrador confirmaba: «Abenidas de diferentes Ramblas, Cañadas y barrancos con lo qual se ha causado por su abundancia, promtitud y fuerza estragos exorbitantes a todos los vezinos de esta Población y especialmente a los de esta huerta…». Así pues, coincidieron en el llano inundable el agua llovida, la derramada por las ramblas del entorno, los mantos de arroyada que escurrían por los oropiés glaciformes o raigueros, así como los raudales vomitados por los barrancos y ramblizos que dilaceran sectorialmente aquellos; no faltó tampoco el agua del Segura, fruto en este caso del diluvio comarcano, que desbordó las motas o abrió portillos.

A la hora de tipificar las inundaciones de la Vega Baja constituye referencia esencial la distribución espacial de la precipitación, o sea, la localización en la cuenca del diluvio. Si se produce fuera del Bajo Segura, la inundación es alóctona, generada desde el exterior por riada, con protagonismo fluvial. En cambio, si el aguacero copioso e intenso reviste carácter comarcano, la inundación es autóctona; e integral o global si el episodio pluviométrico alcanza el conjunto de la cuenca del Segura. Como se ha iterado, factor desencadenante de inundación autóctona es un diluvio comarcano tan copioso y de tal concentración que, en pocas horas, descarga una precipitación superior a la anual media. Junto a ello, la dificultad de desagüe inherente al llano de inundación desempeña también papel de primer orden, favoreciendo el alagamiento. Subrayemos, además, las llenas-relámpago de las ramblas que alcanzan este tramo de la Depresión Prelitoral, con la de Abanilla-Benferri en primer término; sin olvidar tampoco los barrancos y torrenteras que desgarran los raigueros y arrojan turbias sobre la vega. La situación puede verse agravada, además, por actuaciones inadecuadas u omisiones humanas. En las inundaciones autóctonas las crecidas del Segura, relativamente moderadas, no son causa, sino consecuencia; sin perjuicio de que, con un cauce en mal estado o incapaz, se produzcan desbordamientos o rotura de motas.

A medida que, sobre todo desde la realización del Plan de Defensa de las Avenidas del Segura (1987), perdían protagonismo e incidencia las inundaciones alóctonas por la sustancial mejora del control de ramblas y ríos-rambla, en especial del Guadalentín, pasaban a primer término las autóctonas. A este tipo de episodios corresponden: el agua llovida sobre el llano inundable, la derramada en el mismo por las ramblas del entorno, las arrebatadas o violentas de ramblas y ramblizos de los raigueros, las difusas de los mantos de arroyada en los oropiés glaciformes, las de retorno en azarbes y restantes cauces de avenamiento; así como, henchidos estos, las que rebosan.

Convendría tener bien presente que los períodos de retorno calculados son tan solo intervalos teóricos, que no deparan seguridad ni garantizan tregua alguna; máxime cuando a un régimen pluviométrico extremadamente irregular se añade una elevada frecuencia de veroños que, conjugados con la inercia térmica de las aguas marinas, amplían e intensifican la época con máximo riesgo potencial de diluvios. Transcurridos más de cuatro años de la calamitosa inundación de 12-13 de septiembre de 2019, la Vega Baja del Segura continúa inerme ante episodios similares; necesitada, sin más demora, de la ejecución de un plan armónico, eficaz, integral y suficiente de defensa de inundaciones que, sin olvidar el mantenimiento y angosturas del cauce fluvial, enfrente de lleno, por primera vez, el grave peligro de las anegaciones autóctonas.