Hasta siempre Draguy, por la periodista Raquel López
La conocí en una rotonda de la zona de Terra Mítica. Eran las nueve de una noche oscura. Me citó allí, por teléfono, porque estaba junto al parque donde tenía que tomar unas imágenes para Canal Nou. Necesitaba la colaboración de una redactora y ahí fui yo sin saber bien ni su nombre. Draguy. Llegó con su todoterreno azul. Su pelo rubio enredado. Su sonrisa y su acento croata. Subí a su coche y arrancó nuestra amistad. Así, sin saberlo, con aquella colaboración profesional para la televisión autonómica.
Durante meses trabajamos juntas recorriendo la Marina Baixa. Ella, con su cámara al hombro, que pesaba una tonelada, y el trípode, que pesaba otra. Llamaba la atención. Apenas había mujeres que fueran cámara de televisión y menos, rubias y extranjeras.
Hacíamos entrevistas en castellano a gente a la que pedíamos que contestaran en valenciano. Yo acababa de llegar de fuera y ella entendía el valenciano pero no lo hablaba. Conocía cada rincón y en cada rincón la conocían a ella. No era sólo el medio, era una mujer cuya presencia imponía. “Tenía unos huevos….” Me decía esta mañana el policía local a quien he comendado su marcha. Sí. Los tenía. Tenía una fuerza mental descomunal.
Vino a España de su Croacia natal e hizo de Benidorm su segunda tierra. Desde aquí partió a la suya incluso en plena guerra para mostrar con su objetivo las barbaridades de la ira. No sólo retrató la comarca y la atestada playa de Levante. Fue corresponsal de guerra, junto a Luis, su compañero de vida. Creo que fue con él con quien descubrió el cine y la producción audiovisual. Con él fue madre por última vez de una niña, Lili, que se convirtió en su pasión. De su matrimonio anterior tenía dos hijos: Ángel y Dani, ambos mucho más mayores.
Su hija era adolescente cuando la conocí. Fue la inspiración para escribir con Draguy un guión para una serie de televisión que jamás vio la luz. Quedábamos cada mañana en el bar de al lado de su casa para desayunar y luego inventábamos. O yo inventaba. Ella miraba al futuro.
Siempre vio el potencial de su hija que otros denostaron y se dedicó en cuerpo y alma a apoyarla e impulsarla en su carrera deportiva. En una meta por la que no apostó ni el club donde jugaba. Hoy su hija tiene nombre propio y cuenta medallas de campeonatos europeos, ha sido seis veces campeona de España y ha participado en tres Juegos Olímpicos. También la ha hecho dos veces abuela. Con su primer nieto, Saúl, tomó el rol de un papel escrito 20 años antes: la abuela croata que enseñaba a hacer unas galletas riquísimas.
A los próximos Juegos Olímpicos habíamos decidido ir juntas. Grabaríamos la última participación de su hija antes de retirarse. Sería el final, o el principio, de un documental sobre la vida de su deportista de élite. Esta vez, sin embargo, Draguy quería salir en él. Quería mostrar quién era. Quién había sido. Quería que sus nietos la recordaran y conocieran. Ella sabía que se iba y proyectó su último proyecto.
Con los recortes y luego cierre de Canal Nou los periodistas dejamos de verla en ruedas de prensa y sucesos. Aun así, la encontrabas a menudo en cualquier lado vendiendo calendarios y buscando fondos para sufragar los gastos de los campeonatos internacionales de Voley-Playa de Lili o trabajando duro para sacar adelante su pequeño club de vóley playa. En él, lo más importante era divertirse y aprender valores. “Tanit” le puso al club, nombre de la diosa que decía protegía su casa en La Cala de Benidorm.
Su último trabajo fue un documental sobre las mujeres rurales de La Vila, posible gracias a Marta Orts y a su hijo Dani, fruto de su primer matrimonio, con quien tuvo también a Ángel. La presentación fue en el centro social de La Vila y estaba radiante. Llevaba una camisa blanca, pantalones estrechos negros y unas botas militares por encima. Y su pelo revuelto, abundando canas.
Me quedo con esa Draguy y con la que conocí hace una vida. Draguy fuerte y enérgica. Draguy espiritual. Madre. Compañera noble. Roble cabezota. Draguy independiente. Poderosa su mente para cambiar su mundo. Guerrera. La Draguy que estuvo hasta el final ahí, expulsando furia en la mirada mientras luchaba en vano contra el Ictus que la atrapó. Me quedo con su actitud en la vida. Por cómo se ponía el mundo por montera. Buen viaje.