Opinión

Impasible el ademán

Carlos Mazón.

Carlos Mazón. / EFE

Juan R. Gil

Juan R. Gil

El teatrillo duró un suspiro. La investidura de Carlos Mazón, séptimo presidente de la Generalitat salido de unas elecciones (octavo, si se contabiliza a Enrique Monsonís, que ostenta el título por resolución judicial) se sustanciará en primera votación, con el respaldo de Vox. El PP prefería dejarlo para más tarde, para que no enturbiara la campaña de Feijóo. Pero la ultraderecha tenía urgencia por apuntarse el tanto de entrar en el gobierno de una de las regiones más pobladas de la UE y que ese gol pudiera subir al marcador precisamente antes del 23J. Cuando el portavoz de la dirección comandada por Feijóo salió el lunes a proclamar como supuesta «línea roja» infranqueable que un maltratador (el candidato de Vox) pudiera ser vicepresidente del Consell, todos los medios sin excepción nos equivocamos al interpretar la afirmación como un aviso a navegantes, dirigido tanto a los suyos como a los de enfrente. No. Lo que Borja Sémper estaba haciendo era «vacunar» el pacto que ya sabía que se iba a suscribir sólo unas horas después. Que la ciudadanía aceptase la entrada de la ultraderecha en el Ejecutivo de la cuarta autonomía más poblada y con mayor PIB de España con la coartada de «impedir» que un condenado por «violencia familiar» acabase sentado en las reuniones del pleno del Consell o presidiendo las Corts. Flores no estará en ningún de esos sitios. Los suyos lo quitaron de la foto tan rápido como antes se lo habían sacado de la manga. Pero el populismo iliberal sí tendrá puestos relevantes en ambos, gobierno y parlamento.

Los dos partidos, la extrema derecha y la hasta anteayer «derechita cobarde», venían apretados para llegar al acuerdo. Vox no se la podía jugar a demorarlo más allá de las elecciones generales. Porque son unas elecciones en las que puede perder fuelle, sacar un resultado por debajo de sus expectativas, en tanto el crecimiento del PP limita su avance. En el horizonte que su jefe, Santiago Abascal, alcanzaba a vislumbrar, Vox podía encontrarse en una situación de mayor debilidad para negociar el 24 de julio, después de los comicios, de lo que ahora lo está. Así que tenía que ser ya. El PP, por el contrario, hubiera preferido que la segunda vuelta del plebiscito sobre Pedro Sánchez se resolviera antes de rubricar el pacto con la ultraderecha. Pero tampoco tenía margen, si Vox empujaba: para que Mazón sea presidente necesita que al menos diez diputados ultraderechistas le voten en las Cortes. No habiendo obtenido eso que ahora llaman «mayoría suficiente» (más escaños que sus rivales ideológicos), a Mazón pese a haber ganado las elecciones no le bastaba ni siquiera con la abstención de Vox.

En política, lo que suma, suma. Así que el pacto entre el PP y Vox para gobernar la Comunidad Valenciana se daba desde el primer día por hecho. Sólo había que fijar el calendario y los límites. El PP quería apurar plazos y a Vox le interesaba acortarlos. Es evidente que la ultraderecha ha impuesto su agenda. La cuestión ahora está en cuánto más la va a imponer. Cuánto se va a extender su negra capa. Frente al silencio del PP, que es quien tiene la responsabilidad de nombrar gobierno y explicarlo, Vox se apresuró a filtrar cuál iba a ser su ganancia en esta partida: presidencia de las Cortes, vicepresidencia del Consell y hasta tres consellerias: Educación y Cultura, Asuntos Sociales y Agricultura y Medio Ambiente. Hay otras de mucho peso en un Ejecutivo autonómico. Pero nadie puede dudar que los citados son departamentos medulares de un Gobierno como el valenciano. Ximo Puig cedió esas carteras (y dos más, Economía y Transparencia) a Compromís. Y la cosa acabó como todos ustedes saben. Si Mazón las entrega ahora, se condenará a salir más en las páginas de Sucesos y Tribunales que en las de Política. No exagero: los extremistas ya manejaban ayer el nombre de Julia Llopis para dirigir alguna de esas áreas, las mismas desde las que abanderó como concejal en Alicante la ordenanza contra la mendicidad que el Tribunal Superior de Justicia acaba de tumbar por violar derechos humanos.

Mazón ha estado toda la campaña diciendo que quería gobernar solo. Pero ha firmado el compromiso con Vox en menos tiempo del que Zaplana dedicó a amarrar el «pacto del Pollo» o Puig a cerrar el Botànic. Y si se confirma el esquema avanzado por Vox, puede acabar dando a la ultraderecha carteras de mayor relevancia política que las que logró en Castilla y León. Eso sí: mientras su colega Mañueco, tras varios días de fuertes tensiones, compareció más resignado que eufórico a anunciar el acuerdo, Mazón lo ha cerrado todo en tiempo récord, apenas dos horas, y lo ha defendido con firmeza, declarándose «muy satisfecho» y asegurando que Feijóo le ha «felicitado». Así, sin despeinarse. Impasible el ademán.