Tribuna

He olvidado mi mantra

El actor Jeff Goldblum en una escena de la película Annie Hall, de Woody Allen.

El actor Jeff Goldblum en una escena de la película Annie Hall, de Woody Allen. / Frances Sanguino

Francesc Sanguino

Francesc Sanguino

Es posible que muchos sepan que la frase que titula este artículo fue una de las primeras de Jeff Goldblum en un film. Goldblum había comenzado con veintiún años disfrutando de sofisticados personajes como Asesino 1 y Encapuchado 3 antes de la fiesta californiana en la que Annie Hall se distancia de su novio Alvy Singer.

Y esta introducción viene a cuenta del reciente estudio de AISGE en el que afirma que el 86% de actores valencianos ingresa menos de 6.000 euros al año. Para que se hagan una idea, los actores perciben la mitad del ingreso mínimo vital para una unidad de convivencia monoparental formada por un adulto y un menor, un 15% menos que una pensión no contributiva, o la mitad de los ingresos mínimos para pagar la cuota de trabajador autónomo. Si aun así un actor quiere darse de alta como tal, vive con 155 euros en 14 pagas. Si aún así consigue sobrevivir, resulta la siguiente paradoja: en su jubilación cobrará el doble de lo que ingresaba como profesional, si cumple con los requisitos.

Sé que muchos están pensando como Milei: «Que se busquen un laburo, carajo», porque seguramente muchos estarían de acuerdo con que actores como José Sacristán, Lola Herrera, Magüi Mira o Nuria Espert hubieran sido celadores, farmacéuticos o promotores de vivienda. Esos no echan en falta a Molly, Menchu, Doña Rosita o a Martín Marco. Y seguramente esos mismos son a los que, sin embargo, no les importan demasiado las comisiones abusivas de venta de vacunas a Costa de Marfil del novio de Ayuso ni sus fraudes a Hacienda. Para ellos, una profesión dramática consolidada no representa un buen estado de salud de un país, eso lo representan los Maseratti precintados de los comisionistas que no pagan ni el permiso de circulación.

La actitud de este país con las personas que quieren ejercer la profesión del Arte Dramático es sencillamente propia del feudalismo, en un mundo donde -paradójicamente- la mayor atracción que tenemos en la cultura y el entretenimiento es hacia actores y actrices.

En Alicante, una treintena de ellos se han reunido en una asociación con el fin de mejorar sus condiciones profesionales exigiendo una contratación laboral digna y un salario durante los ensayos. Lamentablemente, la carencia de productores hace que esta lógica medida de dignidad laboral les lleve a una paradoja: la de tener que exigirse esas medidas a sí mismos porque no les queda otra que contratarse entre ellos. Todo esto envuelto en una oleada de vetos de la extrema derecha, por si fuera poco.

La propuesta de este colectivo fue dirigirse por enésima vez a los candidatos autonómicos y locales para que pusieran en marcha un circuito profesional en los pasados comicios. Pero esta Comunidad debería tener una medida de protección de ciertas profesiones del mismo modo que países como Francia optan por facilitar la profesionalización tanto a empresas como a intérpretes con reducciones impositivas e incentivos laborales. Y esa política, a mi entender, no la deben ejercer los departamentos municipales o provinciales de Cultura, sino las Agencias de Desarrollo Local y los departamentos de empleo de la Generalitat.

En Andalucía, una Comunidad que cuenta con tres escuelas superiores de Arte Dramático (en la nuestra solo hay una), ha evolucionado durante estos treinta años sensiblemente mejor. Y no solo la política autonómica, sino la de municipios como Sevilla, Málaga, Córdoba… La Comunitat Valenciana, en mi opinión, se ha estancado a pesar de la mejoría de presupuestos, y los ayuntamientos de València, Castellón y Alacant están muy lejos de los citados municipios andaluces.

Todos sabemos lo poco o nada que importa la Cultura en este país. Algunos partidos reducen a los profesionales de la Cultura a diletantes buscavidas. Pero en ese perfil no solo compiten cada día muchos políticos con los artistas, sino que están ganando por goleada a actores y actrices.

Con este panorama, veo cada vez más lejos recuperar lo que se consiguió a principios de los noventa en esta Comunidad, por insuficiente que aún fuera, y menos lo que se desarrolló en la ciudad de Alacant, donde nacieron dos empresas productoras que realizaron giras internacionales o cuyos autores estrenaron en Iberoamérica y Europa (Jácara Teatro y El Club de la Serpiente). Lo normal es que, tras esa jubilación, se hubiera mantenido el tejido profesional, pero lamentablemente no ha sido así. Para colmo, la concejalía de Cultura o el área de Cultura en la Diputación sigue sufriendo la parálisis que se inició con el anterior concejal y diputada provincial.

Si no lo remediamos, estos nuevos intérpretes se convertirán en una generación perdida más, actores y actrices que se iniciaron como Jeff Goldblum, con una frase simple, pero no podrán pasar a las subordinadas. Desde que mengano, fulano o zutano puede ser concejal de Cultura, desde que un torero se ha convertido en conseller, todos están destinados a ser Encapuchado 3 y morir en la primera escena. Así hasta la jubilación. Solo queda una medida más, un paso más allá: dejarlos sin papeles y enterrarlos extramuros, como en la Edad Media.