La venta ambulante rural de El Comtat y l'Alcoià lucha por resistir a la baja rentabilidad

Los comerciantes se enfrentan a los problemas de tener una clientela en descenso y la falta de relevo generacional, mientras el servicio que prestan a los vecinos de los pueblos es esencial

La venta ambulante rural de El Comtat y l'Alcoià lucha por resistir a la baja rentabilidad

Juani Ruz

Comercio a la puerta de casa. La presencia de vendedores ambulantes es fundamental en los pueblos donde no hay tiendas y donde la mayoría de los vecinos no puede desplazarse a localidades más grandes. Sin embargo, los números salen muy justos para quienes se dedican a esta actividad, que deben afrontar importantes gastos.

Los puestos de venta ambulante son una imagen muy característica de los mercadillos de ciudades grandes y de localidades de tamaño mediano, pero lo cierto es que su presencia se extiende a las zonas rurales, tal y como ya ha publicado en alguna ocasión anterior este periódico. Y en los pueblos pequeños, además, este tipo de comercio resulta fundamental, porque suple la carencia de establecimientos fijos. En muchos lugares no hay tiendas de ropa, ni de electrodomésticos, ni ferreterías; algunos, incluso, ni siquiera disponen de un pequeño colmado donde comprar el pan y artículos básicos de alimentación.

Por esta razón, los vendedores adquieren con frecuencia la condición de servicio esencial, aunque oficialmente no hay nada que los considere como tales. Y no solo eso, sino que se enfrentan a un horizonte cada vez más incierto, con una rentabilidad que cada vez es menor. Además, a esto se suma la falta de relevo generacional: muy pocos jóvenes están dispuestos al sacrificio de hacer cada día decenas de kilómetros para acudir a un pueblo y apenas cubrir los gastos con las ventas.

Edu Crespo, Juan Manuel Guerrero, Vicente Martínez, Rafa Sanchis e Isabel Amat coinciden, a grandes rasgos, en este diagnóstico. Los cinco acuden de manera habitual a Planes, una de las decenas de localidades del interior de la provincia de Alicante donde la venta ambulante es primordial para el abastecimiento de los vecinos. Este municipio, que ronda los 700 habitantes, incluso es un tanto privilegiado, ya que cuenta con un mercadillo oficialmente considerado como tal, que se hace varios días a la semana con distintos tipos de productos, y además en el pueblo hay establecimientos fijos como carnicería y panadería; en otros, ni eso.

Edu vende pescado fresco; Juan Manuel, fruta y verdura; Vicente, frutos secos, aceitunas y encurtidos; Isabel, todo tipo de artículos de menaje, y Rafa, ropa y otros productos textiles. Los tres primeros, al vender productos de alimentación, suelen venir todas las semanas, pero Isabel y Rafa lo hacen de manera más espaciada, combinando diferentes rutas. En los pueblos de cierto tamaño como Planes pueden permanecer toda una mañana, pero lo más habitual es que recorran varias localidades en una sola jornada. Y cada día, a un sitio diferente, hasta llegar a estar bastante lejos de casa: por ejemplo, Isabel es de Cocentaina y suele ir a vender a los pueblos de la Vall d’Albaida, en Valencia, y a la inversa, Rafa viene de Atzeneta d’Albaida a hacer ruta por todo El Comtat.

Todos apuntan a los mismos factores: "En los pueblos vive poca gente, y solo nos suelen comprar los mayores, porque la mayoría de los jóvenes, aunque vivan aquí, como trabajan fuera aprovechan para hacer la compra" en localidades más grandes, indica Edu. Asimismo, destacan otro factor importante: la gran oscilación entre acudir a vender en verano, cuando hay más gente en el entorno rural, que en los meses de invierno, que todos califican como "duro" y en que a lo mejor los vecinos no salen de casa hasta media mañana. "Es un poco una lotería, vienes y no sabes cuánto vas a vender. Pero tienes que venir", señala Isabel. Por ellos mismos, porque es su modo de vida, pero también, como señalan tanto ella como Juan Manuel, "porque tienes que venir de continuo para generar fidelidad con los clientes y que te compren".

