Un susto del Mestalla despierta al mejor Hércules del curso

Ganar es pura vitamina. Hacerlo con remontada, un chute de moral. Lograrlo en un campo en el que llevas 6 años sin hacerlo, un placer soberbio, edificante. Si encima lo consigues con una exhibición atacante sin precedentes en el curso, se libera el tabú de que puede existir vida más allá de la pierna dura cuando se juega en campo abierto, sobre hierba natural, si fías el derbi a un once al que no le queme el balón, que encuentre placer en moverlo con paciencia, que quiera ganar sí o sí aunque empiece perdiendo desde muy pronto.

El Hércules suma su séptima victoria de la temporada, una que le permite disfrutar del cambio de hora con la tranquilidad de haber superado el mal trago del Europa, un triunfo colosal que le deja untando el pan recién tostado del desayuno a deshoras del domingo siendo líder, que le lleva hasta el primer ocaso adelantado del otoño con la suficiencia que te otorga la sensación poderosa del deber cumplido antes de que el Lleida, presionado, ponga en jaque esa posición de privilegio. 

Dos asistencias, una de Artiles y otra de Colominas, permiten a los alicantinos amanecer en la primera posición

Más allá del desenlace hoy en el Camp d’Esports, el equipo de Rubén Torrecilla se ha demostrado a sí mismo que posee la entereza necesaria para no dejarse atropellar por el suplicio de un pasado pegajoso, ese que obliga a vivirlo todo con excesiva urgencia, a sufrir más de la cuenta, a convertir cada resultado en un plebiscito, en una autopsia, en un todo o nada crónico.

El preparador blanquiazul introdujo cuatro cambios en la formación inicial. Rompió la línea defensiva por primera vez sacando de la zaga a Josema y dando entrada a Ryan Nolan; desarmó por completo el doble pivote con el que naufragó en el barrio de Gràcia y le dio la responsabilidad de equilibrar el juego a Colominas, con Artiles y De la Nava armando un 4-3-3 en la contención (para escalonar la presión alta) y un 4-5-1 en la acción ofensiva para dominar el centro del campo y obligar al Mestalla a defenderse más que a atacar porque lo primero lo hace mucho peor que lo segundo, muchísimo.

Palo anímico

En la única pelota que tocaron los valencianos en el arranque, un saque de banda, un mínimo despiste permitió al bloque de Miguel Ángel Angulo buscar la espalda de Candelas con un cambio brusco de dirección en forma de envío largo, preciso, que el máximo goleador taronja, Marco Camus, transformó en su quinto tanto de la temporada con un disparo cruzado, en carrera, ante el que nada pudo hacer Carlos Abad: 1-0.

Diez minutos exactos, y el Hércules por detrás en Paterna, otra vez. En el pasado más tierno, viniendo de donde se venía, con el recuerdo fatídico de lo sufrido en Barcelona hacía pocos días, con el peso del fracaso prematuro manchando la memoria de los aficionados, los alicantinos se habrían arrugado, se habrían dejado cazar por el mal augurio, por el fatalismo proverbial de un escudo con pocos motivos para sacarse brillo. 

Pero anoche, no. Anoche convirtieron ese único desajuste en un lapsus, en un error aislado, y continuaron a lo suyo sin notar el latigazo, sin pestañear. Se adueñaron de la posesión, asediaron el campo rival y fueron encadenando ocasiones de gol muy claras. Primero Mendes, desperdiciando un mano a mano; luego Nico, con un derechazo tenso al travesaño; después Candelas, sirviendo un pase de la muerte a Ketu al que no llegó por una uña; y como colofón, un penalti estrepitoso, flagrante, uno que parecía que iba a señalarse y se quedó en amago.

Avanzando sin parar, aplastando la defensa valencianista, forzándola a recular hasta que, tras un saque de esquina mal ejecutado y peor despejado, Artiles se hace con la pelota y la devuelve al área, esta vez con una curva exquisita que el interior del pie de Juanmi, más voraz que nadie, convierte en el 1-1 antes de que se extinga la primera parte.

Sin margen de reacción

Nada de lo que ordenara Angulo en el receso tuvo ocasión de funcionar. Nada. Cero. El Hércules volvió del vestuario igual de enchufado, decidido a ganar, a llevarse los tres puntos de vuelta a casa. El control fue absoluto, por dentro y por fuera, con De la Nava y Artiles dando dirección al último pase, Roger Colominas cerrando espacios y Nico Espinosa reencontrándose con el futbolista descarado que se atrevió a competir con Abde en el noble arte de esquivar contrarios.

Era cuestión de tiempo, de tener la tranquilidad suficiente para llevar el balón a la red aprovechando alguno de los múltiples pasillos construidos hasta el área de Nil Ruiz. La recompensa a tremendo ejercicio de sutileza, de responsabilidad, de entereza, llegó a media hora del final. Colominas gana un duelo, otro después de muchos, rebaña un balón dividido, levanta la cabeza y observa a De la Nava liberado dentro del área.

Golpeo suave, certero, llovido, y el segundo punta, a la espera, con la pausa requerida, casi sin dejarla caer, empala. El cuero rebota en el poste y se cuela por el breve espacio que queda entre la madera y la bota del guardameta: 1-2, y 25 minutos por delante para recuperar el liderato y, en el mismo viaje, el crédito, la fe en una idea, en un modelo de trabajo que, pese a los tímidos vaivenes, avanza firme.