Opinión | Esperando a Godot

Mujercitas

Una imagen del 12 de agosto, cuando comenzaron las exhumaciones en el Cementerio Viejo. | INFORMACIÓN

Una imagen del 12 de agosto, cuando comenzaron las exhumaciones en el Cementerio Viejo. | INFORMACIÓN / DanielMcEvoy

Ciertos acontecimientos, que han tenido alguna repercusión en los medios de comunicación y en las redes sociales esta semana, me han traído a la mente, ya saben ustedes mi gusto por hilar historias que, en principio, no parecen tener relación, una novela de una autora norteamericana, llevada al cine en siete ocasiones (la última el año pasado); se trata de Little Women (Mujercitas), una novela para niños que la norteamericana Louisa May Alcott escribió en dos partes, en 1868 y 1869.

La novela tiene una fuerte carga autobiográfica, pues la autora vivió una infancia similar a la de las protagonistas, las hermanas Meg, Jo, Beth y Amy March. Las cuatro chicas vivían, junto a su madre, en una tranquila ciudad de Massachusetts, mientras su padre servía como capellán militar durante la Guerra de Secesión. La muerte del padre y las subsiguientes vicisitudes que las cinco mujeres tuvieron que atravesar para sobrevivir en un mundo dominado por los hombres, constituyen la línea argumental de la obra.

Ese hecho, unido a ciertos datos biográficos de la autora, ha llevado a plantearse a muchos críticos la cuestión de si la novela de Alcott es una historia feminista. Lo cierto es que Louisa May apoyó durante su vida muchas causas por los derechos de las mujeres y contra la esclavitud. Cuando, en 1880, se aprobó una ley en Massachusetts que permitía que las mujeres votaran (sólo sobre ciertas cuestiones limitadas), no sólo fue la primera que se inscribió para votar (en los EE. UU. hay que inscribirse para poder ejercer el sufragio activo), sino que convenció a otras muchas mujeres a seguir su ejemplo.

«Me parece un pobre argumento afirmar que las mujeres deben votar porque son buenas. Los hombres no votan por ser buenos; votan por su condición masculina, y las mujeres deberían votar no porque nosotras somos ángeles y los hombres son bestias, sino porque todos somos seres humanos y ciudadanos de esta nación». Estas fueron las palabras textuales que en cierta ocasión pronunció Louisa May Alcott, respecto al sufragio femenino, por lo que no les sorprenderá si les digo que mujeres como la propia Simone de Beauvoir han reconocido que la escritora norteamericana tuvo una gran influencia sobre ellas cuando eran niñas.

En la España de 2021, por el contrario, dos supuestos humoristas que trabajan en TV3, la cadena de televisión que pagamos todos los españoles para que nos insulten, vejen nuestras instituciones y socaven nuestro Estado de derecho, publicaban en sus redes sociales un vídeo en el que incluían referencias sexuales, de muy mal gusto, a la Reina de España y sus hijas. La Reina es una persona mayor de edad, con lo que el rechazo social que han recibido los dos energúmenos en cuestión puede que sea suficiente para hacerles reflexionar (aunque dudo que su capacidad de discernimiento se lo permita). Pero publicar injurias sexuales contra menores de edad es un delito en el que la Fiscalía puede y debe actuar de oficio. La suerte que tienen esos dos degenerados es que las menores insultadas sean quienes son y la Casa Real no quiera crear más polémica, pero si hubieran sido cualesquiera otras, esos bárbaros que no merecen llamarse personas estarían ya respondiendo ante la justicia.

Todo esto nos conduce a una reflexión sobre cuál es el modelo de mujer que nos gustaría para una sociedad totalmente igualitaria en derechos y deberes para todos los ciudadanos, para todos los seres humanos, como preconizaba Alcott; por un lado, tenemos el modelo de las ministras de extrema izquierda, Irene Montero y Ione Belarra (Yolanda Díaz me despista, yo creo que es como ellas, pero más lista y con mejor mercadotecnia). Irene Montero, gran defensora del feminismo, llegó a ministra por ser la señora de. Ione Belarra por ser amiga de la señora de. Me gustaría que me explicaran la diferencia entre este tipo de ascenso social y de igualdad real entre hombres y mujeres y el que existía en los tiempos más oscuros del franquismo. El otro modelo es el de dos «mujercitas» la Princesa Leonor y la Infanta Sofía; independientemente de lo que representan, y de que se esté o no de acuerdo con ello, son dos jóvenes formadas, educadas y que cumplen a la perfección con el papel institucional que se les ha asignado (aunque podrán ustedes argumentar, y yo tendría que darles la razón, que las hijas del Rey tienen un privilegio por cuna que otras mujeres no han tenido).

En Elche, esta semana también ha habido una polémica protagonizada, a su pesar, por una mujer. La cuestión ha estado centrada en la realización, durante más de dos meses, de unos trabajos de exhumación de cadáveres de la Guerra Civil en el Cementerio Viejo por una empresa que trabajaba sin la necesaria relación contractual previa con el Ayuntamiento. La edil explicó en rueda de prensa que «fue un error administrativo», error del que, por supuesto, ella no asume ninguna responsabilidad, que carga sobre los funcionarios. Mala gestión y mala jefa con sus funcionarios. Pero, lo más curioso es que en la rueda de prensa que dio para ofrecer estas pobres explicaciones, la tuvo que acompañar un concejal varón.

Al fin hemos conseguido la igualdad real en Elche, al menos entre los concejales: su incapacidad a la hora de gestionar y, sobre todo, de pronunciar el verbo dimitir.

Suscríbete para seguir leyendo