Puestos de ropa en el mercadillo que se instala en Planes los jueves, junto a  otro de frutos secos.

Puestos de ropa en el mercadillo que se instala en Planes los jueves, junto a otro de frutos secos. / Juani Ruz

Porque si el producto es bueno y la disposición del vendedor también lo es, la compra está asegurada, por pequeña que sea, dado que para los vecinos de estas localidades la presencia de los comercios itinerantes es indispensable. Lo corrobora la gente de Planes que acude a abastecerse esta mañana de jueves, como Nuria Soriano, quien señala que "si no vinieran, el pueblo estaría aún más muerto. Los jóvenes compran fuera, pero para los de más edad es más difícil". También Isabel Roig comenta que "estamos contentos, porque gracias a ellos tenemos productos;si no, nos tocaría ir como poco a Muro, y para quienes no conducimos no es fácil. Ellos, da igual que llueva que nieve, aquí están". Dolores y Belén también lo suscriben, mientras acuden a comprar salazones al puesto de Juan Bondia, que acude a Planes desde Ontinyent en semanas alternas: "Puedes hacer comandas anticipadas y todo;ellos ya nos conocen y saben un poco qué nos gusta más o qué les solemos comprar".

Una inflación que no se puede trasladar a los precios de los productos

La situación de los vendedores ambulantes rurales ha cambiado de forma notable desde una anterior ocasión en que este periódico abordó este tema, a principios de 2019. En estos cinco años ha habido una pandemia y un contexto bélico internacional que ha llevado a un gran incremento de la inflación, algo que repercute directamente sobre estos comerciantes. Ahora bien, para ellos es imposible subir los precios de la misma forma. "Si lo hago, no vendo. Y para eso prefiero perder ese margen y seguir trabajando, aunque mis ingresos bajen", señala Ramón García, propietario de un pequeño colmado ambulante al que en El Comtat llaman casi todos con el nombre de una conocida cadena de supermercados. 

Ramón sigue acudiendo, como en 2019, cada jueves a Benimassot y otros pueblos de la Vall de Seta, aunque otros días de la semana realiza una ruta distinta. En total, explica, "tengo que recorrer más de 20 pueblos cada semana para que esto salga rentable", con lo que implica de distancia y gasto de combustible. Antes de salir de casa, en Benigànim, en la Vall d’Albaida, a 56 kilómetros de donde se hace esta entrevista, "ya suelo poner alrededor de 30 euros de gasoil. Solo para recuperar eso ya tengo que vender mucho arroz y muchos fideos", bromea.

Rafael Doménech repartiendo barras de pan en Benimassot.

Rafael Doménech repartiendo barras de pan en Benimassot. / Juani Ruz

Ramón, al igual que los vendedores que ese mismo día han acudido a Planes, considera que la administración debería compensar de alguna forma la labor de los comerciantes itinerantes rurales, puesto que prestan un servicio esencial. "Si no vinieran, no tendríamos nada", comenta Juan Gilabert, vecino de Benimassot. "Yo antes conducía, pero ya no porque tengo problemas de vista, gracias a que es el tendero el que viene aquí", insiste.

Ramón García reitera que "si los jóvenes no se animan, esto no tiene futuro". "Yo intentaré traspasar el negocio cuando me jubile, pero aquí tienes que ser constante, haga el tiempo que haga, para vender y para que la gente te conozca". Comparte la valoración Rafael Doménech, propietario de la panadería de Gorga, la única que sobrevive en esta parte de la comarca y donde por ahora sí parece que habrá relevo generacional. "Rentables aquí solo son realmente los meses de verano", cuenta, pero "pago lo mismo por mi panadería en Gorga que si la tuviera en Alcoy, y los gastos de mantenimiento de mi furgoneta son el doble que en una ciudad". Pero acudir a todos los pueblos de la zona es, en la práctica, una cuestión obligada, por abastecer a la población. Y echa de menos que eso no se reconozca de algún modo.

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