El cine moderno según Tarantino
El director analiza «a su manera» en el libro Meditaciones de cine las películas fundamentales del Hollywood de los años 60 y 70

Tarantino / porClaudioUtreraporqUIMcASAS
Quim Casas
Lo bueno de la inactividad de Quentin Tarantino como director es que le ha permitido desarrollar por fin lo que más le gusta además de rodar películas: escribir libros. Mientras decide cuál será su décimo largometraje, el que, según confesión propia, cerraría su trayectoria como director -aunque el rumor más reciente es que hará una serie de televisión de ocho episodios-, Tarantino ha publicado dos libros.
El primero, Érase una vez en Hollywood (Reservoir Books), aparecido a mediados de 2021, no era una novelización de la película del mismo título, la última realizada por Tarantino hasta la fecha, sino una suerte de complemento en el que se desarrollan aspectos que en el filme son esbozados y se eliminan cosas que aparecen en la cinta.
El segundo está en sintonía con aquel. Si Érase una vez en Hollywood es una ficción sobre el cine estadounidense de finales de los 60, Meditaciones de cine (Reservoir Books) es una reflexión muy personal sobre aquel mismo cine. Tarantino dedica capítulos a varias de las películas que cimentaron el Nuevo Hollywood de los 60-70 (Bullitt, Harry el sucio, La huida, Hermanas, Deliverance, Taxi Driver, Harcore, un mundo oculto) y textos más generales sobre aquel momento crucial de cambio que para él tuvo una marcada influencia más allá de su querencia por el pulp, las artes marciales, el wéstern europeo, el blaxploitation o las sesiones de programa doble.

Quentin Tarantino Meditaciones de cine Reservoir Books 424 páginas / 21 euros (10 euros versión digital)
Arranca con una reivindicación del Tiffany Theater, un cine que no estaba en Hollywood Boulevard sino en la zona de Sunset Strip, junto a bares hippies y locales de rock. «En el Tiffany no pasaban películas como Oliver, Aeropuerto, Chitty Chitty Bang Bang o ni siquiera Operación Trueno. El Tiffany acogía Woodstock, Los Rolling Stones (Gimme Shelter), Yellow submarine, El restaurante de Alicia, Trash, Carne para Frankenstein, ambas de Andy Warhol», escribe Tarantino en el prólogo. Y añade que esa fue la sala que convirtió en legendarias las sesiones de medianoche de The Rocky horror picture show.
Programa doble
En aquel cine comenzó todo, aunque se haya escrito por activa y por pasiva que la formación cinéfila de Tarantino se fraguó en el Video Archives, el videoclub donde trabajó una larga temporada.
El director de Kill Bill recuerda su primer programa doble cuando tenía siete años. Evoca las películas para adultos que le parecían «una pasada» (MASH, la trilogía del dólar de Sergio Leone, El padrino, Harry el sucio, Bullitt, Contra el imperio de la droga) y otras que «para un niño de ocho o nueve años eran un peñazo»: Conocimiento carnal, Isadora, Domingo, maldito domingo o Klute.
Cita con pasión al Robert Altman de MASH, la salvaje comedia ambientada en la guerra de Corea que vio de pequeño hasta tres veces, pero después vuelve al director y no le da tregua: «El volar es para los pájaros el equivalente cinematográfico a una cagada de pájaro en la cabeza, y Quinteto es malísima, aburrida y absurda». Recuerda «la excelente película de terror española La residencia. ¡Qué gran noche!» -el primer largometraje de Narciso Ibáñez Serrador- y cómo «flipé con el rito de iniciación de Un hombre llamado caballo, en el que clavan unas garras de águila en el pecho del protagonista».
No hay medias tintas, ni opiniones ambiguas. Tarantino escribe como rueda. Sus pequeños ensayos son reveladores, aunque no aspire a convertirse en crítico especializado. Es más bien un cronista de tiempos no tan lejanos por lo que al cine se refiere. Un cronista de sí mismo. Su análisis de Harry el sucio es impecable, además de recordarnos que antes de A la caza, El silencio de los corderos o Seven, este fue el primer thriller centrado en la búsqueda de un asesino en serie.
Cassavetes y Peckinpah
El capítulo dedicado al Nuevo Hollywood es también vehemente y lúcido. Ahí, el cineasta reivindica a Sam Peckinpah, John Cassavetes, Bob Rafelson, Hal Ashby y William Friedkin, sin cuyas películas posiblemente habría sido muy difícil la aparición inmediatamente posterior de la generación de Coppola, Lucas, Scorsese, Spielberg y De Palma.
Se pone en la piel del espectador de cualquier ciudad norteamericana que no diferenciaba entre el Nuevo y el Viejo Hollywood. «Les gustó que Valor de ley fuera más dura que el habitual wéstern de John Wayne, el ritmo callejero de Contra el imperio de la droga y que Harry el sucio disparara contra los Black Panthers mientras masticaba un perrito caliente. Pero eso no significa que estuvieran preparados para la escena del degüello de Grupo salvaje o la escena de cantando bajo la lluvia de La naranja mecánica».
Sorprendentemente, Meditaciones de cine no es solamente una serie de textos sobre películas amadas u odiadas por Tarantino. Es también una crónica histórica y una reflexión sobre los contextos sociológicos en los que esas películas fueron producidas.
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