Hércules CF 0-1 VCF Mestalla

El Hércules sigue sin dar la talla contra sus iguales

Un despeje defectuoso de Roger Riera a cuatro minutos del final permite al Mestalla llevarse el triunfo del Rico Pérez en otro duelo directo que acaba mal para los alicantinos

Pedro Rojas

Pedro Rojas

Orgullo mutilado, sostenido a duras penas por dos chicos con hambre, los únicos que nunca se esconden, que siempre dan el máximo, que no se guardan nada. Pero con ellos solos no vale. Hace falta más empeño, más fuerza, más energía. El Hércules no se convence ni a sí mismo. Lo intenta, pero no cuela, adolece de mansedumbre, de exceso de resignación, de conformismo, tres condiciones que resultan incompatibles con el éxito.

Todos los enemigos no pueden darte miedo, hay que ser mejor que alguien alguna vez. De lo contrario, los nombres dorados en la camiseta serán solo letras, no te reconocerán el mérito, ni el actual ni el pretérito. Para ganar no vale solo con desearlo muy fuerte en la víspera, hay que remangarse y pelear, dejarse todo en el campo, da igual si te ponen a jugar de inicio o a diez minutos del final.

Lolo Escobar ha cambiado muchas cosas, pero esa no. Esa sigue ahí, latente, larvada, pesando en exceso, una tonelada, por eso cuando el delantero que entra de refresco recibe un balón al espacio que le deja solo delante del portero ni siquiera hace el gesto de rematar, se ve incapaz de ganar la posición al central que lleva 85 minutos corriendo sin parar.

El filial valencianista aprovechó el bajón físico experimentado por los alicantinos en la segunda parte a pesar de las sustituciones

El Hércules tiene un problema serio: su segunda unidad no existe, no delante de los «grandes», de los que ambicionan lo mismo que él. Octava derrota del curso, las mismas que en toda la campaña pasada, la más gris de los últimos dos lustros. La promoción sigue estando cerca, es verdad, solo a un punto, pero es una percepción ficticia porque la distancia real entre los blanquiazules y quienes de verdad aspiran a saltar de categoría es mucho mayor, muy evidente, tanto que asusta.

El capitán del Mestalla, Adri Gómez, le quita limpiamente la pelota a José Artiles en la banda.

El capitán del Mestalla, Adri Gómez, le quita limpiamente la pelota a José Artiles en la banda. / ALEX DOMINGUEZ

Las dos velocidades distintas a las que jugaron ayer Mestalla y Hércules no estaban justificadas de inicio. La mayor juventud de los visitantes (con cuatro juveniles en la convocatoria) debía de ser contrarrestada con una mejor ocupación de espacios, con posesión de pelota, con anticipación. No fue el caso. A los blanquiazules les costaba conectar tres pases y, como en citas precedentes, hacerle llegar el balón a los dos jugadores más determinantes, Alvarito y Jean Paul.

En vez de eso, el conjunto alicantino se conformaba con no verse muy expuesto en su lado de la cancha, sin proyección de los laterales, con Artiles perdiendo todos los duelos y con Míchel Herrero muy lejos de la acción ofensiva, invisible, imperceptible, lento. La apuesta vertical de Miguel Ángel Angulo, con sitio para correr, mantuvo silenciado el Rico Pérez veinte minutos, así que el estallido liberador de la protesta contra la propiedad en el 19:22 sirvió más como alivio emocional que como desahogo social, que también.

El juvenil Martín Tejón marca el tanto del triunfo valencianista diez minutos después de entrar en el partido

Coincidió la reivindicación masiva contra los gestores con la única intervención de Bernad en el arranque. El guardameta evitó un autogol propiciado por la internada en el área del extremo madrileño aprovechando un robo de Maxi, que no es César, pero soporta la comparación sin tener que ruborizarse.

Esquerdo y Gozálbez se bastaban para desajustar todas las marcas y cortarle la respiración al estadio. Fue así hasta que el Hércules trenzó su única jugada de ataque real, con fútbol. Alvarito robó la pelota, avanzó metros hasta dar con Toscano. El italiano condujo hasta el área, sólido, aguantando los envites sin ceder hasta que habilitó a Artiles en la derecha. El canario centró y Jeal Paul surgió donde la mayoría de nueves que ha tenido esta entidad en la última década se han evaporado.

El francés estiró la pierna, conectó el remate y, cuando el gol ya se celebraba, Bernad aireó una mano milagrosa y envió el cuero por la línea de fondo, junto al palo. Fue la más clara, la más trabajada, la más agresiva. No hubo otras. Todo lo que generó el equipo de Escobar en los siguientes 55 minutos fue aislado, casual, impropio de un aspirante al ascenso que ejerce como local.

Michel no puede controlar el balón presionado por Esquerdo, que le cierra el paso.

Michel no puede controlar el balón presionado por Esquerdo, que le cierra el paso. / ALEX DOMINGUEZ

El filial valencianista, en cambio, envió dos balones a los postes, pisó área, encontró la espalda de los laterales blanquiazules, de los centrales, se apoyó en su delantero con regularidad, Alberto Marí, y, lo más importante, no decayó en su ímpetu por llevarse los tres puntos. El Hércules sí.

Cuando el entrenador blanquiazul buscó revitalizar a su equipo inyectándole energía no halló respuesta, solo Eimil estuvo a la altura, pero no en defensa. Las rotaciones, lejos de mejorar el empuje, lo debilitaron hasta que, a seis minutos de la conclusión, una colada por banda, otra, acabó con un centro al intestino del área local. Riera no acertó a despejar bien y dejó la pelota servida para que Martín Tejón, que había jugado un partido la tarde antes, más rápido que todos los demás a su alrededor, anotara el tanto de la victoria.

Jean Paul dispuso de la ocasión más clara de todo el partido, pero el guardameta Bernad lo impidió con gran acierto

En Zaragoza, frente a un club de barrio, en un campo casi simulado, delante de una mayoría de jugadores con salarios rozando el mínimo, al Hércules le valió con una única jugada para llevarse los tres puntos.

Ayer, contra el talento emergente del Valencia y sus ganas de comerse el mundo, los alicantinos volvieron a darse de bruces con una realidad asquerosamente cruda, la que envuelve a un aspirante que, otra temporada más, lo es más por nombre e inversión que por pegada, por eso sienta aún peor que un jugador que apenas suma le arroje a la cara al colegiado su propia frustración.

La impotencia no se cura ni se combate insultando al árbitro de turno, eso tan solo le hace daño a tus compañeros, a tu entrenador y pone sobre aviso a una grada harta de delirios de grandeza.