LA PLUMA Y EL DIVÁN

De mojigatos y otros especímenes

La soledad es uno de los mayores temores del ser humano.

La soledad es uno de los mayores temores del ser humano. / SHUTTERSTOCK

José A. García del Castillo

José A. García del Castillo

Si tuviéramos que decidir, in extremis, entre un tocapelotas y un falso manso, creo que la gran mayoría de nosotros optaríamos, sin dudarlo mucho, por el primero, y mira que la situación es enrevesada, porque de los mansos podemos tener la esperanza, en el fondo, que de verdad lo sean.

Si adoptamos esta postura, será que preferimos un enemigo de cara antes que diez aparentes amigos de tapadillo, de esos que te hacen la pirula y en cuanto te das la vuelta te ponen a caldo.

Por otra parte, el hipócrita puro es mejor llevado que el falso manso, será porque también su forma de interactuar es mucho más directa y visible. En el caso de tener que decidir, posiblemente volviéramos a elegir al hipócrita antes que al falso manso.

¿Cuáles son las razones que nos llevan constantemente a preferir a cualquier imbécil, pendenciero, tocapelotas, hipócrita, mediocre, papanatas, avispado, lameculos intencional, insensible, antes que a un mojigato?

Despejar determinadas ecuaciones sociales es harto complicado, porque el comportamiento humano puede tomar caminos inexplicables, irracionales, y hasta irrisorios.

La palabra mojigato esconde una historia más que reveladora, y sin intención de descubrirles el secreto mejor guardado, saben perfectamente que se basa en ese afable y tranquilo animal que se deja acariciar y querer mansamente, pero que un día sin más nos enseña sus uñas y nos las resbala por la piel.

Un mojigato tipo, es aquel que desde la más amplia e insincera de las afabilidades desprende humildad a raudales, sabe agazaparse como el mejor, agachando la cabeza como si fuera un auténtico apocado, y en cuanto llega el momento propicio se descubre sin pudor para conseguir las metas que hubiera urdido en el silencio y la soledad de su podrida existencia.

Es capaz de vituperar, afrentar, denigrar y descalificar a los que no siguen determinados valores sociales, cuando él mismo es el primero en pisotearlos sin ningún remordimiento ni conciencia.

Si tuviéramos que decidir, in extremis, con toda seguridad optaríamos por renunciar al mojigato, apartarlo de nuestro entorno y proteger todo aquello que consideramos valioso para nosotros.

Siempre cabe la posibilidad de analizar minuciosamente nuestro micro mundo y considerar apaciguadamente quiénes pueden ostentar el calificativo de mojigato, no para negarles nuestra palabra, eso sería una mediocridad por nuestra parte, pero sí para destapar sus intenciones y mostrarles que el camino elegido es más que patológico, una ruindad que los posiciona en un plano amoral y muy lejano de lo más parecido a lo que llamamos humanidad.