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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

El Volcànic

Los partidos que forman el Consell no logran aplacar sus disputas y en el peor momento de la pandemia han convertido el posible confinamiento en un arma arrojadiza

La vacuna destapa vergüenzas

Hace unos meses publiqué en estas páginas un artículo en el que preguntaba si el Botànic estaba muerto. Y luego otro en el que titulé que el Consell había enfermado de covid. Algunos consideraron exagerados aquellos textos. Pero lo cierto es que, a día de hoy y con la pandemia como excusa para todo, de aquel gobierno conformado y sostenido por distintos partidos de izquierda que coincidían sin embargo en un mismo proyecto para transformar la Comunidad Valenciana y sacarla del marasmo en que los escándalos de corrupción del PP la habían postrado, no queda ya ni el nombre. Ellos mismos -digo del PSOE, Compromís y Unidas Podemos- ya no le llaman Botànic. Ahora la gracieta -muy ocurrente y atinada, por cierto- es llamarle «el Volcànic».

No seré yo quien les contradiga. No hay día en que desde las sedes institucionales del Cap i Casal no emanen fumarolas, cada vez más cargadas de gas tóxico. Todo el mundo sabe que es el aviso de que la erupción del volcán está próxima, pero nadie parece dispuesto a hacer nada por evitarla.

Esta semana lo hemos vuelto a padecer. En medio de la que ya es la fase más aguda de la crisis sanitaria provocada por el covid, cada uno de los tres partidos que forman la coalición de gobierno ha salido públicamente a proponer soluciones distintas. De nada ha servido que se creara una comisión donde todas las medidas pudieran discutirse hasta consensuar una sola línea de actuación. No hay un Gobierno, sino tres partidos en campaña, que parecen haber convertido el debate sobre si hay que confinar de nuevo a la población en sus domicilios en una competición o, por mejor decir, en un menú a la carta: el presidente no quiere confinar, la vicepresidenta primera quiere confinar a medias y el vicepresidente segundo confinar del todo. Un espectáculo.

Desde las redes sociales que alimenta Compromís no hay día que no se acuse a Puig de tomar sus decisiones pensando en los grandes empresarios

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Volver a enclaustrar en sus casas a la población es una medida extrema, que conlleva gran sufrimiento. Por supuesto económico, pero también social y en términos de salud física y mental (sí: de salud; por desgracia no sólo existe el virus entre los males que aquejan a las personas). Es comprensible, por ello, que un gobernante como Puig, que tiene la obligación de sopesar los pros y los contras de una decisión tan grave, intente hasta el último momento encontrar otras vías de combatir la dificilísima coyuntura en la que estamos, con las tasas de contagio disparadas como no lo habían estado ni siquiera en la primera ola, antes de apretar el botón nuclear. Lo que no puede permitirse, en todo caso, es quedarse paralizado. Ni siquiera parecerlo.

También es lógico que otros dirigentes políticos -digo de Mónica Oltra y sus compañeros de Compromís, y de quien sea que mande ahora en Unidas Podemos- consideren que la situación es completamente insostenible y que las medidas de mayor dureza, por extremas que sean, no admiten más dilación. Hay algunas incongruencias en el discurso de ambos (Compromís ya votó una vez en contra de prorrogar el estado de alarma que ahora sería necesario ampliar para aplicar un nuevo confinamiento y Unidas Podemos reclama aquí lo que sus líderes nacionales no defienden en el Consejo de Ministros), pero en su favor está que son los sanitarios, como ayer recogía este periódico en su portada, los primeros que han empleado esa definición para el momento que atravesamos: insostenible. El primer confinamiento se dictó ante el riesgo de que los hospitales se vieran desbordados. Y ese riesgo es al menos tan real ahora como en marzo. Así que algo habrá que hacer. Y debatir todas las alternativas es su obligación.

La maquinaria socialista contraataca culpando a Oltra de moverse solo por intereses personales y de ser la mejor aliada de la derecha, en una espiral que no saben frenar

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Lo que no es de recibo es que ese posible confinamiento parezca, más que una medida a tomar si no queda más remedio, un arma arrojadiza entre los que todavía se dicen miembros de un mismo gobierno. Las redes sociales de Compromís alientan cada día la especie de que si Puig no pide el confinamiento es porque «trabaja» para la gran patronal. Desde la maquinaria socialista se contraataca conque Oltra sólo se mueve por intereses partidistas. ¿Cómo se puede pedir responsabilidad a los gobernados si los gobernantes muestran tamaña frivolidad? He dicho antes que lo que estamos, a ojos vista, es frente a unos partidos en campaña, y seguramente a algunos esa referencia les parecerá tan exagerada como en su día les sonaron los dos artículos a los que me referí al principio. Pero es que no es otra cosa la que estamos contemplando. La pandemia es el pretexto para marcar territorio: el PSOE buscando espacios nuevos para no depender de sus hoy aliados, Compromís peleando por hacerse notar a costa de lo que sea (incluso del propio pacto de gobierno si es preciso) por un indisimulado temor a caer en la irrelevancia, Unidas Podemos tratando de ser algo más que un mero caladero de votos sin orden ni concierto.

