Dolores Redondo: «Al mundo editorial no le quedó otra que acogerme»

Dolores Redondo: «Al mundo editorial no le quedó otra que acogerme»

Dolores Redondo: «Al mundo editorial no le quedó otra que acogerme» / INFORMACIÓN

Inés Martín Rodrigo

El fallecimiento prematuro de una hermana marcó la infancia de Dolores Redondo. Tenía, ella, cinco años y la muerte, con su negra sombra, como escribió Rosalía de Castro, se instaló en su casa. La niña que entonces era Dolores buscó cobijo en los libros. La literatura fue ese refugio que alumbró su niñez hasta que la vida volvió a imponerse y, con ella, regresó la luz. Cuentos y más cuentos estimularon su imaginación y la desataron tanto que no tuvo más remedio que inventar otros mundos posibles para que los demás pudieran habitarlos. En la adolescencia, habiendo ya leído todo el canon establecido y buscado con libertad fuentes de inspiración literaria, empezó a escribir diarios. Buscaba desahogarse, salir del remoto lugar en el que había nacido, empezar a vivir lejos sin moverse aún de casa. Fueron pasando los años y la Dolores que un día fue una niña solitaria se convirtió en escritora. Hoy, casi una década después del comienzo del fenómeno de la Trilogía del Baztán, sigue siendo una autora superventas: al año de su publicación, Esperando al diluvio, su última novela, es el libro más vendido en España.

¿Tiene conciencia de cuándo dijo: «Quiero ser escritora»?

Sí, tenía 14 años. Me encantaba leer y me gustaba mucho estar sola, en silencio, tranquila y en casa. Casi recuerdo como una tortura momentos de mi infancia en los que me obligaban a ir a jugar. «¡Deja el libro, vete a jugar!». Cuando conoces la muerte, te da una visión del mundo que ojalá no la tuvieras hasta que fueras más adulto. Y creo que cuando eres un niño se te borra la magia.

La literatura le permitió recuperar la magia que la muerte se llevó.

Claro. Me permitía viajar, porque, de pronto, el lugar donde vivía empezó a parecerme terriblemente sórdido. Con 8 o 9 años tenía que ser una niña insoportable de todo lo que había leído. Leía libros que no eran adecuados para el canon fijado, la literatura infantil me la había fusilado antes de saber leer, como quien dice. Leí El padrino con diez años, pero no vi el sexo ni la violencia.

¿Cómo le marcó criarse en una sociedad matriarcal?

Total, sin saberlo, claro, no era consciente. En mi casa, mi madre estaba siempre sola con nosotros porque mi padre estaba navegando. Pero no era solo ella, eran sus hermanas, las vecinas, sus amigas.

¿Y qué Dolores salió de ahí?

La de las conversaciones de vecinas y los cafés. En mi casa, recuerdo los cafés con vecinas, con amigas, esas mujeres que contaban anécdotas de todo y, como yo no jugaba con los niños, me quedaba a escuchar.

¿Ese fue el germen de una conciencia feminista posterior?

Algo tuvo que contribuir. Hay algo que me gusta de ese tipo de matriarcado a la fuerza, porque es impuesto, no les quedaba más remedio, y se ayudaban entre ellas. Y los hombres de ese tipo de cultura se dejaban querer.

Para que luego pensemos que la palabra sororidad es de anteayer.

Desde luego que no. Ellas lo hacían todo, hasta administrar. Una de las cosas que me parecía supernormal era que mi padre llegara con el sueldo y se lo diera a mi madre.

Van pasando los años y encuentra a referentes como P. D. James, Juan Benet, Agatha Christie…

La Matute.

¿Por quién se hizo escritora?

Por Stephen King. Estimulaba mi imaginación. Me sigue encantando la frescura de sus diálogos. A Stephen King lo escuchas en la cabeza y, sin hacer una descripción minuciosa del personaje, en el diálogo refleja su personalidad y sabes cómo lo dice y cómo habla y qué voz tiene. Es una pasada, es maestría.

¿Hay un libro que le marcó tanto que le cambió la vida?

Uno de los que más me ha influenciado es La mamma, de Mario Puzzo. Va de una familia italiana de inmigrantes muy pobres que tenían como objetivo salir de Little Italy, el barrio donde vivían. Lo leí con 15 o 16 años y me hizo pensar mucho sobre lo difícil que era salir de donde vivía. En esos años me había tocado escuchar más de una vez algo que odiaba: «Te casarás con un marinero».

¿Se lo decían mucho?

Sí, y tomé conciencia y dije: «No voy a aceptar esa vida». Por eso hubo unos años erróneos en los que enfoqué que nunca podría ser escritora habiendo nacido donde había nacido.

¿Por qué pensaba eso?

Porque era un lugar sórdido de gente paleta, inculta, de trabajo, la gente se moría trabajando. Era un sitio que estaba sucio, olía mal y había tripas de pescado. Había fábricas de amoniaco y secaderos de bacalao. Aquel sitio apestaba. No quería vivir ahí, quería irme a otro sitio. Al haber leído tanto, tenía una apertura mental que hacía que cuando escuchaba cosas como «Tú te casarás con» o «No sé quién se ha casado o embarazada» lo encontraba tan paleto, tan provinciano… La frase es que leer hace tu mundo más grande, pero leer hizo mi mundo real diminuto. Odiaba vivir ahí y pensaba, tonta de mí, que era algo local, que si viviese en Madrid eso no iba a pasar.

Pero salió de allí y se convirtió en escritora. Hábleme de la diferencia entre el autor y el escritor.

