La sospecha recurrente de los desastres venideros ya no existe. Todo es real, crudo, amargo, violento, incluso. El Hércules se asoma al vació temblando, asustado, sin aparente margen de reacción. El miedo pesa, aplasta, te deja en mitad de un paso en falso que ni empieza ni acaba, ahogado en tu propia angustia sin suelo debajo de los pies. Y así es muy difícil avanzar, salir adelante. 

Cuando se llega a la terrible certeza de que la solución es que no hay solución, únicamente se pueden hacer dos cosas: dejar paso a otro con motivaciones distintas y métodos convincentes asumiendo que te has equivocado y tu fórmula falla –se venda como se venda–, o llevar tu idea hasta el fin de las consecuencias. Quedarse a medias te destruye.

El único que parece tener claro esto es Ángel Rodríguez, que está dispuesto a seguir en su cargo aun reconociendo que no hay nada en el equipo que entrena a diario que lleve su sello casi cinco meses después de aterrizar en Alicante. Si a eso le sumas que para justificar la debacle se pone el foco en los jugadores, lo más coherente es cerrar los ojos, apretar los dientes y esperar a que el golpe, inevitable, te hiera de gravedad, pero no te mate.

El técnico leonés está en su derecho de defender lo suyo, sobrevivir es una obligación inexcusable, lo que es más difícil de digerir es que haya alguien por encima dispuesto a consentirlo. Cuando tu equipo se vuelve transparente, o actúas para atajarlo o desapareces, no hay otra.

La decisión de mantener al leonés solo tendría valor si se garantizara que sigue más allá de enero pase lo que pase

Hubo un tiempo en el que la balanza de los días buenos y malos podía sostener el crédito en el preparador y su forma de interpretar el fútbol, ahora que son dos jornadas buenas (solo una realmente brillante) y diez malas tendiendo a pésimas, el resultante ofrece menos dudas.

El Hércules vive atrapado en una tormenta perfecta de la que no sabe cómo escapar. Es así desde que dejó el fútbol profesional. Antes, también, pero era menos evidente que ahora. 

Sinsentido

Después de lo vivido dentro del estadio el domingo, sin precedentes en las dos últimas décadas, la única conclusión a la que se ha llegado es mantener al entrenador una semana más. Siete días de gracia. O sea, un dislate. ¿Por qué? Porque se deja en manos de los futbolistas el futuro del entrenador que les señala como responsables del desaguisado públicamente por su bajo rendimiento y, por añadidura, el del propio club, que es lo realmente dramático.

Si se opta por la continuidad en el banquillo, tiene que ser (aunque suponga un delirio en toda regla) hasta las últimas consecuencias. Eso le roba al vestuario agraviado el poder de decidir el futuro del técnico en Olot, sin cámaras, en el desplazamiento más lejano de todo el curso, y fuerza a cada uno de sus integrantes a defender su sitio en el equipo (y su ficha) aunque sea tragándose un sapo poco apetecible. Cualquier otra medida es un tiro al pie, un brindis al sol con cóctel de cianuro, arsénico, lejía y azufre puro.

Tres días después del episodio más grave dentro del estadio en dos décadas persiste la sensación de seguir improvisando

Seguro que Ángel Rodríguez no es el único responsable, pero sí el principal. De él depende la evolución de 22 jugadores. Si solo dos han exhibido su tope y a uno de ellos, el portero, lo pone a tono otro, es evidente que por bueno que sea el discurso, el modo de implantación en un fiasco mayúsculo. Y no es una valoración de alguien con facilidad para localizar defectos, es matemática pura y dura.

Los números que firma el Hércules son bochornosos, una ruina, indefendibles, de modo que, o la fe en el entrenador ocultan otras cosas o estamos ante un desatino monumental en el que nadie se ha tomado la molestia de hacer un sencillo cálculo de daños.

¿Quién manda?

En el Hércules actual cuesta discernir quién decide en última instancia. Solo un año se ha tenido claro de los últimos nueve y fue el pasado. Salió mal una cosa, la más relevante por ser la más visible, pero en lugar de aprovechar lo construido, se volvió a lo que ya había demostrado no funcionar. El cambio de director deportivo es de sentido común por simple lógica deportiva, pero el modelo, no; ese había que haberlo aprovechado.

Nombrar a un hombre de fútbol como Paco Peña expresamente secretario técnico sin darle los poderes que sí tenía Carmelo del Pozo fue toda una declaración de intenciones. De repente, volvía a opinar mucha gente en la confección del equipo, él era uno más. Todos queriendo lo mejor para la entidad, eso seguro, pero llevándose por su gusto particular sin un criterio deportivo único y, lo más llamativo, sin poner la firma debajo, que siempre libra de muchos quebraderos de cabeza.

Unos miraban el precio (los socios de turno), otros el talento futurible, otros sus compromisos ineludibles hasta el punto de llegar al inicio de curso con la defensa cerrada en falso.

Toca acudir al mercado de invierno con todos los representantes sabiéndote desesperado por reforzar al equipo y teniendo que despedir más de la cuenta abonándoles lo que pidan (o sea, costeando contratos completos) porque te urge moverte rápido y no esperar a fin de mes si pretendes, con ese desembolso, revertir tu dinámica y engancharte arriba. El enfermo tiene bastante mala cara y su analítica es descorazonadora.