Todo es eso. La venganza de Compromís contra Puig por haber adelantado las últimas elecciones. El juego subterráneo del PSOE contra Oltra por considerarla la mejor aliada de la derecha en la estrategia de desgaste a la figura del president. El cainismo y la purga continua en la que vegeta Unidas Podemos, fiel heredera en eso del viejo adn del PCE y de Izquierda Unida. Todo es preparar los frentes, cavar trincheras, arrastrar al enfrentamiento a los sensatos o eliminarlos por pusilánimes. Es lenguaje bélico. Pero es el que ellos usan para referirse a sí mismos. Porque muchos dedican ya más tiempo a la lucha intestina que a la gestión de lo público.

Miren, si no, la irresponsabilidad suprema de Unidas Podemos, que ha convertido su propio nombre en un mal chiste abriendo una pelea por el poder en el peor de los momentos posibles para esas personas a las que decían que venían a defender. El golpe de mano que la coordinadora general, Pilar Lima, pretende dar en el grupo parlamentario para desbancar a la portavoz, Naiara Davó, prospere o no, ha roto ya la formación, puede acabar con sus diputados conformando un estrambótico grupo de no adscritos y amenaza además directamente la estabilidad del Consell, donde Lima pretende que sea destituido el vicepresidente Dalmau, algo a lo que Puig se niega en redondo por temor a perder a un moderado y recibir a cambio un radical.

Por si faltaba algo, Unidas Podemos se ha roto en el Parlamento autonómico y pone en peligro la estabilidad del Gobierno con los intentos de sustituir al vicepresidente Dalmau

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El problema de todo esto, obviamente, es que la gobernanza está lastrada. Este Consell está pidiendo a gritos una remodelación, porque hay consellers que no dan para más y otros que no sirven para una crisis como esta; y un nuevo pacto, aunque sea desde una desconfianza mutua que ya no va a poder resolverse, que le permita funcionar. Los parches, como la forzada reunión que mantuvieron Puig y Oltra hace apenas un mes, han demostrado no servir para nada. Como se veía venir, la pretendida tregua no alcanzó ni para comerse el turrón. Ayer mismo hubo otra muestra de cómo la situación entorpece una buena acción de gobierno: el presidente Puig se reunió por videoconferencia con la cúpula de la conselleria de Sanidad, pero los cargos públicos de ese departamento que pertenecen a Compromís no fueron convocados, a pesar de dirigir áreas fundamentales. Es la respuesta a que nada más reunirse a principios de semana la comisión de coordinación, Compromís se desmarcara con un comunicado en el que, sin previo aviso, se ponía de nuevo en cuestión la política contra la pandemia.

Casi todo cabe

El exconseller Manuel Alcaraz proponía recientemente pasar «de la épica del confinamiento a la épica de la vacunación». Dicho de otra forma, tomar las medidas que haya que tomar (incluso si es la del enclaustramiento, aunque esa por ahora sólo puede aprobarla Madrid) pero poner todo el foco del discurso en la recuperación, que pasa por una eficiente y masiva inmunización. Para eso haría falta, lógicamente, esa renovación de consellers y esa reformulación del pacto de gobierno, antes citada. Pero mucho me temo que no le harán caso, y que estaremos en la diatriba diaria de los unos contra los otros hasta que la tan mentada inmunización de rebaño llegue. No puede haber moción de censura en las Corts. Pero si esto sigue así, algo pasará tras el verano. ¿Cabe un gobierno en minoría del PSOE? Por locura que parezca, se diría que todos lo están procurando. Y desde luego cabe una disolución del Parlamento para ir de nuevo a elecciones en cuanto se vacune a una mayoría de la población. Sería irresponsable. Pero también puede que resulte inevitable.

Para no llegar a ese escenario, deberían ponerse de inmediato a la faena de taponar grietas y que no escape la lava abrasándolos a todos. Pero parecen haber decidido que es mejor dejar que estalle el Volcànic. Que los dioses no te concedan todo lo que deseas, advertían los clásicos. Alguien debería tuitearlo.

La vacuna destapa vergüenzas

El secretario de Organización del PSPV-PSOE, José Muñoz, ha demostrado una sorprendente falta de reflejos en el caso de los tres alcaldes de su partido -los de El Verger y Els Poblets, que encima son matrimonio, y el de Rafelbunyol, que además es el secretario de Juventudes Socialistas- que se han vacunado sin estar encuadrados en ninguno de los grupos de riesgo que en esta fase están siendo inmunizados. Los gestos en política tienen una fuerza formidable, y en situaciones como ésta aún más, así que no se entiende que desde el mismo momento en que se conocieron los hechos no se les abriera un expediente y se les reclamara la dimisión. El inmovilismo de Muñoz ha tenido como efecto colateral ver a un Ximo Puig demasiado timorato en la respuesta: si tres personas jóvenes que son alcaldes reciben la vacuna cuando no les toca hay poco que investigar en el caso. Ayer, los socialistas reaccionaron por fin, suspendiendo a los implicados de militancia. Con retraso, pero justo a tiempo de dejar en evidencia la doble moral del PP, que pidió el cese de esos alcaldes pero ayer mismo salió a defender al primer edil de La Nucía y diputado popular provincial, Bernabé Cano, que también se ha vacunado. Cano es médico, pero está en excedencia, y se puso la vacuna aunque no le tocaba y en la residencia de la Tercera Edad de su población. El PP también tiene que tomar medidas sobre él de la misma manera que ha exigido a los socialistas hacer. Y Compromís, mientras tanto, jugando a las amistades peligrosas. Qué hartazgo.

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