Opinión

El rostro del mal

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, durante la reunión que ha mantenido con representantes del sector artístico, con motivo de la aprobación de la nueva Ley de Enseñanzas Artísticas.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, durante la reunión que ha mantenido con representantes del sector artístico, con motivo de la aprobación de la nueva Ley de Enseñanzas Artísticas. / José Luis Roca

Mientras el gobierno de Sánchez sigue empeñado en que la desprestigiada RTVE se hunda más y más en el abismo de la manipulación informativa, la sonrojante adulación al líder y la abrumadora caída de telespectadores pese a que le cueste casi 500 millones de euros a la ciudadanía -o quizá más- (un presupuesto indecentemente superior al de las cadenas privadas que, sin embrago, tienen más cuota de audiencia), la propia RTVE hace su carnicería interna y vuelve a la casilla de salida con la destitución de su última presidenta, Elena Sánchez, que sucedió a la «neutral» e «independiente» presentadora Rosa María Mateo, nombrada de forma interina por don Pedro y que estuvo casi tres años provisionalmente en el cargo. Ahora parece que las presiones venían porque Moncloa quiere que RTVE fiche a David Broncano (créanme, pero les aseguro que no lo conocía de nada), al parecer, un presentador y presunto humorista muy del agrado del grupo de centuriones del césar que lo quieren en RTVE para hacerle sombra a Pablo Motos, bestia negra del sanchismo talibán. ¿El coste del contrato con el zurdo Broncano? Migajas, 42 millones de euros por tres temporadas, la propina que suelen dejar los españoles cuando van a comer el menú del día en un restaurante de carretera. Tras el escabeche radiotelevisivo, y sin que se note la larga mano que mece la cuna, ha sido nombrada presidenta «interina» la socialista Concepción Cascajosa, experta en…, efectivamente: «Observatorio de Igualdad». ¿De quién depende RTVE? Pues eso. Por si alguna de ustedes dos tiene dudas, mañana lo explicará Cascajosa en el telediario.

Muchas televisiones, muchos medios de comunicación, ya no les preocupa tanto informar, opinar, contrastar y que opinen los demás dando espacio a una sociedad plural, diversa y libre, sino estar más atentas en complacer la suave mano que acaricia su cuenta de resultados. Y resultan ser manos sutiles pero cómplices, cautivadoras pero pegajosas, invisiblemente lejanas pero siempre al acecho. De tal forma que una de las columnas miliares en la que se sostienen las sociedades libres, las democracias desarrolladas y el ser humano, la libertad de información, trasmuta en perverso instrumento al servicio del poder, de todas las formas de poder. Si resulta ontológicamente imposible entender una democracia, un país libre, sin medios de comunicación independientes y libres a su vez -pese a las inevitables injerencias del poder-, cada vez se evidencia más que los propios medios de comunicación han claudicado de su esencia natural, de su razón de ser, convirtiéndose en espurios apéndices de quien manda, sea el poder político, económico, ideológico, religioso o identitario. Me temo que no volveremos a ver cómo un medio de comunicación acabó haciendo dimitir al presidente del país más poderoso del mundo.

Viene las televisiones y medios de comunicación a cuento, no solo por la reflexión, sino porque esta semana veíamos en las televisiones y periódicos de todo el mundo las imágenes de los cuatro presuntos terroristas islámicos detenidos en Moscú tras el brutal atentado cometido en una sala de conciertos que causó la muerte de más de 140 personas. Sin perjuicio de la muy fundadas reservas sobre la credibilidad de la información que proviene de países sometidos a férreas dictaduras comunistas o del integrismo islámico (Rusia, China, Cuba, Corea del Norte, Irán, Afganistán), la verosimilitud de que hayan sido islamistas radicales los autores del bestial crimen está fuera de duda. De ahí que cueste tanto poner distancia en tiempo y personas respecto a los crímenes terroristas, respecto de quienes en nombre de su credo o ideología se erigen en verdugos del horror asesinando niños, mujeres y hombres indefensos, de quienes deciden sobre la vida de los demás sin ningún escrúpulo moral. De ahí que resulte tan difícil entender la sutil, infame y táctica equidistancia con los asesinos etarras y su entorno ideológico. Al final, como se defendían los criminales nazis, ellos solo eran obreros de un ser superior al servicio de una idea superior. Mañana, o quizá unos años más tarde, solo tienen que imaginar a los terroristas, a los asesinos, sentados vicariamente en un parlamento democrático, el mismo que intentaron dinamitar con sus crímenes. Rebuscamos celosamente en la memoria histórica mientras borramos con el mismo celo la memoria más reciente.

La repugnante escena de decenas de periodistas y fotógrafos hacinados sobre el cristal que los separaba de los detenidos en Moscú, completamente destrozados por los golpes y la tortura; uno sin una oreja ( se la habían cortado) y con un trapo que tapaba la infamia; otro inconsciente en una silla de ruedas; y los dos restantes entumecidos a golpes, sin apenas poder abrir los ojos por la hinchazón; ello, junto a la nula reacción de unos periodistas que no tuvieron la dignidad de volver sus cámaras sobre el otro rostro del mal, el de los verdugos torturadores, nos sitúa de nuevo en qué mundo preferimos vivir, las democracias occidentales o los regímenes comunistas y teocráticos ajenos al más mínimo concepto de derechos humanos. Existe en los países democráticos, en España, una corriente izquierdista de comprensión, complicidad y benevolencia para con estas feroces dictaduras comunistas (léase también Cuba, Venezuela, Nicaragua) que, con la imágenes de que les hablo y aquellas que jamás veremos, produce auténtica repugnancia moral. No seré yo quien mueva un dedo por los terroristas y sí en defensa de las víctimas inocentes de sus asesinos actos, pero el descaro de un brutal dictador como Putin que le dice al mundo lo poco que le importa mostrar esas imágenes de torturas, nos coloca en un dilema insoslayable: democracia o dictadura, sea comunista o teocrática. El rostro del mal, no hay más opciones. De ahí la prensa libre. Ustedes deciden. A más ver.