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Los mayores y el covid: Coger el virus o morir de pena

El coronavirus se ceba sanitaria y emocionalmente con las personas de 70 años en adelante: son quienes más han muerto, más han enfermado y más han sufrido la soledad - Medidas como el aislamiento causarán en muchos de ellos daños irreparables

Un residente celebra su primera salida a la calle tras la tercera ola del virus, esta misma semana. | ÁXEL ÁLVAREZ

«Si no cogemos el covid, nos moriremos de pena. Y si me das a elegir, sé perfectamente qué es lo que no quiero». Así de rotundo respondió José María a su única hija el día en que ésta le planteó el pasado septiembre, con el reinicio del curso escolar a la vuelta de la esquina, que quizás a partir de entonces sus dos nietos de 5 y 2 años no podrían quedarse con ellos dos tardes a la semana o ir a comer los domingos a casa. «Ella tenía miedo a que nos pudiéramos contagiar, es lógico, pero es que a mi mujer y a mí los nietos nos dan la vida. Lo pasamos muy mal en el confinamiento. Tres meses sin verles. Lloramos mucho y no queríamos volver a pasar por algo así. Así que le dijimos que, por favor, tomaríamos todas las medidas que hiciese falta, pero necesitábamos seguir viendo a los niños», relata mientras contiene la emoción al recordar todo lo vivido por el matrimonio, de 74 y 71 años de edad, en este último año.

La separación de sus seres queridos, el aislamiento, la soledad y el miedo a poder enfermar o morir debido al coronavirus han minado emocional y psicológicamente a las personas mayores desde que se decretó el estado de alarma en marzo del pasado año. Es la gran secuela que les deja la pandemia. Porque a la incontestable, brutal factura sanitaria y de vidas humanas que el SARS-Cov 2 ha causado entre las personas que ya han entrado en tercera edad, se suma también una factura en el plano de la salud mental que, en muchos de ellos, dejará también daños irreparables.

En la provincia de Alicante residen alrededor de 270.000 personas de 70 años en adelante, una población que conforma las conocidas como Generación Silenciosa —o de los Niños de la Guerra— y Generación Grandiosa, en el caso de quienes están en el rango de mayor edad. La primera, en la que encajan quienes ahora tienen entre 70 y 85 años, la integran unos 220.000 alicantinos nacidos durante la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial o en los primeros años de la posguerra y que, por tanto, crecieron con las penurias derivadas de ambas contiendas. No tuvieron más remedio que criarse con ausencias, con el recuerdo de seres queridos que murieron o marcharon al exilio y con muchísima austeridad, una norma de oro que marcó sus vidas y que casi todos han mantenido de adultos junto a la cultura del trabajo y el esfuerzo. En la segunda se enmarcan otros 50.000 mayores de 85 años, cuyos primeros años de vida fueron del todo convulsos: nacieron y se criaron en el tránsito del reinado constitucional de Alfonso XIII a la dictadura de Primo de Rivera y la proclamación de la Segunda República, combatieron en la Guerra Civil y formaron y sacaron adelante a sus familias con las estrecheces de la posguerra y la dictadura de Franco. Casi nada.

Miles de vidas sesgadas

Aunque se trata de las dos generaciones en las que menos ha impactado el covid-19 a nivel económico —mantienen los mismos ingresos que antes de la crisis porque sus pensiones no han variado, aunque muchos sí han tenido que ayudar a sus hijos— la pandemia les ha golpeado de lleno en el plano social y emocional más que a cualquier otro grupo de edad.

También a nivel sanitario. No hay más que observar los datos. En el conjunto de la Comunidad Valenciana, el número de mayores de 70 años que se ha infectado con este nuevo coronavirus en lo que llevamos de pandemia supera los 51.218 casos, lo que apenas representa un 13% del total de positivos registrados por la Conselleria de Sanidad: cerca de 386.000 personas. Sin embargo, son quienes peor lo han pasado por el virus, quienes han requerido más hospitalizaciones y quienes más han fallecido por los efectos secundarios de la enfermedad, en la mayoría de los casos por neumonías graves. En concreto, el covid-19 se ha cobrado la vida de más de 6.079 valencianos con más de 70 años, el casi el 85% del total de víctimas en la autonomía, que roza los 7.200 fallecimientos.

