Opinión

Resurrección

Pedro Sánchez

Pedro Sánchez / EP

El panorama político está alcanzando niveles tan altos de toxicidad que convierte el ambiente en irrespirable. Y no es algo casual, ni mucho menos, sino el fruto de una estrategia deliberada para alimentar un ruido ensordecedor a base de insultos sin límite, recriminaciones interminables y una demagogia infinita que disuelven las palabras como los azucarillos en el café, hasta convertirlas en veneno. Un veneno que pringa las instituciones y se lanza desde medios que se han convertido en cerbatanas desde las que disparar, un día tras otro, barbaridades sin límite con las que infectar la vida social y emponzoñar la convivencia.

A estas alturas sabemos que hay partidos que han optado por una estrategia política que busca conducir al país a un callejón sin salida de la mano del encanallamiento, donde chapotean en el barro con alegría líderes que han hecho de la política un campo de batalla desde el que lanzar diariamente su ración de mamporros, bien resguardados de las inclemencias gracias a sus buenos sueldos y favores públicos de los que disfrutan. Sin embargo, solo tienen como único objetivo convertir en tierra quemada todo lo que tocan, cualquier problema que afecte a la sociedad, cada una de las medidas que proponga el Gobierno al que ya no les basta con insultar y descalificar con los adjetivos más espantosos, sino al que tienen que encerrar mediante barricadas institucionales, en España y en Europa, con el fin de bloquear cualquier decisión o institución que puedan, por imprescindibles que sean.

Como si de una gota malaya se tratara, el trabajo cotidiano de estas fuerzas amalgamadas en la derecha extrema y la extrema derecha se dirigen a debilitar, día tras día, a un Gobierno al que no aceptan, sin importarles lo más mínimo que con ello también erosionen al propio Estado y dañen a la sociedad en su conjunto, porque confían en que el fruto final de sus esfuerzos destructivos será hacerse con los escombros de lo que quede, aunque sea un país en ruinas y una sociedad agotada por esa estrategia de crispación tóxica que algunos asesores diseñan con indisimulada satisfacción, resguardados también con sustanciosos sueldos públicos.

No les bastó con oponerse a toda medida, por urgente que fuera, imprescindible para dar respuesta a las sucesivas crisis que hemos vivido desde que se desató la covid-19 hasta ahora, cuando seguimos encadenando conflictos y dificultades que no vivíamos desde hace décadas. Desde las medidas que fueron necesarias para hacer frente a la pandemia, hasta la subida de las pensiones y del salario mínimo, pasando por la implantación el Ingreso Mínimo Vital y las ayudas a los afectados por el volcán de La Palma, la rebaja en el precio de la energía, la bajada en el IVA de los alimentos, la reforma laboral y el aumento de becas, las ayudas al transporte público y dar más fondos para atención primaria y la dependencia, limitar el precio de los alquileres, poner un impuesto a los beneficios de la banca y a las empresas energéticas, aplicar la excepción ibérica para abaratar el recibo de la luz, sin olvidar las medidas para luchar contra el cambio climático. Para la derecha en la oposición, todo tiene que ser rechazado y utilizarse como munición para atacar al contrario, aunque sea a costa de convertir el país en escombros desde los que seguir lanzando sus ataques furibundos, sin aceptar que no han podido gobernar tras el 23-J, en contra de las expectativas que tenían.

Años lleva la derecha apropiándose de las víctimas del terrorismo, exigiendo un día tras otro un respeto para su memoria que, a la primera de cambio, convierten en metralla electoral que arrojan como si fuera basura a la cara del contrario. No se cansan de pedir respeto y moderación quienes hacen chanzas y fiestas públicas con insultos al presidente del Gobierno del tamaño de llamarle «hijo de fruta», presumiendo de ello. Atacan, bloquean, acosan e insultan de manera pública las sedes socialistas mientras celebran la Nochevieja golpeando a un muñeco que representan a Pedro Sánchez, sin dejar de dar vivas al dictador Francisco Franco y hacer saludos fascistas.

La radicalización del PP lleva a una estrategia que tiene difícil salida, sin espacio para el diálogo, como demuestran cada día, sin ser capaces de construir una sola medida positiva para la sociedad en un escenario repleto de inquietudes. Y ello por la debilidad de un líder que únicamente traslada frustración, llegado hasta Madrid para gobernar pero en la oposición comunicando odio y rencor hacia Pedro Sánchez y su gobierno. Por haberse tragado a Vox en esa estrategia autoritaria de enfrentamiento y derribo institucional que protagonizan a cualquier precio. Y por la cultura de partido de un PP que, tras acabar con Pablo Casado, está en manos de ese capitalismo castizo trufado de comportamientos corruptos que personifica Isabel Díaz Ayuso y su séquito carente de escrúpulos, bajo la dirección de Miguel Ángel Rodríguez, alguien con suficientes antecedentes penales como para no poder tener ningún nombramiento político en cualquier otro país democrático que se precie.

La resurrección implica, también, el restablecimiento y una renovación profunda, algo que a todos los actores políticos en general, y a la derecha en nuestro país de una manera muy particular, les vendría muy bien si pretenden, en algún momento, recuperar un respeto que están perdiendo.