La crisis agranda la amarga precariedad de las kellys en la provincia de Alicante

Las camareras de piso de Benidorm relatan cómo la pandemia les acarrea más sobrecarga de trabajo por la necesidad ya no solo de limpiar sino también de desinfectar, «regalando horas»

Apertura de uno de los primeros hoteles de la provincia en mayo del año pasado tras el confinamiento.  | PILAR CORTÉS

Apertura de uno de los primeros hoteles de la provincia en mayo del año pasado tras el confinamiento. | PILAR CORTÉS / VERÓNICAROCHE

Yolanda tiene 57 años y lleva 14 siendo camarera de piso en Benidorm. Su historia es muy parecida a la de las otras 3.000 camareras de piso que tiene el municipio alicantino y que acuden a él con la esperanza de tener un presente, y un futuro, digno. Sin embargo, la realidad es otra. Tras un año de parón por el cierre de hoteles debido al coronavirus, la pandemia les ha devuelto a su normalidad laboral: sobrecarga de trabajo, contratos precarios y externalización del empleo. «Nadie nos ha ayudado, nos hemos comido los ahorros y ahora nos piden que arrimemos el hombro», asegura la empleada.

Yolanda García, voz de Las Kellys. | INFORMACIÓN

Yolanda García, voz de Las Kellys. | INFORMACIÓN / VERÓNICAROCHE

Yolanda García es también la portavoz de Las Kellys, diminutivo de «las que limpian», el colectivo de camareras de piso que nació en 2016 en Benidorm con un único objetivo: dejar de ser invisibles en un sector donde la precariedad «abruma» y «cualquier acto reivindicativo se puede, y suele, pagarse con el despido», según afirma la representante.

«Cada día tenemos que hacer unas 25 habitaciones y con jornada reducida salimos a diez minutos por habitación y ahora además debemos limpiar y desinfectar», asegura la empleada, quien además cuenta que la pandemia les ha traído aún más sobrecarga de trabajo ya que los hosteleros les exigen más que antes, «si antes era imposible llegar, imagínate ahora con los nuevos protocolos». Además, la portavoz explica que en estos momentos en los que los hoteles están comenzando a abrir, la exigencia es aún mayor. «Debemos limpiar todo lo que no se ha limpiado en un año», señala Yolanda. «La situación ahora es dramática. Es muy difícil generar derechos laborales cuando vas encadenando contratos precarios», relata la kelly.

Asimismo, relata que varias compañeras que comenzaron a trabajar primeros de mayo no han librado lo que les correspondía, que era dos días por semana, llegando a hacer 30 habitaciones al día, algo «inhumano». Es por ello que las empleadas afirman estar cansadas de «regalar horas» puesto que se encuentran en una dualidad: o llegas al objetivo o puedes ser carne de despido.

La historia de las kellys no empieza con esta pandemia. El lustro que precedió a la covid fue muy lucrativo para el turismo español. El país cerró 2019 con más de 83 millones de visitantes internacionales, el segundo del ranking mundial donde solo fue superado por Francia. El cierre de los destinos del Norte de África y del Mediterráneo Oriental fue clave en esta coyuntura, en la que los hoteles aprovecharon para incrementar su rentabilidad un 6,2% en el último año sin pandemia, según el barómetro del sector hotelero elaborado por STR y Cushman & Wakefield.

Así, Yolanda explica que estos años de bonanza no se tradujeron en un aumento de las mejoras laborales, «sino más bien al contrario», afirma la voz del colectivo. Las empresas empezaron a externalizar sus servicios y a contratar a las eventuales a tiempo parcial. Pasaron de trabajar ocho horas a seis, con una reducción del sueldo que apenas pasa los 900 euros.

Por su parte, Dori tiene 61 años y lleva 20 años trabajando como camarera de pisos en Benidorm. Llegó de Salamanca con su marido en busca de trabajo, donde dejó una hija que decidió emprender su vida. Ella ha vivido el auge del turismo en el municipio y cómo los empresarios se llenaban los bolsillos mientras sus empleadas iban sin aliento en sus jornadas laborales para poder llegar a fin de mes. «Las ganancias han sido millonarias y ahora mismo nos están precarizando aún más, no estamos protegidas laboralmente», cuenta la trabajadora. Y es que, la pandemia ha dejado a muchas kellys en una situación de vulnerabilidad absoluta. Las que tuvieron suerte fueron las que tenían contratos fijos, mientras que las externalizadas y con contrato de obra y servicio se quedaron en la calle. Para las eventuales tocó el despido improcedente, donde las indemnizaciones eran de «100 euros y a casa», cuenta Yolanda.

Así, decenas de camareras de piso no tuvieron otra opción más que pedir ayudas sociales y a día de hoy, explica la portavoz, todavía hay trabajadoras que se encuentran esperando el Ingreso Mínimo Vital. «Muchas están teniendo un año sin trabajo, sin paro, sin Ingreso Mínimo Vital y sin ayudas, ¿quién ayuda a estas mujeres?», se cuestiona Yolanda ante la mirada de los hosteleros.

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