El ocaso de los dioses

Eran otros tiempos

Rafael Simón Gil

Rafael Simón Gil

Cuando en octubre de 2016 un editorial de El País titulado «Salvar al PSOE» decía «el cese inevitable y legítimo de Pedro Sánchez es la única salida para el partido»; «La salida del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez… es imprescindible», y «Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal, sino un insensato sin escrúpulos…»; «Hemos sabido que Sánchez ha mentido sin escrúpulo a sus compañeros. Hemos comprobado que sus oscilaciones a derecha e izquierda ocurrían únicamente en función de sus intereses personales, no de sus valores ni su ideología, bastante desconocidos ambos…»; cuando El País decía eso del hoy presidente Sánchez, aquel Diario Independiente de la Mañana estaba dirigido por Antonio Caño, durante más de 35 años de nada periodista de ese periódico. Y si lo decía es porque tendría fundadas convicciones de que todo ello -Pedro Sánchez- era sí. Pero el día 2 de junio de 2018 Sánchez fue presidente del Gobierno, el día 8 Caño «se fue» de director de El País y el día 10 El País publicaba su editorial «Punto y aparte», en el que decía que «la tarea principal de Sánchez es reparar los daños provocados por el PP». Ocho días. Punto y final.

Cuando en 1977 Joaquín Leguina ingresa en el PSOE, Pedro Sánchez tenía 5 añitos, la criatura, y cuando Sánchez, Pedro, se afilia al PSOE, 1993, Leguina, Joaquín, llevaba 10 años presidiendo la Comunidad de Madrid (1983-1995). Leguina ha militado más durante más de 45 años de nada en la que otrora fue formación socialista, obrera y española. Por eso en señal de respeto, cuando Pedro Sánchez, más mayorcito, es entronizado como César del PSOE y el PSOE es desentronizado como el partido español que rezaban sus siglas (lo de socialista y obrero puede ser una interesante tesis doctoral para encargar a Pedro Sánchez), Joaquín Leguina, un donnadie en el PSOE y un traidor al estilo de los depurados por Stalin en sus famosos procesos, como en la China de hoy, es expulsado del Sanchismo con membrete del PSOE. 

Pero la preterición (o más humillante aún: el asilo del olvido y la manutención dependiente) de aquellos socialistas que coadyuvaron a alumbrar la Transición y la Constitución -cuando decir España, Monarquía, bandera española y unidad indisoluble de la Nación no avergonzaban a nadie, menos a los que nunca han tenido vergüenza- es hoy una realidad tan lacerante, tan peligrosa para los valores democráticos de una sociedad y para la existencia misma de la democracia, que causa sonrojo y estupor, e incluso miedo. ¿Ya no son socialistas por criticar al César Alfonso Guerra, Virgilio Zapatero, José Luís Corcuera, César Antonio Molina, Julián García Vargas o Sáenz de Cosculluela, todos ellos ministros con el PSOE? De quienes tienen que seguir comiendo, o protegiendo sus lucrativos negocios o preservando canonjías para sus familiares (la manutención dependiente), prefiero no hablar, bastante bochorno cuesta verlos y verlas arrastrarse ante la infinita, insultante soberbia de Sánchez. 

Es posible que las percepciones que tenemos de las personas y las ideas muten; es posible que nosotros mismos, mismas y mismes (no es ironía, si se consiente en el Congreso, en ruedas de prensa y medios de comunicación, se escribe así) cambiemos de opinión e, incluso, de ideología; es posible que las nuevas generaciones se consideren ajenas a lo que fue la Transición y su espíritu, incluso a la Constitución; todo ello es posible. Pero conviene recordar que la Constitución de Estados Unidos lleva más centurias en vigor que la nuestra y el pueblo la respeta, que las leyes referidas a Derechos Humanos tienen más años que nuestra Constitución y se respetan, que los avances legislativos y reales en materia laboral a favor de los trabajadores son anteriores a estas nuevas generaciones de escépticos (¿podemos llamarlos luditas del sistema? Podemos). Esa es la piedra angular donde se asienta la bóveda que sostiene la libertad, la democracia, la división de poderes, la independencia judicial y la libertad de prensa y expresión. 

Ahora, merced al gobierno Frankenstein (por cierto, ¿estarían Rubalcaba también en la lista negra de los desafectos al régimen del espíritu nacional del movimiento?), digno ejecutor de lo que tiempo atrás diseñó Zapatero hasta que recibió las llamadas de Merkel, Obama y, sobre todo, del presidente chino Hu Jintao, que lo bajaron de la tierra de Peter Pan en la que estaba a la realidad, merced a ese Gobierno, digo, todo está en almoneda, todo se compra y se vende, cualquiera puede ser acusado de fascista, de extrema derecha, de desafecto, si cuestiona la deriva sanchezcastejoniana y sus socios separatistas, antisistema, de extrema izquierda y de Bildu, esa formación que se molesta cuando le recuerdan que ETA asesinó a casi mil personas. Por eso imponen que la democracia en el Estado español (les avergüenza de decir España) empieza en 1983.

La sedición, transformada en desórdenes de botellón del sábado noche; la malversación, transfigurada en actos de caridad para los necesitados; la ley del solosíessí , permitiendo que más de 60 agresores sexuales se hayan beneficiado de su talibanismo ideológico y la arrogante obcecación de Unidas Podemos; la ley Trans, contra las mujeres feministas que desde hace decenas de años lucharon, de verdad, por los derechos de la mujer; la arcimboldona (en bodegón belarriano) ley de Bienestar Animal hecha por quienes jamás han pisado el campo; el nombramiento de Fiscal General del Estado a quien fue ministra del Gobierno Sánchez, y de magistrados del Tribunal Constitucional a su anterior ministro de Justicia y a una ex alto cargo de Moncloa, el férreo control de RTVE y la agradecida complacencia con otros medios de comunicación. 

No son demasiadas cosas viniendo de alguien que en su día El País calificó como «un insensato sin escrúpulos». Eran otros tiempos, pero si me permiten reinterpretar a Paul Éluard, «hay otros tiempos, pero están en este». A más ver.