El Hércules se vacuna contra el mal del caucho en Manresa

Cuatro goles determinantes. Agónicos, abrazando la tragedia. Tres de ellos a menos de cinco minutos del final. Uno, incluso, en el tiempo extra. Y otro en propia puerta para desatascar. Así de maledicente es la palanca que mueve el mundo, la mano invisible que moldea nuestra insignificancia, la voz desgarrada que nos grita con desdén «nunca dejes de creer porque a veces pasa... y es para bien».

El Hércules depende de sí mismo. Sí. Resulta increíble, pero es tan cierto como que ha recuperado la segunda plaza y tiene el campeonato a tiro. Si gana los tres partidos que restan, ascenderá directo. Hace un mes, cuando regresó de La Nucía menguado, acogotado por su mala imagen y abrumado por las críticas, era inimaginable. Pero el fútbol, más aún el de cuarta categoría, solo te aniquila si eres rematadamente malo, que no es el caso.

A tres jornadas para el desenlace, Rubén Torrecilla puede lograr lo que nadie, en más de una década, ha conseguido como entrenador blanquiazul. Y si lo hace, será con su idea original, recuperándola después de dar unas cuantas vueltas mareado por el fuego de artificio invernal. Identificando a sus jugadores con una filosofía poco vistosa, aunque bastante eficaz para quienes la tienen que poner en práctica.

Con Alvarito de nuevo en la primera línea, abriendo brechas, provocando fisuras por las que colarse de camino al área. Con los dos mediocentros con los que empezó el curso, con un portero excepcional que tapa las carencias defensivas cuando afloran, y un segundo punta con fundamentos de buen centrocampista, Carlos de la Nava. Con bandas bien profundas y laterales largos.

Sin alardes. Sin excesiva prisa. Huyendo de la urgencia. Golpeando siempre una vez más que su oponente. Adornándose muy poco, juntando las líneas que es siempre lo más difícil, más que hacer goles en campos de caucho.

Samu Vázquez vio la quinta amarilla y no podrá jugar este domingo contra la Peña Deportiva

El Hércules sobrevivió a un horizonte de sequedad y polen que hacía muy difícil ensanchar los pulmones. La dureza sintética del césped de mentira del Congost, regado con un envase de colirio, llevó a los alicantinos al límite. A cinco minutos para la conclusión, el equipo de Torrecilla se topaba de bruces con una realidad cruenta: había sido incapaz de ganarle a los tres últimos, a los tres desahuciados, a los peores de la segunda vuelta con diferencia.

Pensarlo daba angustia. Entonces sucedió algo insólito. El futbolista que estrenaba titularidad, el que pasó dos meses «asustado» por el devenir de una trombosis venosa que amenazó con retirarlo joven, casi antes de empezar su carrera como lateral de proyección y buena planta, ese madrileño de 22 años se adueñó de la pelota. 

Avanzó con ella, la protegió, levantó la mirada y la posó en el núcleo del área, donde Marcos Mendes, gigante, inabarcable, granítico, se impulsó en el aire. Giró el cuello para rematar marcando todos los tiempos y batió a Pulido después de que el cuero lamiera tímidamente la madera más alejada del arquero. Corrió para festejarlo, pero nadie le siguió. Todos, también él cuando cayó en la cuenta, se fueron a abrazar a Retuerta, casi tan feliz como el día que debutó con otra blanquiazul, la del Deportivo de la Coruña.

Retuerta, titular por primera vez por la baja de Candelas, firmó el centro medido que el africano envió a la red

Cuatro minutos antes, Carlos Abad intervino para desbaratar un disparo diagonal después de una resolutiva pared entre Omar Ouhdadi y Pachón, y cuatro después, emergió de nuevo para repeler un tiro a media altura que buscaba la escuadra después de un desajuste provocado por un rechace.

Nadie aplasta en el fútbol de esparto. Gana quien más optimiza lo bueno que tiene. El Hércules, por ser quien es, reúne más talento diferencial que el resto, lo importante es saber aprovecharse. En Manresa, los alicantinos enviaron un cabezazo de Josema al palo, les anularon un tanto a De La Nava por supuesto fuera de juego y pisaron área repetidas veces gracias a las punciones de Alvarito y Dapaah. 

Javi Moreno, alérgico al caucho, no equilibró el ataque, no fue capaz, pero esta vez el técnico maniobró rápido, haciendo equilibrios entre lo que convenía al juego de su equipo y al ánimo de su jugador, al que evitó señalar consciente de su futura relevancia ofensiva.

La diferencia entre la risa y el llanto es muchas veces escasa, son los resultados los que activan una u otra. Ayer, sobre las brasas del Congost, la moneda volvió a salir cara. Tercera vez que pasa. Nada que objetarle al plan. Por salir bien, salió hasta la quinta amarilla de Samu Vázquez, que descansará, por fin, antes de las dos últimas batallas, las que deben acabar con la maldita rutina de fracasar.