«True crime» y Manuel Avilés

Manuel Avilés

Manuel Avilés / porAlejandroM.Gallo

Alejandro M. Gallo

En Estados Unidos se ha hecho muy popular recrear crímenes reales en novelas o en la pantalla. Truman Capote, con A sangre fría (1966), y Norman Mailer, con La canción del verdugo (1979), fueron los mejores antecedentes de un género que ha venido a denominarse true crime. En España, donde siempre existió, han aparecido de un tiempo a esta parte muchas obras que plasman esa realidad. Así, podemos citar a Cruz Morcillo y El crimen de Asunta o Desamparo, de Lola Andrade, sobre el asesinato de Asunta Basterra; Solo tú me tendrás, de Toni Muñoz, o 29 balas y una nota de amor, de Alfonso Egea, sobre el asesinato en la Guardia Urbana. Luego estarían las series y documentales que han recreado el asesinato de la presidenta de la Diputación de León Isabel Carrasco (Muerte en León es el más conocido), el caso Wanninkhof o el de Pablo Ibar, por citar algunos.

Manuel Avilés. pilar cortés

Manuel Avilés. pilar cortés / porAlejandroM.Gallo

De Manuel Avilés ya hemos reseñado en estas páginas De prisiones, putas y pistolas: El desmantelamiento de ETA en las cárceles. Un extraordinario trabajo de cómo nació y se fraguó la «vía Nanclares» para los presos de ETA, a partir del atentado de la banda terrorista que mató al niño Fabio Moreno y el que causó múltiples amputaciones a la niña Irene Villa. Avilés analizaba cómo los miembros del «comando Kioto», Jon Urrutia Aurteneche e Isidro Etxabe Urrestrilla, criticaban sin fisuras las acciones de la organización terrorista y simularán enfermedades para eludir el control de los abogados. Manuel Avilés, entonces director del Centro Penitenciario de Nanclares de Oca, grabó estas críticas en los módulos y Antonio Asunción, director de Instituciones Penitenciarias en aquel momento, se encargó de difundirlas. Ese fue el comienzo del fin de la omertà etarra. Una época brutal, que los protagonistas afrontaron con altas dosis de estoicismo.

Sin embargo, este no ha sido el único trabajo del granadino afincado en Alicante, pues ya llevaba publicadas varias investigaciones relacionadas con el true crime nacional, como Ya hemos estado en el infierno, Criminalidad organizada: los movimientos terroristas, El barbero de Godoy y en La cuerda floja. Narcotráfico en Mallorca, donde se introdujo en los clanes de la droga en la isla, liderados por la Paca. Todas estas publicaciones son un tratado sobre la conducta humana en el submundo.

Ahora ha visto la luz El gato tuerto, una historia real que le sirve para preguntarse de cuántas maneras distintas puede interpretarse una misma realidad. Este trabajo se sumerge en una sentencia por violación en la que no hubo unanimidad y el presidente de la Audiencia Provincial emitió un voto particular al respecto. Avilés recoge esas razones esgrimidas por el magistrado y las investiga hasta llegar a una serie de lagunas en la evolución del proceso. Anomalías que de momento carecen de explicación y hacen dudar de la existencia del delito.

La historia comienza con el enamoramiento de la protagonista en un local de La Habana de nombre El gato tuerto. Ahí se inicia una historia de amor entre Alberto y Itziar que culmina con la formación de una familia con dos niños. Ella es directora de un colegio y brega a diario con todos los problemas asociados al centro, incluidos los del personal, pero la vida transcurre felizmente para la familia. Todo eso se truncará por una acusación de violación contra su marido, en cuya sentencia no hay unanimidad. Aquí es donde Manuel Avilés se adentra en los vacíos del proceso, en sus lagunas: una denuncia presentada quince meses después de los hechos; un relato de lo acontecido dentro de un coche que no se sostiene; el soslayo de lo acontecido previamente entre la víctima y el acusado en un pub; mensajes de acoso que nunca aparecieron y de fondo la ideología frente a la evidencia.

Es una inmersión en la que Avilés se identifica con Émile Zola y su J’accuse… !, y que no duda en jugarse la honra por esclarecer la verdad. Una trama absorbente que reflexiona sobre el sistema judicial, los límites de la inocencia y la culpa y, sobre todo, el enfrentamiento constante entre las evidencias y las creencias o convicciones, a las que Friedrich Nietzsche llamaba «prisiones».