Entrevista | Enrique Castillejo Presidente del Colegio Oficial de Pedagogos y Psicopedagogos de la Comunidad Valenciana

Enrique Castillejo: «Los niños no pueden rendir en un aula a 28 o 30 grados, pero les hacemos aguantar 5 horas y sin rechistar»

El presidente del Colegio Oficial de Pedagogos y Psicopedagogos de la Comunidad Valenciana analiza en esta entrevista los efectos del calor en los centros educativos

Enrique Castillejo, presidente del Colegio Oficial de Pedagogos y Psicopedagogos.

Enrique Castillejo, presidente del Colegio Oficial de Pedagogos y Psicopedagogos. / MIGUEL ÁNGEL MONTESINOS

R. Pagés

R. Pagés

El incremento de las temperaturas registrado estos días y la previsión de que el intenso calor se mantenga durante las semanas que restan para final de curso ha puesto de total actualidad la falta de adaptación para soportar picos de frío y calor de la gran mayoría de centros educativos en los que estudian los niños y adolescentes de la provincia. El presidente del Colegio Oficial de Pedagogos y Psicopedagogos de la Comunidad Valenciana, Enrique Castillejo, aporta en esta entrevista su visión sobre las consecuencias que esto puede tener sobre la convivencia en las aulas y el rendimiento del alumnado. 

¿Puede afectar el calor en las aulas al rendimiento académico de los alumnos? 

Por supuesto, lo mismo que a todos. Si a nosotros nos ponen a trabajar en situaciones de 30 o 35 grados, dentro de una estancia, durante seis horas, nuestro rendimiento será bastante peor que si hay un ambiente confortable desde el punto de vista de la temperatura. Quien niegue la importancia del ambiente para el trabajo, está negando la mayor.

«En una situación poco confortable, hay más irritabilidad, se generan conflictos y hay más problemas de convivencia»

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De modo que a los más jóvenes les puede pasar factura. 

Para el estudiante, el estudiar en un aula es su trabajo. Por tanto, naturalmente que cuando se dan situaciones de no confortabilidad, puede llegar a incidir de manera notable en su rendimiento. Y que conste que hablamos de no confortabilidad, no de estar más o menos cómodos, sino de que haya un rango de situaciones en el cual el rendimiento no se vea afectado. Estar a cero grados intentado estudiar, a nadie se le pasa por la cabeza; pretender que los niños rindan a 28, 30 o 35 grados, que tranquilamente es lo que puede llegar a alcanzar un aula sin ventilación adecuada y sin refrigeración, es absurdo e inasumible.  

¿Qué otras consecuencias puede tener al margen del rendimiento en sí?

La conducta es otra de las cosas que se va a ver afectada. Cuanto menos confortable sea la situación en la que estamos, la irritabilidad va a ser mayor, como nos ocurre también a los adultos. Si yo tengo mucho calor, mucha hambre, mucha sed, mi comportamiento va a ser mucho más irritable, más inestable, que cuando el cuerpo está en una zona de confort. Por lo tanto, se generan más conflictos y más problemas de convivencia. 

Cerremos el círculo. El efecto imagino que también pasa factura al profesorado.

A los profesores, además de compartir esta falta de confortabilidad, también hay que sumarle el estrés que su trabajo conlleva. La docencia produce mucho estrés, porque se les exige una rectitud tan extrema en su conducta y están sometidos a tanta presión, que su salud mental se va mermando a lo largo del curso. Y ahora llega la recta final y a todo lo que ya venía siendo duro, se suman unas condiciones de calor que serían inasumibles, por ejemplo, en un trabajo de despacho u oficina. Y con todo, no se quejan o se quejan relativamente poco. 

«Los profesores están sometidos a mucho estrés y las condiciones de calor empeoran su situación, unas condiciones que serían inasumibles en cualquier otro oficio de despacho u oficina»

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¿Qué cree que es lo que deberían hacer?

Bueno, primero hay que pensar que estamos pidiendo un importante ejercicio de contención a unos seres que, precisamente, van al colegio porque tienen que madurar y madurar bien. Sin embargo, les pedimos que soporten lo que, seguramente, nosotros no aguantaríamos. Si yo voy a un restaurante donde hace mucho calor o no me encuentro bien, me levanto y me voy. Si en un trabajo se estropea el aire o no nos ponen los medios adecuados, seguramente muchos estaríamos montando una manifestación. Y, sin embargo, los estudiantes y los profesores tienen que aguantar cada día cinco o seis horas en unas aulas que no están climatizadas adecuadamente, tienen mobiliario obsoleto, etcétera, etcétera. 

¿Qué otras carencias destacaría en cuanto a la configuración de los centros educativos y cómo pueden acabar condicionando el aprendizaje?

Históricamente los centros educativos todos estaban ajardinados y tenían una distribución bastante más lógica. Pero en los años 80 y 90 se empezaron a construir colegios e institutos que son mastodontes de cemento y sin plantas, alegando que son caras de mantener. Esa es la realidad educativa de hoy en día: los niños juegan en patios que parecen más patios de prisiones que de centros escolares y lo mismo pasa con otras instalaciones. 

«Los patios donde juegan los niños parecen más patios de prisiones que escolares, porque el cemento es más barato de mantener que las plantas»

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¿Por qué piensa que es así?

Porque aún seguimos sin meternos en la cabeza que el centro escolar es el espacio donde más tiempo van a pasar nuestros niños, más tiempo que en su propia casa, y que por eso hay que redoblar esfuerzos en mejorar las condiciones de confortabilidad y habitabilidad. La educación no es solo aprobar exámenes con contenidos, es algo mucho más amplio: nuestros alumnos han de ser competentes para saber hacer cosas, para saber solucionar problemas que les van a surgir en la vida,... Es un conjunto de cosas que se adquieren, como también saber comportarse o vestir adecuadamente; una experiencia que va desde que ponen un pie en el centro educativo hasta que se marchan. Si no damos importancia al espacio donde va a suceder todo eso, estamos fallando. 

¿Y cuál debería ser la primera actuación por parte de la Conselleria para mejorar ese espacio?

Lo primero de todo debería ser cambiar el «chip» y no pensar que la educación es un gasto sino una inversión. Me explico: cuando el Estado hace un puente, decimos que es una inversión, pero para cualquier mejora que queremos introducir en un centro educativo, dicen que es un gasto. No, perdone, esto también es una inversión; quizás la mejor que usted pueda hacer. Y, a partir de ese cambio de forma de pensar, se ha de hacer un estudio exhaustivo de todas las necesidades de cada zona, porque muchas veces para construir o reformar un centro no hacen falta tantos millones de euros como pensar en lo que se puede hacer para crear las condiciones adecuadas para el trabajo del profesorado y del alumnado.