Cuatro generaciones con las manos en la masa

La Pastelería Amada de Alicante, con orígenes en 1956, es un negocio familiar que ha estado dirigido siempre por mujeres que han sabido mantener la confitería tradicional adaptándose a los nuevos tiempos

Mari Carmen Valero, Amada Collado y Amada Álvarez con una foto, a sus espaldas, de Amada Corredor, la fundadora, rodeada de niños.

Mari Carmen Valero, Amada Collado y Amada Álvarez con una foto, a sus espaldas, de Amada Corredor, la fundadora, rodeada de niños. / Pilar Cortés

M. Vilaplana

M. Vilaplana

Fue en 1956 cuando Amada Corredor, una albaceteña que se había instalado en Alicante, decidió montar una pastelería con la que poder mantener a sus hijos. Poco podía imaginar que ese pequeño negocio progresaría de forma imparable, impulsado por cuatro generaciones de mujeres, que han sabido conquistar los paladares más exigentes.

La Pastelería Amada, ubicada en la calle Aureliano Ibarra, es todo un bullicio de clientela a la búsqueda de los más exquisitos dulces y pasteles, sin olvidar algunas tentaciones saladas. La mayoría sabe que los placeres de los que están disfrutando son fruto de una tradición que se remonta a hace nada menos que 68 años, y los que lo desconocen lo aprenden con rapidez, dado que en las paredes del local se plasma, en textos y fotografías, la historia de un negocio en el que cuatro generaciones de mujeres han desempeñado un papel fundamental.

Amada Corredor, ya fallecida, fue la impulsora de esta pastelería que nació en el barrio de Los Ángeles, y que llevó el nombre de «La Albaceteña», en homenaje a la que había sido su fundadora. Una de sus hijas, Amada Collado, que cogería el testigo después, recuerda que su madre decidió montar el negocio en un momento en el que su padre estaba muy enfermo, con la finalidad de sacar a la familia adelante. «Era muy emprendedora. Empezó con los bizcochos bañados, que tuvieron un gran éxito, así como con otras especialidades que venían de Albacete, a las que sumó las propias de Alicante. La combinación fue muy bien, en una época en la que sus hijos colaborábamos en todo lo necesario, aprendiendo de paso el oficio», explica.

Fue una época de mucho trabajo, en la que la pastelería, entre otros clientes, servía la bollería del cuartel de Rabasa, para nada menos que 3.000 soldados.

El tiempo fue pasando, hasta que en 1978 Amada Collado ya tomó definitivamente las riendas, después de haber aprendido los secretos del obrador al lado de su madre. Con todo, el salto más importante fue cuando decidió montar diez años después una confitería que hacía las veces de cafetería, justo al lado del lugar en el que se encuentra en la actualidad el negocio, sumando a la pastelería tradicional otros tipos de dulces y también los salados, como los croissants con salchichas, york o queso, entre otros.

Fue una época dorada, según explica Amada, en la que incluso llegó a ganar el primer concurso de coca en tonyina organizado por la Agrupación Provincial de Confiteros y Pasteleros, certamen este patrocinado por el Ayuntamiento de Alicante. «El negocio cada vez iba a más, entre otras cosas porque yo era una mujer del todo inconformista, que me gustaba innovar. De hecho, mi ilusión hubiese sido que mi madre me mandara a Barcelona para estudiar pastelería, pero no pudo ser», lamenta.

En este contexto, ya estaban trabajando en la confitería su hijo, José Antonio Álvarez, y su mujer, Mari Carmen Valero, que también participaron activamente de su espíritu emprendedor. Eso les llevó a saber combinar la tradición con la modernidad, adaptándose a las exigencias de la clientela y de los nuevos tiempos, utilizando técnicas de aerografía en tartas con dibujos a mano, fotos comestibles o decoraciones de fondant, entre otras cuestiones. Esta apuesta les llevó a recibir en 2018 el Premio a la Trayectoria Empresarial en el Comercio del propio Ayuntamiento de Alicante

Amada Collado se jubiló un año después, momento en el que se situó al frente del negocio su hijo y su nuera, que en estos momentos siguen al pie del cañón, manteniendo el éxito entre la clientela. Así lo señala la propia Mari Carmen Valero, quien, además, señala que su hija, Amada Álvarez, que ya trabaja en la pastelería, es la cuarta generación de la empresa familiar y la que tiene todas las papeletas para regentarla en el futuro. «Siempre le ha gustado lo de meter las manos en la masa, desde muy pequeña, por lo que estamos muy contentos», subraya.

Entre la innovación y lo clásico

La innovación pastelera sigue teniendo muchos adeptos y es gratificante para las personas que trabajan en el obrador, pero según explican, ahora está volviendo lo clásico, como los merengues, los chocolates o la yema tostada, «algo que nunca ha llegado a pasar de moda, pero que está pegando más fuerte que en los últimos años», especifican.

Tanto Amada Collado como Mari Carmen Valero explican que no han encontrado obstáculos para que prospere el negocio por el hecho de ser mujeres. Aunque la primera sí que reconoce que, en su época, no tenía tanta ayuda como en la actualidad. «Cuando tuve a mis tres hijos, a los 15 días ya tenía que estar trabajando, me encontrase mejor o peor. Ahora eso ya no sucede», se congratula.

Las dificultades actuales, igual que las de antaño, son las propias del oficio de la pastelería. Y se refieren, destaca Mari Carmen, «a las muchas horas que se le tienen que echar al negocio, porque se trata de una ocupación sacrificada, en la que se trabaja tanto los laborales como los festivos. De hecho, cuando más fiesta, más trabajo», especifica.

Y subraya, al mismo tiempo, los problemas a los que han tenido que hacer frente en los últimos tiempos debido al incremento de los costes. «Ha subido todo, la luz y casi todos los ingredientes, y eso nos ha reducido los márgenes de beneficios, porque no hemos querido cobrarles el doble a los clientes», concluye,