Análisis

Un cónclave de unidad, pero modesto de ilusiones

El de Benicàssim ha sido un congreso de planos de realidad: brilla el abrazo integrador, pero abajo perviven resquemores. Morant ha de demostrar que es más que una ministra de Sánchez

Diana Morant saluda, ayer, ante los delegados del congreso.

Diana Morant saluda, ayer, ante los delegados del congreso. / ANDREU ESTEBAN / EFE

Alfons Garcia

Alfons Garcia

¿Es mucho o poco un 80 % de apoyo en un congreso de unidad? Evidentemente, indica una adhesión relativa cuando se trata de una sola candidatura. Por comparar, hace tres años, Ximo Puig, que tampoco tenía oponentes, logró en Benidorm un 91,4 % de respaldo a su ejecutiva. Ahora bien, si se tiene en cuenta que hace menos de dos meses había tres aspirantes a liderar el partido con marejada interna incluida y que se trata del mismo PSPV que (eran otras circunstancias, sí) le presentó en 2017 una alternativa a todo un presidente de la Generalitat (el muy venerado ayer Ximo Puig, el más aplaudido con diferencia ahora que se despide, haciendo bueno el dicho español sobre los elogios en los funerales), pues con todos esos condicionantes un 80 % suena a bastante unidad.

Así que se puede aceptar que este ha sido un congreso de unidad.

Con las precauciones que obliga la distancia al complejo de Benicàssim donde se ha desarrollado, el tono que ha desprendido ha sido mayoritariamente festivo. No ha habido una declaración pública altisonante contra la nueva líder. No ha habido delegados con el cuchillo entre los dientes (metafóricamente, claro). No ha habido conciliábulos de madrugada. Han brillado más las sonrisas y los abrazos, la coincidencia en la importancia de exhibir unión.

Pero este ha sido también un congreso de planos. De planos de realidad, donde en la superficie emergen paz e integración, porque se pedía cambio, sí, pero no se viene tampoco de una debacle y una crisis total, sino de un legado a tener en cuenta y aprovechar. Pero bajo la epidermis, en los niveles subcutáneos, han sobrevivido viejos resquemores, células con tendencia a ulcerar: por las formas de los que mandan, porque al final el poder se sostiene en unas manos que son parecidas a las de antes, por el hecho de que al final todo ha venido predefinido en cierta manera tal como Ferraz quería que sucediera.

El congreso es de unidad, el partido sale entero y digno, sin fracturas, pero queda la duda de si no hubiera sido mejor medirse, que la militancia votara, y cerrar así debates y misterios sobre el auténtico poder, tutelajes y la legitimidad de este u otro liderazgo.

Este ha sido, sí, un congreso de unidad, pero uno diría que modesto de ilusión. Es verdad que es lo que más cuesta crear, porque no valen dos mítines y tres fotografías, requiere de credibilidad, discurso y estrategia. Y eso es tiempo y aciertos.

Morant sale a combatir contra la historia: ninguna mujer ha sido presidenta de la Generalitat. Cuenta con un valor importante, que ella misma subraya cada vez que puede: su identificación con el perfil de la mayoría social de la Comunidad Valenciana, por su origen humilde y haber escalado socialmente gracias a la educación pública, las becas y el esfuerzo. «Una ingeniera, una mujer hecha a sí misma», destacó ayer Pedro Sánchez no por azar.

El presidente también dijo que los congresos son importantes, porque «no solo renovamos equipos, actualizamos proyectos». Y ese ha sido un lastre de este congreso.

Nada se ha sabido del documento (sin grandes ambiciones) que iba a poner al día el mensaje del último congreso. Ni siquiera ha habido eso. Puede que no sea materia de un cónclave extraordinario, pero entonces que nadie se sorprenda de que lo que sobresale es la lucha de nombres y cuotas. Obligatoriamente destaca la cara más ingrata de cualquier organización, la de las estructuras de poder más que la que quiere cambiar la sociedad para mejorarla.

Exceso de complacencia

La nueva líder ha de demostrar además para representar a los valencianos que es algo más que una ministra de Sánchez. Ayer su discurso no tuvo ni una gota de reivindicación ante el Gobierno, cuando hay razones, como una financiación injusta que lleva diez años caducada, para alzar la voz. La complacencia no vale ni con el propio Ejecutivo en el que ella está si no quiere dar munición fácil al PPCV. Esa posición ya no sirve para quien aspira a defender los derechos de todos los valencianos.

Morant no parte de la nada. Tiene anclajes para crecer. Entre ellos, sale fuerte de Benicàssim, rodeada de un núcleo cercano fiel. Pero sostener tantos equilibrios como los alcanzados en una ejecutiva tan, digamos, ecléctica no va a ser fácil (sobre todo, si el Gobierno de Sánchez se llegara a desplomar). Tras las fanfarrias, ahora le queda la misión más difícil: construir una ilusión colectiva.

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