Ser presidente del Partido Popular en Orihuela, para muchos, podría ser equiparable a ser el Caballero Cubierto en la Procesión del Santo Entierro o el Síndico Portador de la Gloriosa Enseña del Oriol. ¿Qué digo equiparable? Es mucho más en términos absolutos para el PP. El presidente de Orihuela ha sido durante muchos años para la Vega Baja algo así como un noble de la Edad Media.

Si el señor del Castillo guardaba las tierras y a los aldeanos, el que era el líder político oriolano protegía el granero de votos en la comarca y lo hacía desde el despacho de la Alcaldía, situado en la Esquina del Pavo del Palacio del Marqués de Arneva. Y el que se conozca popularmente con este sobrenombre a dicha habitación señorial tiene más que ver con cómo se les fue subiendo a todos el ídem tras su paso por ella que por el hecho de que en el exterior del histórico edificio exista un blasón de piedra con un ave. Por todo ello, la disputa entre los candidatos a presidir el partido siempre ha dejado vencedores y vencidos. Nunca heridos. Y negarlo, sería negar una evidencia.

A partir de junio habrá elecciones para la presidencia en el PP de Orihuela y lo más interesante es que se avecina una situación convulsa que nunca se había conocido y que en parte es el resultado de lo que pasó en los últimos comicios, en diciembre de 2012, cuando los dos que concurrían no eran, digámoslo así, primeras espadas de la política local. Pepa Ferrando, mano derecha de Mónica Lorente (entonces a punto de ser encausada en el caso Brugal por lo que no pudo presentarse); y Emilio Bascuñana, expresidente provincial de Cruz Roja, de inmaculado currículo, al que casi todos (menos los que tenían el control del partido a nivel local) le daban el empujón para abrir una etapa de renovación. Lo que nadie esperaba es que Ferrando ganara por un amplio margen frente a un candidato nobel en política pero que llegó a ella como un mirlo blanco, con el plácet del PPCV y con autorización para aglutinar al resto de aspirantes-satélites: a Rodríguez Barberá y a Juan Igualada -¿se acuerdan de él?-, aunque para ello llegara a firmar un pacto de cuyo contenido nunca se supo con el segundo de ellos y en el despacho de un alto cargo de otro partido, de CLr. Un acuerdo ¿con el diablo? del que algunos que asistieron a la rúbrica aseguraban al día siguiente que desconocían con quién realmente se habían sentado, quién era el intermediario. Hoy ya lo conocen porque el socio de gobierno de Bascuñana, Ciudadanos, cuenta con él como muy destacado simpatizante.

Pero, a diferencia de lo que históricamente había pasado en las elecciones a la presidencia de Orihuela, la victoria de Pepa Ferrando no calmó las aguas porque la dirección regional nunca la quiso. Tres años más tarde fue expulsada al igual que algunos destacados históricos afines a Lorente como Costa o Rodríguez Murcia. Mientras, el perdedor de aquellas elecciones a la presidencia era el sorprendente candidato elegido por la dirección regional para la Alcaldía en 2015 en contra de la opinión de las bases que ya habían demostrado que no lo querían para la presidencia. Una pobre carta de presentación de Bascuñana esa de haber sido impuesto para la Alcaldía que le sigue acompañando porque no tenía ni tiene el «feeling» para demostrar su valía política aunque, cierto es, ha mejorado mucho, aunque más buscándose enemigos que amigos. En eso sí ha tenido la mano dura de un alcalde pero ¿y de un presidente?.

La salida forzada de Ferrando de la presidencia del PP dejó huérfano uno de los, repito, principales graneros del votos del PP en la provincia, obligándole a poner una gestora en un municipio durante el que muchos años se había negado el partido a reconocer la sombra de la corrupción como un mal generalizado que se fue extendiendo por toda la provincia y apuntando directamente al entonces presidente provincial, José Joaquín Ripoll.

Y fue la entonces secretaria Isabel Bonig la que puso al frente de la presidencia local del PP a un edil que había pasado esa legislatura de puntillas: Dámaso Aparicio, pero que sabía lo que tenía que hacer y a qué se enfrentaba. Este aguantó meses escuchando la palabra «traidor», asumiendo que le habían dado un partido en descomposición que no pagaba ni luz ni agua, con un candidato a la Alcaldía contra el cual él mismo había hecho campaña y con la obligación de tragarse todos y cada uno de los sapos que iban a presentársele? y fueron muchos.

Bonig acaba de ser elegida presidenta del PPCV y llama la atención, al menos en Orihuela, el que no tengan la más mínima representación, con peso específico en su ejecutiva más de lo que le corresponde a los cargos por estatutos y pese a ser el municipio más grande de toda la Comunidad en el que se gobierna. El hecho de que en ella sí esté Eva Ortiz como número 2 responde, exclusivamente, a sus propios méritos y no el que sea por la cuota de poder oriolana. No confundamos.

Bascuñana, el alcalde más importante del PP en la Comunidad, y Aparicio, quien recondujo el partido siguiendo los dictados de Bonig tienen un papel testimonial. Todo ello demuestra que, como el Segura, las aguas no bajan claras. ¿El problema?

Es fácil, ambos aspiran a la presidencia del PP. A ser el que guarde el granero de votos y ser el candidato de 2019. Bascuñana, quien lleva meses anunciándolo a todo el que se lo pregunta, manda sobre Aparicio en el Ayuntamiento (hace unos meses le retiró competencias) pero Aparicio sobre Bascuñana en el partido (controla y marca los tiempos). La dirección del PPCV guarda un escrupuloso silencio sobre la guerra de guerrillas en la cual se ha convertido Orihuela algo que debe saber de ambos aspirantes por Eva Ortiz a quien ya ningún alto cargo del partido le pregunta aquello de: «¿Qué pasa en Orihuela?» porque ahora es ella ese alto cargo y conoce la respuesta.

Si el ministro de Cultura, Íñigo Méndez, no asistió a los actos del poeta a finales de marzo para dejar solo ante el peligro a Bascuñana frente al despliegue que hizo el del PP y dándole un toque de atención para demostrarle quién manda; si crecen los rumores sobre expedientes contra afines de la ejecutiva local que son del contrincante; o si los candidatos espían y difunden mensajes de su rival con altos cargos de la formación para granjear amistades o, quién sabe, son algunas de las cosas que estos días de Pasión se escuchan en los mentideros de la política local. Lo único que está claro es que los 7.000 afiliados que llegó a tener el PP serán muchos menos a la hora de emitir voto en las elecciones a presidencia desde que se exige pagar cuota anual para ser militante.

La carrera por la presidencia ya ha comenzado (lo hizo hace meses) y, lo que nadie duda en Orihuela, es que esta vez no quedarán heridos.