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La ilicitana Marina Pomares ha dirigido dos centros sanitarios y un paritorio en Rafah en pleno conflicto armado

Tiene 35 años, estudio en la UA y siempre le gustaron trabajar al límite. Coordina a sanitarios de Médicos sin Fronteras en zonas de enfermedad o riesgo como ya lo han sido Sierra Leona, Mexico, Sudán del Sur, Congo, Yemen, Chad y, ahora, Palestina.

Marina Pomares, Enfermera de Médicos Sin Fronteras

Marina Pomares, Enfermera de Médicos Sin Fronteras / Matías Segarra

M. Alarcón

M. Alarcón

Acaba de deshacer las maletas y no sabe cuál será su próximo destino. Ahora está de vacaciones intentando recuperar su vida. Se llama Marina Pomares. Nació en Elche hace 35 años, estudió Enfermería en la Universidad de Alicante y el último sello de su pasaporte pone Palestina.

Le pregunto cuáles han sido sus últimos trabajos para Médicos sin Fronteras por el mundo y se lo tiene que pensar. Viaja con poca ropa, duerme lo justo y ha aprendido entre conflicto bélico, enfermedades infecciosas y hambrunas a tejer un sólido muro de resistencia entre la vida y la muerte. Especialmente con las personas a la que ha conocido en viajes por el tercer mundo. Todos ellos de trabajo, ni un momento para el ocio porque no hay tiempo para turismo ni horarios fijos.

Demuestra ser una mujer celosa de su tiempo y de su vida. Resta importancia a su labor. A la sangre, las vísceras, las muertes, los amputados o las lágrimas. De todo habla sin denotar el menor temblor en su voz, ni siquiera al mencionar la palabra Ébola. No tiene tiempo para mirar atrás ni tampoco para lamentarse. Ser una enfermera a pie de guerra fue una decisión personal y es consecuente con ello.

Urgencias

Hace siete años dejó el servicio de Urgencias del Hospital General de Elche y ahora forma parte de la Unidad de Emergencias que se encarga de dar apoyo a todos los proyectos de la ONG, explica: «Cuando pasan cosas muy graves en un momento determinado yo formo parte de ese equipo». Es una coordinadora. Entró el 18 de enero en Palestina y salió cuatro semanas más tarde, el 13 de febrero. ¿Es cierto lo que hemos visto por las televisiones?, le preguntó. «Es peor». Le pido que me lo defina con una palabra y no la encuentra, «un horror, un caos, un hacinamiento de gente, 20 personas que viven en una casa, muchísima población desplazada sin poder estar... Es muy duro», y suena a sentencia.

Marina Pomares trabaja para Médicos Sin Fronteras

Marina Pomares trabaja para Médicos Sin Fronteras / Matías Segarra

"Te haces cauteloso, tienes que analizar dónde estás y tener los pies muy en tierra. Quieres ayudar a todo el mundo, pero tienes que ser muy realista. Saber cuáles son tus limitaciones y hasta dónde puedes llegar"

Responsable

Ha sido responsable de la coordinación de dos centros de salud y de un paritorio, de la labor de cerca de 70 personas, entre sanitarios locales e internacionales. Describe cómo se supera la falta de material con imaginación, «hay muchas necesidades, un desabastecimiento total. Te tienes que organizar para poder dar el mejor servicio que puedas. Nosotros hemos tenido la suerte de que específicamente no nos ha faltado material, lo teníamos allí. Al final te vas adaptando. Si no tienes un medicamento, utilizas otro. Eso no significa que ahora o el mes próximo lo vayamos a tener porque hay un control exhaustivo en la frontera».

Necesidad y priorizar

Asegura que en medio de Rafah no había más que un horario de trabajo y un refugio donde pasar la noche, sin salir de casa porque fuera te chocabas con la nada. «Claro que te toca (lo que estás viendo), pero eres una persona que se dedica a esto, que lleva tantos años trabajando en ello, lo que al final te hace más dura. Trabajas según la necesidad y priorizas la organización. Te levantas muy pronto y haces cosas hasta que cae la noche, llegas a casa y allí tienes que seguir haciendo cosas para que al día siguiente tengas más opciones».

Reparto de comida en Rafah, donde ha estado la enfermera ilicitana cuatro semanas

Reparto de comida en Rafah, donde ha estado la enfermera ilicitana cuatro semanas / EFE

Cuando regresó, subiendo al avión, dejando atrás una guerra, le embargó un sentimiento, dice, «de impotencia. Es lo que más tienes porque, aunque haya un alto el fuego, el conflicto deja secuelas que van a durar. Allí no hay nada que haya quedado en pie», ni edificios, ni personas. «Los problemas de salud mental de la gente serán muy importantes por lo que han tenido que vivir», augura.

Riesgo y miedo

No tiene la sensación de haber perdido el miedo al riesgo, «te haces cauteloso, tienes que analizar dónde estás y tener los pies muy en tierra. Quieres ayudar a todo el mundo, pero tienes que ser muy realista, saber cuáles son tus limitaciones y hasta dónde puedes llegar». Destaca el esfuerzo humanitario de muchas asociaciones internacionales, de personas anónimas como ella. Y recuerda dos encuentros que tuvo: uno, con la compañera a la que iba a sustituir; y el otro, con la que ahora le ha sustituido. Sus relevos. «Le explicas lo que se va a encontrar, qué tipo de situación tienen ante sí».

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PI STUDIO

En su caso han sido cuatro semanas de «cierta normalidad» dentro de un caos, donde ha visto a mujeres dar a luz y traer vida a un mundo donde la palabra bombardeo está presente a diario. «Dejaban el paritorio y estaban superpreocupadas de su bebé, no les importaba tanto el tener que volver a casas que comparten con otras veinte personas porque no hay otro sitio donde puedan estar».

La ciudad de Rafah, donde ha estado la cooperante ilicitana

La ciudad de Rafah, donde ha estado la cooperante ilicitana / EFE

¿Se hacen amigos en las guerras?, le inquerí. Marina asegura que apenas hay tiempo, «no hay un ambiente laboral, no interactúas casi. Aquí todo el mundo está a lo que está. Todo el mundo se apoya para poder ayudar al máximo de personas posible, son compañeros de trabajo. Allí vemos a muchos pacientes que podríamos estar viendo aquí (refiriéndose a España) porque, aparte de la guerra, tienen muchas enfermedades parecidas a las que nosotros sufrimos. Y sí, te sientes identificado con esos niños y esas mamás, con esas personas que viven bajo plásticos y todo eso es muy triste».

Médicos Sin Fronteras

Sabe que su regreso a casa es una forma de protección de Médicos Sin Fronteras para que se desenganche de la guerra. «Ahora voy a descansar y después me dirán a dónde voy a ir». ¿Volverás?, «No lo sé, ahora voy a descansar, pero no me importaría volver. Me gustaría volver (se reafirma), pero tampoco sabes qué te va a pasar, pero por supuestos que es un sitio para personas como yo, que me dedico a esto. Obviamente, sí que querría volver».