Siete son las razones para destacar la Semana Santa torrevejense. Siete los modos de disfrutarla, de seguirla y comprenderla. La primera, la ilusión del desfile de las palmas. La segunda llegó ayer lunes con una de las procesiones más narrativas del ciclo pasional, una de las de mayor unidad temática. Muestra indispensable del collage cultural y festivo heterogénea Semana Santa torrevejense, que no es sino el reflejo de la misma Torrevieja.

Se esperaba con interés el paso «de los chanes», como se conoce desde siempre a los extranjeros en esta ciudad, sin ánimo despectivo, sino más bien clasificativo. Era la procesión de la Santa Cena. La de la Oración en el Huerto. La matera de San Pedro Arrepentido. Tres de los grandes grupos escultóricos de la imaginería local. Tres de los que cuentan con los elementos más diferenciadores, más característicos, más llamativos. Es por eso quizá una de las procesiones más vistosas y espectaculares para la gente que aguarda con paciencia el paso de los pasos y el goteo incesante de capirotes. La que transmite un sentido más literal de espectáculo de esta manifestación religiosa.

Pasaron de largo chubascos y tormentas primaverales. Puntual salió de la puerta de la Parroquial de la Inmaculada a las diez de la noche. La hora de las procesiones aquí. Mucha gente a la salida y muchos venidos para estos días de vacaciones.

Con la del Lunes Santo se volvían a unir la esencia de la Torrevieja de siempre con sus cofradías fundadoras, la Flagelación, el Nazareno o la Convocatoria, con otras que nacieron como consecuencia natural de la evolución de las cosas.

Y a nadie defraudó ayer. Sorprendía de nuevo la recreación imaginera que Víctor García realizara de la Última Cena de Cristo. Paso complejo siempre por las dimensiones del grupo escultórico y por la dificultad de su lectura visual a pie de calle, que no deja de despertar interés por la simbiosis lograda con sus costaleros a la murciana. Desfiló la Oración en el Huerto sobre los hombros serios y acostumbrados de su colectivo de residentes extranjeros, más de cien, dando forma con el manto verde oscuro a un Getsemaní en una noche sin estrellas.