Me lo empecé a plantear al principio de mi carrera, cuando llegó el éxito muy rápido y hubo gente que empezó a preguntarme: «¿Y por qué no escribes sobre otras cosas? ¿Y por qué no escribes sobre la Guerra Civil? ¿Y por qué no escribes sobre ETA?». Recuerdo un día, ya con el Premio Planeta, estaba teniendo un éxito tremendo Patria en ese momento, y una periodista me preguntó: «¿Y tú, siendo vasca, por qué no escribes algo como Fernando Aramburu?». Y yo le dije: «Porque lo escribe Fernando Aramburu y lo hace muy bien. Fernando lleva muchos años escribiendo y escribía cosas que las leíamos cuatro. ¿Y sabes por qué Fernando ha escrito Patria cuando ni está de moda el tema ni sabía si se lo iban a publicar? Porque a Fernando le ha nacido. Lo escribió porque es escritor, y a los escritores les crece una novela dentro y la tienen que escribir sin saber por qué».

Y por eso usted escribe.

Por eso yo escribo lo que me nace a mí. Los autores pueden elegir sobre qué escriben, porque su elección tiene que ver con el momento político, la muerte de Kissinger…

¿Y cree que esa pregunta se la habrían hecho igual a un hombre?

Creo que hay muchas preguntas que me han hecho que no se las harían a un hombre. Hay un filtro muy bueno para eso: si la pregunta es absurda haciéndosela a un nombre, es machista haciéndosela a una mujer.

¿Usted desde donde escribe?

Desde un lugar muy feliz. Escribo desde el palacio, siempre.

¿Y qué es el palacio?

Es un lugar mental donde están todas las historias. Es el palacio más hermoso que puedas imaginar, tiene todas las ventanas abiertas y cortinas ondeando al viento, y es un lugar por el que yo corro descalza y en el que soy muy feliz.

En el prólogo de su última novela, Esperando al diluvio, habla del placer que le produce seguir sometida a «la dulce tortura de las catástrofes» que su mente imagina.

Claro, porque no llegan a ocurrir. El género en el que estoy…

¿Cree que es un género?

No. Una de las cosas que dijo algún periodista al principio de la Trilogía del Baztán fue que había contribuido a democratizar la novela negra. Pero es verdad que la mía no es novela negra, es novela mestiza, y ese mestizaje la enriquece porque me permite no tener esos límites en lo literario, hablar desde otra voz, desde otro tiempo, o hacer una floritura porque me apetece y la gozo. Eso, por un lado. Pero, por otro, poder mezclarlo todo: amor, aventura, momentos históricos… ¿Quién ha dicho que todo tenía que ser de una manera concreta?

¿Por qué escribir con límites?

Por eso no me gusta el género puro, porque hay límites muy concretos. Me gusta salirme de esos márgenes, hacer lo que me apetezca.

¿Como concibe la literatura?

Es un privilegio. Es un privilegio tener lectores y dedicarse a esto, porque es lo que más me gusta y lo es lo que me permite ser más libre.

¿Y considera que la escritura es trabajo, esfuerzo, sacrificio?

Yo vengo de una educación en el mundo del trabajo, y sí lo concibo como un trabajo. No hay nada como dedicarse a lo que amas, porque la mayoría del tiempo no serás consciente de que estás trabajando, sino de que haces lo que tienes que hacer. Y, en este momento, lo veo como algo natural. Yo soy escritora, pero no escribo libros como un trabajo, soy escritora. Y, como soy escritora, siempre estoy imaginando. Y, como soy escritora, también escribo cuando no estoy escribiendo. Ya no lo veo como un trabajo, pero sigo siendo muy trabajadora y disciplinada. Yo trabajo todos los días, pero no es trabajo, es una necesidad. Todos podemos escribir en un tren, en un avión, pero no es la manera. A mí lo que me funciona es el modo abuela: calorcito ahí delante, ya sea del sol o de una estufa, quieta, tranquila, con los manguitos puestos…

Dolores Redondo  Esperando al diluvio   Ediciones Destino   576 páginas / 22,90 euros

Dolores Redondo Esperando al diluvio Ediciones Destino 576 páginas / 22,90 euros / INFORMACIÓN

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Ha dicho que es un privilegio tener lectores. Los lectores la acogieron desde el principio y la siguen acompañando. ¿Sintió esa acogida por parte del mundo editorial?

Pues no, lo que pasa que también te digo que no les quedó más cojones, y ahí puedes poner cojones. No les quedó otra, porque lo que pasó fue tan tremendo que se lo comió todo. De El guardián invisible llevamos 115 ediciones. Sobre todo donde noté que me tuvieron que meter con calzador fue en el mundo de la novela negra. Y recuerdo los artículos: «Lo que hace no es novela negra». Y yo: «No, no es novela negra. Es novela mestiza. ¿Y qué?».

¿Ve esa misma impostura fuera de España, la percibe igual?

No, desde luego. En otros países no ocurre, y países de tradición muy machista. Pero que se lo hagan mirar, ya está. Tuvieron que comérselo con patatas.

Por cierto, ¿sigue celebrando los éxitos como al principio?

Sí. ¿Sabes por qué? Porque vengo de un mundo del esfuerzo y todo me ha costado mucho. No fue fácil. Mi primera novela salió con seiscientos ejemplares y no se vendieron. Y encima perdí los derechos porque se los quedó la editorial con la que publiqué, los retuvo diez años. Hay cosas que pasan así. A veces, por tu afán por publicar firmas derecho de pernada, casi. Quieres avanzar, no sabes por dónde, no eres de ese mundillo, y te estafan y te pasan cosas y te sale mal, o sales muy bien con una buena editorial pero no funciona la novela. Pues otra, chico, otra. Yo inmediatamente cuando publico una novela ya estoy con la siguiente. Mi filosofía es esa: esto ya está, pues a lo siguiente.