Opinión

La enfermedad de la democracia

Transparencia Internacional considera que "el debilitamiento del sistema judicial español es una de las causas fundamentales del descenso en el ránking de corrupción global".

Transparencia Internacional considera que "el debilitamiento del sistema judicial español es una de las causas fundamentales del descenso en el ránking de corrupción global". / ARCHIVO

La sociedad en la que vivimos, nuestra sociedad, está enfermando. La falta de pudor, de decencia, la falta de honestidad son los síntomas más preocupantes y que ponen de manifiesto la falta de salud de nuestra civilización. La falta de vergüenza propia esta convirtiendo la vida pública en un vertedero, en un basurero. El escenario político es igualable con algunos programas televisivos que convierten una historia de amor, un oficio, la violación o la propia muerte en un espectáculo dantesco. El día a día de nuestro político es, como en un reality shows, vomitar sus miserias públicas o privadas conscientes de que el hedor que se desprende inundará cada rincón de nuestros hogares.

Hemos visto demasiadas cosas. Hemos visto acribillar a civiles cuando nadaban hacia la costa para evitar morir, o cuando hacían cola para ver si podían conseguir un trozo de pan. Hemos visto cómo se usaba el terrorismo, el dolor y la muerte por un puñado de votos. Hemos visto cómo una tragedia se convertía en un negocio. Hemos visto ganar elecciones a punta de pistolas, exhibiendo urnas sin custodia alguna. Hemos visto cómo un demócrata amenaza con un baño de sangre si no gana las elecciones. Hemos visto cómo, sin impunidad, se usan sentimientos nacionales para esconder un robo. Hemos visto cómo se violan las Constituciones y las normas básicas de los Parlamentos. Hemos visto que la justicia tiene dos caras, una para los ricos y otra para el “roba gallinas”. Hemos visto demasiadas cosas; demasiadas.”

No es de extrañar que la enfermedad incipiente de nuestra sociedad no sea más que el reflejo del grave problema de salud que lleva arrastrando la democracia, a pesar de su juventud. La democracia que no deja de ser una forma de vida se cimenta sobre los siguientes pilares: participación, organización social, solidaridad, igualdad y equidad. Ven por qué les digo que está enferma. Hay algunas democracias que no las reconocería “ni la madre que las parió”. Escuchando, viendo y leyendo a los que entienden, parece que tenemos claro cuales son los males que hoy en día están menos cavando la salud de las democracias:

En primer mal, aparecería con la falta de educación de calidad y para todos. Una democracia sin educación equivale a la incapacidad democrática. Pero, la buena educación necesita grandes inversiones y el resultado es a largo plazo, mientras invertir en armas, en propaganda y en lujos que halagan la vanidad de un pueblo es más rentable y a corto plazo.

En segundo de los males es la corrupción, que se retroalimenta con la primera: “Donde la educación ha sido tibia, la corrupción se vuelve caliente”. El rastro del corrupto es muy claro. Se comienza “con gastos de representación”. Se sigue por “el uso de la información privilegiada”. Y se continúa “cobrando un tanto por ciento de comisión por contratar una u otra empresa” y de ahí todos los vicios, como diría San Ignacio de Loyola.

La incompatibilidad entre capitalismo y democracia sería el tercer mal. El capitalismo busca el máximo beneficio de unos pocos a consta de los demás. La democracia por el contrario debería buscar el beneficio del pueblo. Para repartir el beneficio entre todos, se vota a unos representantes. Representantes que nunca deberían olvidar quién los ha colocada ahí, pero una vez sentados lo olvidan. Es cuando los vemos representando a su partido político y otras veces como se representan a sí mismo.

Y el ultimo de los males y no por eso menos dañino, es el dinero. Desde casi siempre el dinero ha llevado al poder. Y como, casi todos, los que manejan dineros cercanos al poder son adictos al voto. Son capaces de usar toda su fortuna para conseguir más y más. Pero no solo eso, al igual que un drogadicto que roba o mata por una dosis, los políticos apuñalan la democracia por votos. Su “mono”, su deseo de votos y más votos, los arrastra a cruzar todas las líneas rojas. Sustituyen el razonamiento por el insulto. La sospecha por la calumnia. Y lo que es peor, no tienen empacho en enfurecer las masas contra un “enemigo” que solo está en su mente. Su violenta dependencia de los votos les empuja a actuar a imagen y semejanza de los talibanes, olvidándose que son parlamentarios elegidos por el pueblo.

Si la democracia queremos que siga siendo la patria del ser humano, nunca tendríamos que rescatar aquel aviso de los antiguos ciudadanos romanos: “La patria está en peligro” Como respuesta, los senadores vociferaban: “Vigilen a los cónsules para que no se estropee la república”. Muy pocas veces aquel experimento romano, que otros han imitado con un arma bajo el brazo, consiguió lo que se proponía, al contrario, solía traer tiempos oscuros de guerras, hambrunas y dictadores despiadados.

Para buscar algún remedio a nuestra enferma democracia que amenaza con contagiarnos, he tenido que ir más allá del imperio romano. Lo único fiable que he encontrado ha sido un código que se elaboró hace diez mil años por los quechuas y los aymaras. Es un código ético que afectaba a todos los ciudadanos que dice: “ama sua, ama llulla, ama quella”; “no robar, no mentir, no estar ocioso”.