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En Europa se decide más de lo que parece: participemos

Urna en una mesa electoral.

Urna en una mesa electoral. / EUROPA PRESS

El próximo 9 de junio hay elecciones al Parlamento Europeo. España elige 61 diputados para los próximos cinco años, de los 720 que componen dicha institución.

Son unas elecciones que, tradicionalmente, no registran grandes porcentajes de participación: en las últimas, celebradas en 2019, en nuestro país votó el 60,73 % del censo, pero en las anteriores, en 2014, la participación fue del 43,81 %, menos de la mitad. Recordemos que, en elecciones generales en España, las de 2023 tuvieron una participación del 70,4 % y, en las dos de 2019, hubo 66,2 % en la segunda, pero un 71,8 % en la primera. Resultados, en todo caso, mucho mejores que en las europeas.

Aunque hay que decir que, en el resto de Europa, los resultados suelen ser todavía peores: la media, en las elecciones europeas de 2019, fue del 50,66 % y, en las anteriores de 2014, del 42,61 %. O sea, gran parte de la población pasa bastante de estas elecciones.

Parece que Europa se vea demasiado lejos, o que lo que allí se hace, o se deja de hacer, no llega al votante. Es algo que todos los partidos deberían esforzarse en cambiar y no sólo ahora, en campaña electoral. De lo contrario, el resultado ahí está y hay determinados poderes que están encantados con esta situación: los poderes fácticos que determinan las políticas y que, encima, no se presentan a las elecciones.

Y no será por falta de opciones. Sólo en España se presentan 34 listas distintas a estas elecciones.

Decir que lo que se decide en el Parlamento Europeo no nos afecta es falso. Nos afecta y cada vez más. Las políticas sociales, económicas, medioambientales, agrícolas, de solidaridad, etc., que toma el Consejo de la Unión deben hacerse con los criterios que determina el Parlamento. Las mayorías en el mismo hacen que las políticas que se acuerden sean de uno u otro signo.

Al tradicional reparto, en el Parlamento Europeo, entre los grupos socialdemócrata y la derecha tradicional, en esta ocasión aparece, y con mucha fuerza, la ultraderecha que ya tenía una presencia allí destacada y que, en los procesos electorales en cada país, ha ido mostrando preocupantes síntomas de fuerte crecimiento. La situación económica, las políticas migratorias, un belicismo muy preocupante, prácticas aislacionistas frente a las necesarias de solidaridad, etc., han creado un caldo de cultivo muy peligroso. Incluso los «cordones sanitarios» establecidos frente al extremismo ultraderechista están saltando por intereses meramente electoralistas. A Meloni, de Italia, admiradora de Mussolini, la están justificando desde Ursula von der Leyen a Feijóo, sin ir más lejos.

El próximo Parlamento puede ser el más derechista de la historia. Ya se están produciendo retrocesos destacados en políticas medioambientales, tras los conflictos con el sector agrícola europeo. Las políticas de inmigración están alcanzando niveles insólitos de desprecio a las situaciones de asilo y de solidaridad. Excepto a los refugiados de Ucrania, al resto y especialmente si son africanos, palestinos, asiáticos, etc., se les trata como delincuentes y se preparan espacios, fuera de Europa, para confinarlos allí, por no hablar de las deportaciones «en caliente».

La política respecto a Gaza es vergonzosa. La denuncia de Israel ante la Corte Internacional la ha tenido que poner Sudáfrica. Ningún país europeo la presentó, a pesar del genocidio que allí se está cometiendo. Igual de preocupante es la pasividad ante el seguidismo que, con la excusa de Ucrania, se hace de la política belicista actual promovida por la OTAN. Europa debe recuperar el pacifismo y forzar negociaciones de paz realistas siempre. Y, para ello, es vital conseguir que la izquierda amplíe sus resultados.

Votar por fuerzas progresistas que defiendan la igualdad, el avance social para la mayoría más necesitada, el ecologismo, el pacifismo, el feminismo, la solidaridad, etc., hace falta y nos hará mejores.