Ciudad y salud

Vista panorámica de Elche.

Vista panorámica de Elche. / Antonio Amorós

Tomás Martínez Boix

Tomás Martínez Boix

Resulta muy interesante el libro del biólogo Jared Diamond Armas, Gérmenes y Acero, en el que sitúa como causa del inicio de la civilización la aparición de ejércitos permanentes y la dominación de extensas masas de población. Y fue en el seno de esas sociedades profundamente desiguales donde aparecieron las primeras ciudades. A su vez, la concentración de población en urbes cerradas y amuralladas, conviviendo además con el ganado, dio lugar a la aparición de epidemias propiciadas por el salto de virus desde los animales hasta el hombre. Los propios virus se extendieron desde las ciudades a nuevos territorios conquistados, convirtiéndose en armas equivalentes al acero.

Pues bien, en estos tiempos de globalización ha sido una pandemia, producida de nuevo por un virus posiblemente animal, el que ha irrumpido de un modo disruptivo en el desarrollo de esa nueva sociedad universal que se está generando. Cada vez resulta más evidente que tenemos que reconsiderar determinados aspectos de nuestras vidas y de las instituciones que nos gobiernan. En este sentido, hoy quiero comenzar a reflexionar sobre nuestras ciudades preguntándome: ¿Cómo se adapta la forma urbana a las imposiciones de una nueva realidad donde la salud juega un papel esencial?

Digamos en primer lugar que el urbanismo moderno nació desde las reflexiones higienistas de algunos médicos del XIX que, junto a otros pensadores sociales, trataron de impedir la extensión de las epidemias que sistemáticamente asolaban las ciudades. El Ensanche de Barcelona fue una propuesta para generar una nueva ciudad que se alejara de las graves densidades y estrecheces del centro histórico. La condición primaria de estas nuevas viviendas era la ventilación cruzada a través de doble fachada, una a la calle y otra situada en un gran patio de manzana. Esa ventilación permitía una mejora higiénica considerable. Hay que manifestar que los pequeños ensanches como el de Elche carecen de lo esencial: la existencia de un patio de manzana que permita la ventilación cruzada en la vivienda. Y es que en realidad constituyen pequeñas manzanas densas que permiten una gran concentración demográfica pero cuya ventilación se produce a través de pequeños patios interiores de reducidas dimensiones.

Otra alternativa a la alta densidad de las grandes ciudades fue la llamada «Ciudad Jardín». Formulada por Ebenzer Howard, la propuesta recurría a descentralizar las metrópolis mediante pequeñas ciudades de baja densidad. Hace unos años tuve oportunidad de pasear por Letchworth, una de las primeras ciudades jardín ubicada en los alrededores de Londres, y me quedé impresionado por su inmensa calidad y mínimo envejecimiento. También es cierto que hoy se había «gentrificado» y se había transformado en un barrio de lujo de alto standing.

Las ciudades en el futuro deben ser suficientemente densas para permitir servicios públicos sostenibles pero deben quedar por debajo de concentraciones que impliquen riesgos sanitarios. Además de los problemas de densidades, habrá que realizar nuevas investigaciones sobre la existencia de una relación directa entre la contaminación del aire de las ciudades y la mortandad causada por enfermedades respiratorias o de otro tipo. Vivienda y lugar de trabajo deben repensarse para obtener un máximo de salubridad.

Es por tanto preciso que nuestras ciudades futuras deban ser pensadas para mejorar nuestra salud. Y para ello necesitaremos corregir ruidos y situaciones que alteren la salud mental, propiciar el caminar y la bicicleta contra la obesidad y las enfermedades cardiovasculares, reducir contaminaciones que provoquen enfermedades respiratorias y corregir mediante una amplia red verde el excesivo calor que produce la propia ciudad. En fin, modificar hábitos y diseños de tal manera que en los próximos años aparezca un nuevo modelo de ciudad mejorada desde la óptica de la salud.

Podemos concluir que el entorno urbano tiene un impacto directo sobre la salud de los habitantes de la ciudad. La Planificación Urbana, la Vivienda y la Movilidad son aspectos esenciales para mejorar nuestra calidad de vida. La ciudad debe ser pensada para que el caminar sea la movilidad más utilizada. De la ciudad del automóvil del Movimiento Moderno tenemos que pasar a la ciudad del caminante. Esto implica hacer trayectos agradables y considerar usos mediante criterios de proximidad. En segundo lugar me parece importante incrementar el arbolado y las zonas verdes en la ciudad. Espacios verdes de cercanías y a través de las Infraestructuras Verdes, posibilidad de enlazar caminando los centros de las ciudades con los paisajes más atractivos de la periferia. Por último, crear espacios de convivencia en los que la comunicación sea efectiva, estudiando tratamientos térmicos y acústicos efectivos para mejorar la sensación de bienestar.

En definitiva si el urbanismo y la ciudad contemporánea nacieron al amparo de los conceptos acuñados por los higienistas del siglo XIX en el siglo XXI tenemos que volver a repensar nuestras ciudades en términos de Salud Pública.