La agonía del comercio tradicional

La agonía del comercio tradicional

La agonía del comercio tradicional / INFORMACIÓN

Juan Carlos Padilla Estrada

Juan Carlos Padilla Estrada

Nueva York es, como todos sabemos, la capital oficiosa del mundo. Lo que sucede en Nueva York se trasplanta poco a poco a toda el área de influencia cultural norteamericana, de la que formamos parte. Y en Nueva York agonizan los comercios tradicionales.

Las transacciones electrónicas ascienden al 43% de los movimientos comerciales. Miles de comercios han sido cerrados y muchísimos languidecen en espera de su declive final. Las grandes distribuidoras electrónicas, tipo Amazon, están copando el mercado por la variedad de su oferta, su rapidez de distribución, la comodidad en la compra y la garantía de reembolso y devolución.

Según los registros del INE, en España las tiendas unilocalizadas venden actualmente un 37% menos que hace quince años. Por el contrario, las grandes marcas están vendiendo un 42% más y el comercio online registra un crecimiento del 135%.

Además, el auge de los centros comerciales y las estrategias de los fabricantes, que pasan por saltarse a los pequeños comercios a través de operaciones de venta directa online o venta en plataformas propias o agrupadas, explican este preocupante fenómeno que en 2022 ha alejado a 14.000 autónomos del comercio minorista y condenado a 3.500 empresas al cierre y despedido a sus trabajadores.

También en Nueva York hay pequeños comercios que se están reinventando para competir con estos gigantes tecnológicos. Tiendas que ofrecen productos selectos u originales que no se pueden encontrar en las grandes distribuidoras.

Y quizá ese es el camino: ofrecer lo mismo que los gigantes… y un algo más: recientemente he conocido una tienda de decoración en Benidorm con una estética realmente bonita y una oferta indefinible: los responsables buscan objetos en mercadillos y rastros y los ofrecen a sus compradores a precios razonables, lo que constituye un compendio muy atractivo para el comprador. Si además sumamos la amabilidad de sus vendedores, un ambiente iluminado con gusto y una fragancia que inunda todo, se logra hacer de la experiencia de compra algo memorable.

Yo soy hijo de perfumista y he visto toda mi vida como en el comercio de mi familia se intentaba aportar un valor añadido a la compra: un consejo especializado en el mundo de la cosmética y la belleza.

Paseando por grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, es frecuente encontrar tiendas atractivas, muy especializadas, centradas en aspectos concretos del comercio; estoy pensando en perfumerías nicho, tiendas de cómic, comercios de discos de vinilo, algunos de moda muy vanguardista o de estéticas casi marginales. Y ese probablemente es el camino: la especialización que ofrece al cliente, una variedad no encontrable en otros lugares, un consejo de profesionales competentes y el poder convertirse en algo más que un cliente: un asociado, casi un amigo, alguien que puede probar o cambiar un objeto, obtener unas rebajas ventajosas en tiempo y cantidad, en definitiva, alguien que va a preferir siempre acudir a ese comercio, antes que adquirir el mismo producto o parecido a través de Internet.

En nuestra ciudad tenemos algunos ejemplos de comercios que han sobrevivido al tiempo y a las dificultades con una estrategia similar: se me ocurre confecciones Benavent, que sigue con éxito estrategias enfocadas a dar satisfacción y fidelizar a sus clientes.

Quizá ese sea el camino.

Porque el que desde luego no es, es el de macro distribuidoras en las que el beneficio de millones de minoristas va exclusivamente a un individuo, que se convierte en el más rico del mundo, a despecho de millones de puestos de trabajo y miles de empleados escasamente retribuidos.

Modelo bien diferente de algunos cercanos a nosotros, como el de Mercadona, triste y recientemente agraviado, en el que hay al frente un empresario que retribuye con justicia y generosidad a sus empleados, crea riqueza y puestos de trabajo y conforma una empresa de las que hacen grande a un país.