Con un monumental enfado por haber sido víctima de una traición informática de esas que pueden sacarte el corazón por la boca en un momento dado. Así les escribo esta última columna del año, tratando de sobreponerme a este contratiempo. Una tontería, fruto tal vez de la llamada ley de la atracción, pues precisamente yo había pensado poco antes que hacía mucho que el ordenador no me la jugaba.

Vaya añito 2016, se está despidiendo por la puerta grande. En esta semana la celosa muerte se ha llevado de un golpe a varios ídolos mundiales de masas, al grandísimo George Michael, a Carrie Fisher, más conocida como la Princesa Leia, y a la madre de ésta, Debbie Reynolds, esa muñequita de Cantando bajo la lluvia, que falleció a las pocas horas de conocerse la muerte de su hija. Así que no se pongan a tiro, por si acaso. George Michael fue una de esas raras avis que, además de un físico espectacular, tenía talento para componer y una clara voz timbrada reconocible para cantar. Recuerdo los primeros vídeos de Wham, que despertaban nuestras pupilas adolescentes con esos bailes provocativos no exentos de movimientos pélvicos. Mis amigas y yo nos quedábamos extasiadas.

Yo suelo aprovechar el fin de año para hacer balance. De todo, y además en plan contable, a decir verdad. De objetivos conseguidos, de dinero, de kilos, de cosas pendientes, de amigos a los que no conseguí tampoco ver este año, de viajes realizados y de viajes pendientes. Y me había propuesto, aunque supongo que es un imposible, ver en 2017 a varias de aquellas personas que están lejos y con las que no coincido con frecuencia. Personas a las que a veces desatendemos por presunta falta de tiempo, lo que es una gran excusa, y van pasando los meses y cuando queremos echar cuentas ni fuimos a visitar a ese tío abuelo mayor y ya es imposible hacerlo, y aquella amiga que se enfadó y no sabemos bien por qué está enferma y es posible que ya no podamos tener esa importante conversación pendiente. Y todo porque nos hemos creído que esto va a durar eternamente, pero el paso de un año a otro en el calendario ha de servir al menos como un toque de atención, como un recordatorio de que estamos de paso, más mayores cada año. Y esto, sin perjuicio de la merma de facultades, supongo que debería al menos valer para que nos dieran más igual las cosas poco importantes. Así que les deseo que tengan un muy feliz 2017 y, pensándolo bien, que le den al archivo informático perdido.