Reproche de la mediocridad y elogio del buen gusto

Salió a hombros junto a El Fandi al cortar dos orejas, y Castella se llevó una

Jorge Villar

Jorge Villar

Tardes como la de ayer dejan un poso agridulce en el paladar. No es que tenga uno puestas excesivas esperanzas en casi nada ya, que los años van pasando y las ilusiones por que las cosas puedan cambiar a mejor se van desvaneciendo a medida que van sucediéndose actores y funciones varias. Como dice el Eclesiastés, «nihil novum sub sole». Vamos, que esto no lo cambia ni El Tato, en referencia más taurina alusiva al famoso torero sevillano del siglo XIX. Anunciar una corrida Juan Pedro Domecq es apuntarse a un pacto de no agresión: los toros buenos, muy bien, y los malos, también bien, porque no molestan. Y quien acaba perdiendo es el aficionado con la práctica inexistencia de emoción. En una corrida de toros, oiga. Ya no es que la presentación de los juampedros de ayer resultara irregular y de escasos pavores (el sexto no debiera haber saltado ni al ruedo). Lo peor es que, moviéndose todos ellos, la mayoría lo hicieron sin sal, en esa difícil línea que separa la mínima bravura de la bobaliconería contumaz. Un tremendo sopor ver a tres toreros de prestigio en labores de intentar vender como erizante un ir y venir sosaina y tedioso a veces.

Y decía lo de agridulce porque entre la medianía imperante, hete aquí que al cuarto de la tarde , Zafador de nombre, le dio por regalar treinta viajes fenomenales, de largo recorrido, planeando los pitones, rebosándose a la salida de las embestidas. Y tan exquisito manjar fue a dar con las fauces de El Fandi, que siempre se muestra bullidor y a quien nadie podrá negar su entrega. Lo banderilleó con su destreza proverbial, con moviola y violín incluidos. Pero estos astados de embestida almibarada, en ocasiones, descubren ciertas carencias sensitivas con las telas. Puede resultar paradójico, pero lo más templado se lo hizo Fandila de rodillas en el recibo con la franela. Por ahí surgieron los muletazos más largos y templados. Ya erguido, abundaron los pases por ambos lados, con algún natural estimable y otros tropezados. Y como mayor pecado, acabó por ahogar la estupenda embestida de Zafador. Hubo desplantes de rodillas, redondos y alardes vitoreados por el público, eso sí. El presidente no concedió la segunda oreja (el reglamento se lo permite) y puso un poco de buen gusto y criterio ante el dislate pedigüeño. Marcó un listón muy coherente, si se mantiene en el resto de festejos, claro.

El Fandi volvió a ser un espectáculo en banderillas, como en este par al violín al primero de la tarde. | RAFA ARJONES

El Fandi volvió a ser un espectáculo en banderillas, como en este par al violín al primero de la tarde. | RAFA ARJONES

El granadino había cortado otra oreja del que rompió plaza, otro astado de embestida boyante ante el que no se le vio centrado del todo, buscando demasiado los riñones del toro para acortar las tandas. Había recibido de capote con una larga de rodillas y verónicas airosas, y quitó por chicuelinas ceñidas (a Zafador le enjaretó uno por zapopinas). Bullidor en banderillas, brindó al público un trasteo que no acabó de romper. Demasiado trapaceo.

Los mejores momentos de la tarde vivieron de las muñecas de Daniel Luque en el tercer acto. Lástima que el noble astado con el hierro de Veragua careciera de fuelle para repetir las embestidas y sumar a la belleza del toreo de Luque la emoción primaria de la lidia. Ya brilló el de Gerena en las verónicas de recibo, de mecidos aires, rematadas con una media con empaque. El comienzo con la muleta fue primoroso, más de caricia que de dominio. Se palpaba el estado de gracia del torero y se presentía la falta de vivacidad en el toro. Una trinchera soberbia, tres derechazos armónicos, componiendo un conjunto que más parecía orfebrería. Luego, los naturales suaves, sin obligar demasiado para que el noble animal llegara con su embestida donde su ahínco le pedía y sus fuerzas le minaban. Esa escasez de bríos impidió que lo que pudo ser auténtico suceso quedara en un ay, qué bonito, pero qué lástima. Y cuando se siente lástima...

A la oreja recibida del tercero se sumó la del sexto, un jabonero barroso que se movió poco y sin calidad. Tiró por alardes Luque (molinetes de rodillas y cercanías ojedistas) para asegurar la puerta grande con una soberbia estocada que acabó con la res.

Sebastián Castella, que suele tener buen bajío en los sorteos, sacó esta vez el papelito equivocado. Sus dos oponentes se movieron, pero sin gracia ninguna. Destacó el recibo alegre de capote a su primero, así como los estatuarios de comienzo de faena de muleta. Luego se afanó para tirar de oficio y extraer algunas tandas meritorias, mejor al natural, que tampoco acabaron por alentar aquello. El toro acortó los viajes e impidió el lucimiento. El fallo a espadas le dejó sin una orejita que le hubieran pedido los generosos tendidos alicantinos.

El quinto adoleció igualmente de calidad. Otra vez el francés tiró de oficio para dejarle la muleta en la cara al astado y provocarle la repetición de embestidas. Dos tandas con la derecha tuvieron mucho mérito. Se vio achuchado en un cambio de mano. Apretó para agotar el agua de un pozo que casi no tenía en el toreo de cercanías y por la espalda, y de esa manera arrancar un trofeo y no irse de vacío, que en esta plaza, seamos sinceros, es harto difícil.