Crítica

Anatomía de un planeta

Reseña de 'Segundo premio', de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, un ejercicio de estilo a veces tan logrado y fascinante como obnubilante y cargante en su ambición 

Una imagen de 'Segundo premio'.

Una imagen de 'Segundo premio'. / La Opinión de Málaga

Miguel Robles

SEGUNDO PREMIO

  • Dirección: Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez
  • Guión: Isaki Lacuesta y Fernando Navarro
  • Reparto: Daniel Ibáñez, Cristalino, Stephanie Magnin, Mafo, Eduardo Rejón

"Ésta no es una película sobre los Planetas", insisten en decir. Como si nos lo fuéramos a creer, puedo reconocer que es una apertura publicitaria de 10. Tampoco quiere (o aparenta) ser una película que, siguiendo la estela de los biopics musicales marcados por la ordinariez en sus formas y la codificación del cantante al que se venera, hable directamente de los miembros fundadores de una banda que se vuelto de culto en el firmamento español. "Segundo Premio" redirecciona a esta banda de rock hacia un universo ficcionado, pero un trinómico uso de la voz de off (sus puntos de vista) tejen una estructura evocadoramente documental. Por lo tanto, sin una definición clara de su naturaleza, acaba siendo demasiadas cosas. 

De alguna forma, esta película hereda los vicios previos de Isaki Lacuesta en 'Un año, una noche' (2022) a la hora de enmarañar puzles narrativos de tergiversada estructura capitular y exponenciales saltos y caídas temporales. Con su primera hora cuesta horrores hacerse hueco en este concierto con una marabunta de propuestas estilísticas, que muchas funcionan, otras son directamente brutales, y otras no tanto. Deliberadamente caótica -presos del ambicioso potencial que da contar los vacios identitarios de personas que empiezan a alcanzar el éxito pero no la razón del mismo, de subterráneos refugios lisérgicos que camuflan sus existencias individuales- la codirección de Lacuesta con Pol Rodriguez se funde entre infinidad de metáforas, pesadillas oníricas, planos yuxtapuestos o la arbitraria apuesta por el formato cuatro tercios, perdiendo el hilo empático de sus personajes. 

Es decir, me da la particular sensación de que se enredan sus secuencias más por el ejercicio mismo que por un sentido. Agradezco su audacia para plasmar a sus personas que habitan detrás de los focos, desnudando inseguridades, miedos y dependencias en una imagen que sigue la cronología ascendente de la fama -de nuevo, su paradoja: alcanzar las estrellas pero echar de menos estar en tierra, el anonimato y libertad de los pequeños escenarios- pero hasta los medios compases de este álbum cinematográfico no logras afinar el significado de su melodía. Una reveladora anatomía de un Planeta para hablar de los Planetas, el que forman Jota, Eric y May. Sí, es una película sobre los Planetas. Porque no son una banda de música, sino una ecuación. Como el agua, que no se le puede arrebatar la O de oxígeno porque quedarían un puñado de haches. Una unidad familiar que tiene que ser irrompible. Como en el libro 'Castillos de Cartón', de Almudena Grandes, la juventud, inabarcable en su fragilidad, es ese intervalo en el que se es capaz de desafiar las aristas de la naturaleza y espacio invisiblemente compartido que vuelve los sueños realidad y la realidad demasiado pequeña. Al crecer se nos diluye el castillo. 

También lo hace la música, esa fuerza gravitacional que en el silencio de su escucha responde a las preguntas retóricas que formula la vida -lo emocionalmente incomprensible - demostrando que no es necesario ponerle tantas palabras. Cuando Lacuesta y Rodríguez dejan fluir la cámara, suprimiendo tantos cortes y tipos de ángulo y orbitando a sus personajes como si fueran verdaderos planetas, las letras en sincronía con lo narrado visualmente da el sentido necesario que perdía por su afán estilístico.