Opinión | LA PLUMA Y EL DIVÁN

Siempre nos queda la palabra

Siempre nos queda la palabra.

Siempre nos queda la palabra. / GETTY IMAGES

Tendríamos que estar rindiendo un homenaje permanente a la palabra. Hay que alabarla y ensalzarla para que el total de los mortales tomen conciencia de la importancia de su existencia, porque no podríamos imaginarnos una sociedad sin la concurrencia del lenguaje hablado y escrito.

Han sido muchos los representantes de la buena literatura que se han volcado en evocarnos buenas y ricas vibraciones con sus composiciones. Para mí tiene una especial relevancia, por la belleza y lo entrañable de su discurso, el famoso poema de Blas de Otero En el principio, sabiamente musicado por uno de los cantautores más significados de nuestro país, Paco Ibáñez.

El poeta expresa toda la desazón, el descorazonamiento y la agonía desgarrada por la pérdida condicional de aquellas cosas que consideramos esenciales, pero siempre termina con aquello de «… me queda la palabra», algo con lo que siempre contamos y que en ocasiones olvidamos.

Es importante recordar que, en gran parte, estamos hechos de palabras y que con su compañía somos capaces de sentir emociones indescriptibles capaces de llevarnos a mundos de fantasía, realidades dramáticas o simples comunicaciones cotidianas que permiten la interacción entre personas.

Nuestro egregio idioma contiene más de ochenta y tres mil vocablos, pero la gran mayoría de las personas no llega a utilizar en su vida más de cinco o seis mil, lo que destierra de nuestras conversaciones un montante altísimo de palabras que quedan ninguneadas por desconocimiento de las mismas.

La riqueza de vocabulario se adquiere con la lectura. Cuando chocamos de frente con una de esas enrevesadas y endiabladas palabras que nos dejan descolocados tenemos dos caminos, el fácil, ignorarla y quedarnos sordos ante ella, o el complicado, ponernos a la ardua tarea de descubrirla, entenderla e incorporarla a nuestra base cultural, para su uso y disfrute.

Uno de los maestros contemporáneos de palabras escondidas, José Saramago –mis asiduos ya saben de sobra que me gusta mucho su literatura- es capaz de concatenar varias de ellas en un solo párrafo, dejándonos a la merced de su búsqueda si queremos enterarnos de qué diablos quiere decir o a dónde nos lleva con ellas.

Entre las palabras más bellas encontramos el amor para muchos miles de internautas, seguidas de libertad, paz y vida, eludiendo palabras más sonoras o bellas en su forma como esplendor, efímero o serendipia. Hoy, como siempre, seguimos de luto por la barbarie y la sinrazón de las guerras, pero podemos seguir gritando palabras como libertad y paz. Afortunadamente, siempre nos queda la palabra.