Si accede usted por la puerta de la Biblioteca Fernando de Loaces, gira a la izquierda y se dirige al personal podrá tener en sus manos en pocos minutos un libro de actas capitulares del siglo XIV, algo así como reuniones del Consell, antecedente del Ayuntamiento; o un listado del ganado que poseía el vecindario en 1761; o los nombres de las "huérfanas de la ciudad" o "de la huerta" que en 1771 se presentaron al sorteo de dotes con las que el Ayuntamiento las ayudaba a casarse; o copias de pasaportes militares de 1813; o archivos de los "cautivos a redimir", que eran aquellos secuestrados por los piratas que arribaban a la costa en el siglo XVIII y por quienes hubo que pagar rescates bastante a menudo, hasta el punto de que había quien aportaba dinero a esos fondos a modo de limosna.

Son solo ejemplos de la información a la que le permite acceder el Archivo Municipal de Orihuela, que se guarda junto al Archivo Histórico, propiedad del Estado, y que conserva innumerables datos relevantes aún por descubrir. Sepa que por mucho que haya oído que los fondos que se custodian en la que fue la Gobernación de Orihuela no tienen comparación (hasta el siglo XIX tan solo por detrás de la Provincia de Valencia), cuando tenga uno de esos libros o un tomo de legajos en las manos no podrá evitar sentir el peso de los siglos en las páginas y en lo que en ellas se puede leer (en algunos casos necesitará entrenamiento en el arte de descifrar caligrafías y valenciano antiguos).

Sala

La sala donde se pueden consultar los libros -que no se pueden sacar, pero sí fotocopiar y fotografiar a diferencia de otros archivos- está decorada con tomos del siglo XIX y merece, por si sola, una visita. En ella encontrará a alumnos de disciplinas históricas desentrañando correspondencia del siglo XV, a aficionados llegados incluso de Francia y con antepasados en Argelia buscando algún capítulo de su árbol genealógico en los padrones de habitantes y el registro civil de 1841 a 1871 (para fechas anteriores mejor acudir a los archivos parroquiales), a historiadores buscando planos y expedientes urbanísticos del siglo XIX y XX, además de otros más antiguos como el del molino de la ciudad, que se dibujó en 1778. Uno de los usuarios es José Antonio Ramos Vidal, quien sepultado entre libros amarillentos y encuadernaciones artesanas bucea en la introducción del cultivo de cítricos en el sur de Alicante en el siglo XVIII, y que no pierde ocasión de subrayar la "competencia técnica, dimensión humana y espíritu de servicio" del personal que atiende la sala. El técnico archivero del Ayuntamiento, Jesús García Molina, subraya que "cualquiera puede venir y solicitar un documento para consultarlo", siempre que no sea uno de los más desgastados por el tiempo. Ya no se pide el carné de investigador que antes expedía el Ministerio de Cultura.

Curiosidades hay para eternizar estas líneas. Por ejemplo se puede ver un libro de actas capitulares de 1419 en el que el fraile Agustín Nieto repasó a bolígrafo en los años 80 los surcos que había dejado el puño original, cuyas letras y tinta desaparecieron a causa del agua una de las veces que el Archivo, amontonado en un sótano, se inundó y dejó salir los libros flotando. Lo recuerda el propio edil de Patrimonio, Manuel Culiáñez, quien conoce el Archivo de cerca por su faceta de historiador.

Séptima Partición

Otra curiosidad ineludible, por recomendación del arqueólogo municipal, Emilio Diz, es la "Séptima Partición" (refleja el reparto de tierras de Benferri y La Matanza en el siglo XIV), que podría haber sido un capítulo del valioso Llibre de Repartiments y que fue descubierto hace tan solo cuatro años por Juan Antonio Barrios, medievalista de la Universidad de Alicante. También los de Molins, que se segregaron de Orihuela en el siglo XVIII y se unieron de nuevo en el XIX, podrán consultar las actas de su consejo en ese periodo de independencia. En realidad la comarca entera y parte de Alicante tiene sus raíces en Orihuela, porque hasta que en 1833 comenzaron las segregaciones la Gobernación de Orihuela estaba por encima de los demás pueblos y canalizaba la documentación que se enviaba a la Provincia de Valencia.

"Tiene que haber mucho perdido", reconoce el personal, porque se notan los saltos temporales en algunos libros, porque se han hecho varios expurgos en los que se tira lo que no tiene interés. Cuanto más se remonta hacia atrás la historia, lógicamente, más vacíos hay. El Archivo Municipal pasó por el Ayuntamiento del Puente Viejo (de donde lo derribó una riada en 1834), por el de la Plaza Nueva, por el de Marqués de Arneva a partir de 1973 y hasta 1994. En ese año se firmó un contrato de depósito por 25 años entre el Ayuntamiento y la Conselleria de Cultura (que gestiona la biblioteca pública estatal). Su puso fin así a muchas décadas en las que los libros se han ido desgastando por las deficientes condiciones de conservación en salas húmedas, a disposición de plagas de insectos que devoran el papel (ahora se controlan la temperatura y la humedad para evitar los hongos y se fumiga cada año), hasta el punto de que ya en 1485 un notario dio fe del lamentable estado del archivo y de que se habían sacado o robado muchos libros.

Donaciones

Los fondos se han ampliado con donaciones privadas (Justo García Soriano, José Escobar y Briz, Trino Meseguer Irles, Pedro Cartagena Bueno, Joaquín Ezcurra Alonso...), que se suman al Archivo Municipal y al Archivo Histórico (que contiene más de 3.000 documentos, entre protocolos notariales, el archivo de la Universidad de Orihuela del siglo XVII o el de la Gobernación de Orihuela).

¿Alguna recomendación final? Lo más antiguo, un libro de actas de 1353; las graduaciones de caballeros de 1503 a 1521 (dignidad necesaria para ser miembro del Consell); datos sobre epidemias de cólera entre 1678 y 1885; las cuentas de clavería y de propios a partir de 1707 (antecedentes de los libros de contabilidad moderna, que se usan desde 1845)... Y así una larga lista, hasta documentos que nadie querrá desenterrar hoy en día, como los repartos de déficit entre los ciudadanos en 1881 y 1882.