Opinión

Luis Damián Martínez

Alberto Martínez Díaz, el servidor público que siguió tejiendo el bienestar para las personas desde la política sin caer en su telaraña

Fallece el exsubdelegado del Gobierno y ex director territorial de Bienestar Social a los 77 años

 Muy posiblemente haya sido su generosidad, su pragmatismo, su buen talante y su vasto conocimiento de la administración pública, en la que sirvió durante más de medio siglo, las cualidades y capacidades que le hicieran transitar del funcionariado a la política sin dejarse atrapar en sus redes ni caer en su fango, y concluir su largo camino de servidor público desde la casi siempre vanidosa atalaya política con más sencillez y honestidad, si cabe. Alberto Martínez Díaz (Alicante, 1946) ha fallecido hoy, 12 de este mes de marzo, en su casa de la Playa de San Juan, rodeado de su familia, después de pelear contra un cáncer muy agresivo que le ha vencido en poco más de tres meses.

Ha asumido su muerte con una entereza y una valentía encomiable, como paradigma de una generación de hierro que ahora, a buen seguro, seguirá presente en la memoria de las personas más cercanas y que más le han querido, pero también en el recuerdo de muchísimas otras que vieron en él a un gestor de altas prestaciones que movió cielo y tierra para darles una vida mejor.

Por encima de sillones y poltronas, por elevados cargos que tuviera, Beto, como muchos le llamaban de forma cariñosa, ha pasado su vida ayudando a las personas. A cualquier persona. Ayudó a muchísima gente gestionando con eficacia y honestidad distintas áreas sociales, estrechando y haciendo cercano y práctico el gigante servicio público que con tanta frecuencia engulle a los administrados sin darles solución.

Su amplia y eficiente trayectoria en la Administración Pública le fue reconocida en 2016, cuando el ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, José Manuel García Margallo, le impuso personalmente la Encomienda de Número de la Orden del Mérito Civil. Un reconocimiento a una carrera pública que arrancó en 1966 cuando ingresó por oposición en el Mutualismo Laboral y avanzó en 1978 al entrar a formar parte, también por oposición, del Cuerpo Técnico de la Seguridad Social.

A partir de ahí fue encadenando ascensos que le llevaron de su Alicante natal a Valencia de la mano del socialista ilicitano Antonio Torres, a desempeñar altas funciones en la Dirección General de Servicios Sociales. “Yo soy del Partido Popular”, les advertía a los socialistas cada vez que éstos le proponían un nuevo destino en la Administración. De ello presumía. De trabajar por las personas al margen de ideologías. Fue un gran gestor, resolutivo y tenaz, empático y honesto. Y tanto PSOE como PP supieron apreciar esas cualidades. Y así, dejando a un lado militancias y partidismos, llegó a dos jefaturas más, primero la de la Inspección de la Dirección General de Servicios Sociales y poco después la de los Servicios Sociales de Valencia.

Tenía carisma y trascendía las siglas. Era querido y respetado. Y se implicaba, vaya si se implicaba. Con muchos gestores de lo público como él sería más fácil que la ciudadanía entendiera la Administración de otra forma y alcanzará su verdadera razón de ser.

Tras su etapa junto al Turia regresó a la provincia de Alicante para ostentar varios cargos hasta su nombramiento como director territorial de Bienestar Social, en julio de 1997. Su primera designación como subdelegado del Gobierno se produjo el 1 de agosto de 2003. Nueve meses después cesó en su cargo (por cambio del Gobierno de España) y fue nombrado de nuevo máximo responsable de Bienestar Social. Ocho años después, el 26 de enero de 2012, volvió a la plaza de la Montañeta y tomó posesión, por segunda vez, como subdelegado del Gobierno en Alicante, cargo que ostentó hasta marzo de 2016 por imperativo legal, al cumplir la edad obligatoria para ocupar esa plaza.

Recuerdo a un maestro periodista que decía que las necrológicas son todas mentirosas y traicioneras, porque no se mencionan las partes negativas del fallecido, de manera que no pasan de ser meros textos laudatorios. Y es verdad. Pero no es menos cierto que siempre hay excepciones. Y una de esas salvedades es Alberto Martínez. Pocas, muy pocas personas, podrían encontrar sombras en la gestión de este hombre frugal y educado, elegante y cortés.

Alberto Martínez se ha ido pronto y rápido. El 21 de marzo iba a cumplir 78 años y, posiblemente, Manuela Parodi, su mujer; sus hijas Rocío y Carolina, su hijo Alberto y sus nietos, Pablo, Jorge, Andrés y Alberto, al llorar su ausencia, recordarán una frase que Beto pronunció en el discurso de su segunda toma de posesión como subdelegado del Gobierno: “Como todos sabéis, en la anterior etapa, lo que tenía que durar una legislatura como mínimo sólo duró nueve meses, por lo que durante estos últimos estos años he tenido que soportar que me llamaran Alberto el breve”. Pues así es la vida querido Alberto, lo breve, si es bueno, dos veces bueno.