Opinión | Oído, visto, leído

Broncano marciano

David Broncano, presentador de La resistencia, durante una de sus apariciones en Movistar Plus+

David Broncano, presentador de La resistencia, durante una de sus apariciones en Movistar Plus+

El primer late night que se hizo en la televisión española fue el de Esta noche cruzamos el Misissipi, en Telecinco, con Pepe Navarro de maestro de ceremonias. Aunque pronto se vio el estilo, las formas y el fondo tan elevado que iba a tener, de primeras supuso un estilo nuevo de programa que nos empujó a muchos a trasnochar, pero sin movernos del sofá.

Tras ver el hueco, y a medida que Navarro se empezaba a meter en oscuridades informativas, Telecinco cancela el programa de Navarro y lanza Crónicas Marcianas, con Xavier Sardá como conductor de la nave. Y Navarro a su vez fue fichado por Antena 3 para hacer La sonrisa del pelícano. En los inicios de esa rivalidad estaban claros los bandos: si eras «progre» veías a Sardá, y si no lo eras te quedabas con Navarro. Los marcianos, en guerra contra los pelícanos.

A Navarro le cerraron pronto su sonrisa (duró poco: aunque él adujo una conspiración para eliminarle, su programa parecía un Cuarto Milenio, pero sin filtros y a lo bestia) y Sardá se quedó solo surcando los cielos de la estratosfera en busca de cuantos más marcianos, mejor. Y eso fue lo malo, ya que el «progre» Sardá devino en una especie de director de circo que sacaba cada vez una mujer más barbuda y más grande (recuerdo a un tal Coto Matamoros que no sé que hacía allí todas las noches, o a Boris Izaguirre desnudándose todos los días). Los que le aupamos en su momento nos desorientamos al ver que había entrado en otra telebasura al igual que Navarro, y volvimos a dormir a horas decentes, aunque Sardá siguió como líder total de las madrugadas, hasta que dijo basta.

A finales de los noventa, Sardá (o Wyoming, con Caiga quien caiga) ocupaban un lugar de contrapeso frente al PP de José María Aznar, pero los italianos de Telecinco mantuvieron los programas (seguramente por la mejor defensa posible en cualquier medio de comunicación: la audiencia). Parece que desde algún sitio se quiere hacer algo parecido con Broncano: su estilo milennial y deslenguado (y supuestamente «progre») conecta con las generaciones jóvenes y podría servir para contrarrestar a la corriente (supuestamente también) conservadora de El Hormiguero. Pero solo hay un problema: las cadenas privadas no son de todos, pero la pública sí (de los de izquierda y de los de derecha, pero también de los altos y de los bajos, de las churras y de las merinas). La televisión pública tiene la obligación de entretener con unos mínimos de calidad (y Broncano los tiene. Aunque salen un poco caros, también es verdad) pero no para contrarrestar corrientes de opinión o concepciones ideológicas que podrán gustar más o menos pero que son tan lícitas como otras. Si finalmente este contrato se lleva a término, el más americano de nuestros cómicos tendrá que hacer el mejor uso posible de su endiablada rapidez mental y naturalidad para poder salir del brete en el que entre unos y otros pueden haberle metido. Estén atentos a sus pantallas.