Opinión | LA PLUMA Y EL DIVÁN

Amistad con límites

Amistad con límites.

Amistad con límites. / INFORMACIÓN

Sin huir de los tópicos, tropezamos con aquello de que el dinero no hace la felicidad, pero ayuda. Si huyéramos de los tópicos eso sería una somera estupidez, ya que si contamos con dinero habremos hecho desaparecer la mayor fuente de preocupaciones, de riñas y de disgustos, todo ello incompatible con un estado de felicidad.

El error de apreciación está, sin duda, en equiparar felicidad con dinero o dinero con felicidad, es un equilibrio que no se sostiene por sí solo, sino que debemos alimentar con otros ingredientes que sustenten el tándem.

Sabemos con certeza que el vínculo entre ambos conceptos existe, no desde una visión puramente materialista, sino desde una óptica idealista, donde el pensamiento hace resurgir brotes de felicidad cuando aparece Don Dinero, venga éste de donde venga.

Una de las constantes del dinero en nuestro sistema emocional pasa por el relativismo. Podemos llegar a una fórmula matemática mediante la cual, la máxima emoción potencial humana es igual a la cantidad de dinero atesorada en un momento dado, multiplicado por la cantidad de emoción suscitada, partido por la cantidad de dinero que se posee y, todo ello, multiplicado por la necesidad de tener más cantidad de dinero en un momento determinado.

Una de las emociones más fuertes para cualquier persona es la firma de una hipoteca. Se recorren múltiples entidades bancarias con el único objetivo de intentar rebajar lo imposible, el valor del dinero.

Cada firma que se plasma conlleva el acompañamiento de un suspiro velado, que es lo único que alivia nuestras emociones, hace de válvula de escape al temor por el impagado que pueda venir y sus consecuencias.

De nada serviría preconizar que no se tiene dinero, el banco actuaría con contundencia despojándonos de lo único que avala la deuda. Si es así, vuelta a empezar, pero de la nada. Lágrimas, desasosiego, congoja, miedo al porvenir, miedo a no llegar, miedo a ser un perdedor.

Las hipotecas consiguen que vivas emocionalmente cautivo durante muchos años. Es como alquilar el alma a un diablo, con la esperanza de que te la devolverá.

Si llega el fatídico momento en que no se puede afrontar el pago, se recurre al buen amigo con la esperanza de que pueda ayudarte.

El buen amigo se encoge, se estremece, siente que le recorre una serpiente por el estómago. No puede negarle eso a su mejor amigo, pero tampoco puede quedarse en evidencia ante sus propias deudas.

El buen amigo decide repartir angustias y buscar a su vez ayuda en terceras y cuartas personas y la cadena se eterniza y nadie ayuda a nadie. La amistad tiene unos límites muy cortos y el dinero suele resquebrajarla.