Miguel Valor, un estilo de hacer política

Su larga biografía estuvo marcada por la búsqueda de acuerdos, por el respeto personal al contrincante y por la evitación sistemática de los enfrentamientos 

Javier Llopis

Javier Llopis

Siempre he pensado que a la política española le iría mucho mejor si en unos cuantos puestos clave estuvieran situados personajes como Miguel Valor. En este manicomio gritón de dogmáticos, vengativos y practicantes del odio visceral, la figura de este político alcoyano aportaría grandes dosis de calma, diálogo y talante negociador: un potente antídoto contra esa polarización violenta, que amenaza desde hace años a los pilares de nuestra democracia. Conocí a Miguel durante 40 años y por mucho que rebusque en mi memoria, me es imposible recordarlo cabreado; siempre aparece en mis recuerdos envuelto por ese halo de tranquila pachorra con el que abordaba cualquier problema, por grave que éste fuera.

Hijo de militantes comunistas (como a él mismo le gustaba presumir), Miguel Valor empezó su carrera política en la UCD y en plena Transición. En el primer Ayuntamiento democrático de Alcoy fue un activísimo concejal de Deportes, que en algunos momentos logró exasperar al todopoderoso Pepe Sanus. Hombre de grandes reflejos políticos, descubrió muy pronto la importancia estratégica de las diputaciones provinciales en el entramado de poder de los partidos. Valor fue un especialista en tejer complicidades con los alcaldes de pueblo y a base de montar cenas en todas las ventas de la Alcoià y El Comtat, se hizo un sitio en la política provincial.

La debacle de la UCD obligó a Miguel Valor a tomar dos decisiones importantes: integrarse en lo que después sería el Partido Popular y bajar la Carrasqueta para dedicarse a la política provincial a jornada completa. Valor se convirtió así en uno de los escasísimos políticos alcoyanos que logró triunfar en la capital y hacerse un hueco en los despachos en los que se toman las decisiones. A partir de ahí, su currículum es impresionante: diputado de Cultura y Deportes, vicepresidente de la Diputación, secretario provincial del PP, parlamentario autonómico, concejal y alcalde de Alicante. A su paso por todos estos sitios, dejó la huella de su peculiar estilo de hacer política: búsqueda de acuerdos, respeto personal al contrincante y evitación sistemática de los enfrentamientos violentos. Ésa era marca de la casa de Miguel Valor y respondía tanto a su forma de ver la gestión pública como a su propia personalidad.

En 2015, Valor vive otro de los momentos importantes de su larga historia política. Este hombre, acostumbrado a moverse con comodidad en la trastienda de la política, se ve obligado a saltar al primer plano para asumir la Alcaldía de Alicante, tras la convulsa marcha de la alcaldesa Sonia Castedo. Ocupa al cargo de alcalde de la capital por pura disciplina de partido durante unos escasos seis meses y a pesar de la brevedad de su mandato, da muestras claras de su espíritu conciliador y logra calmar las aguas de una corporación sometida a una tensión brutal. En vez de agradecerle el favor, el PP lo afrenta públicamente impidiendo que se convierta en el lógico candidato a la Alcaldía en los comicios de 2015. En una posición que le honra, Valor anuncia su intención de dejar la política sin dedicar ni el más mínimo reproche a un partido que le ha fallado tras décadas de servicio. 

En su etapa final, Valor se refugia en uno de sus territorios favoritos: el de la cultura. La Fundación Mediterráneo, en la que ejerce de patrono y de vicepresidente, le permite desarrollar una intensa actividad en la organización de eventos y exposiciones, esgrimiendo la misma ilusión que le acompañó durante toda su vida en este tipo de actividades culturales.  

En estos tiempos puñeteros, en los que se destripan y se descalifican sin piedad los logros de la Transición, la desaparición de Miguel Valor representa una buena ocasión para rendir homenaje a una generación ejemplar de políticos, que a base de consensos y de capacidad negociadora hicieron posible que una dictadura sangrienta se convirtiera en una democracia homologable. 

En el momento triste de la despedida, recordar también al amigo: en los momentos más difíciles de mi vida nunca faltó la llamada de Miguel, ofreciendo ánimo y ayuda para lo que fuera necesario. Aunque llevaras meses sin verlo, siempre sabías que estaba ahí como una presencia cercana y eternamente afable.