Si hay un sitio donde el virus se ha ensañado ha sido en las residencias de ancianos, muchas de las cuales han sido escenarios de episodios terribles para las personas mayores que allí residían y para sus familias. José Luis García es el portavoz de la Asociación de Familiares de Afectados del geriátrico de Oliver en Alcoy, donde el coronavirus infectó a los cerca de 134 residentes y mató a 74 de ellos durante la primera ola. Más de la mitad. «La residencia se convirtió en una cárcel y un infierno para las personas que allí vivían», asegura el presidente de este colectivo: «Los mayores tuvieron que ver cómo sus compañeros de habitación se iban muriendo; pasar horas, días, semanas sin salir de la habitación; sin que les cambiasen o les pudiesen duchar; sin que viniese nadie a moverlos, a ayudarles a levantarse», algo por lo que, según afirma, también han tenido que pagar muchos supervivientes del virus. Entre ellos, su tía, una mujer de edad y con un alzhéimer en fase muy avanzada a la que, tras vencer a un virus que permaneció en su debilitado cuerpo de forma persistente, se le tuvo que amputar una pierna el pasado julio debido a las ulceraciones que sufrió por estar tanto tiempo encamada en la misma posición, relata García, cuya asociación prepara ahora una demanda para que se investigue qué ocurrió para que el virus campara a sus anchas entre los usuarios del centro y si hubo algún tipo de negligencia en la gestión de la situación por parte de la empresa que lo gestiona.

Autoconfinamiento eterno

Tampoco han sido ajenos al impacto del virus las personas que aún residen en sus propio domicilios o con sus hijos u otros familiares. Los que se encuentran más sanos y más activos tuvieron que dejar de viajar; de ir a reuniones de clubes, asociaciones u otras entidades formadas mayoritariamente por personas de su misma edad; de asistir a cursos,... Los que ya antes apenas salían de casa por padecer alguna enfermedad o tener una edad más avanzada, vieron aún más reducidas sus actividades y su interrelación con otras personas. Y la soledad, el aislamiento y el sedentarismo durante y después del confinamiento han tenido un enorme impacto en su deterioro físico o cognitivo.

Lola López y su marido Antonio abandonaron su casa en Alicante para autoconfinarse en el campo cuando de decretó el estado de alarma. Como nos ocurrió a casi todos, pensaban que sería por poco tiempo, pero llevan así ya más de un año. Con 72 y 75 años, sus relaciones sociales se han reducido al mínimo y solo se ven algunas tardes para echar una partida a las cartas con otro matrimonio de su misma edad, también prácticamente confinados por voluntad propia y con quienes forman su pequeño grupo burbuja. La virulencia de la tercera ola les privó de pasar con sus tres hijos y seis nietos las fechas más señaladas de las Navidades y de poder verlos hasta hace apenas dos semanas, cuando se estabilizó la situación sanitaria. «Ahora vienen algunos días y los vemos en el jardín, al aire libre y con mascarilla, porque los dos somos de riesgo y tenemos mucho respeto para no enfermar», explican.

Como ellos, muchos otros mayores han tenido que soportar durante meses sin ver a sus seres queridos y, cuando han podido reencontrarse, lo han hecho sin mediar entre ellos contacto físico. Sin besos ni abrazos. «Se ha producido una rotura severa en las relaciones de muchas familias, por miedo o por las propias restricciones, que han llevado a muchas personas de ochenta y tantos años a vivir totalmente solos durante muchos meses», explica un médico de Atención Primaria de la Sanidad Pública que prefiere no dar su nombre. El facultativo, quien también es médico en una residencia privada de la Marina Baixa, apunta sin embargo que tras un año dramático «empieza a verse la luz al final del túnel». Y es que la vacunación en las residencias y entre las personas de 80 en adelante que ya han recibido la primera o las dos dosis «ha reducido mucho, muchísimo la incidencia y la gravedad de esta enfermedad en personas mayores. Lo estamos comprobando día a día y es algo que nos llena de esperanza», añade. Que no se detenga.

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