Tiene que llover

Un santo varón

Zaplana, durante la entrevista con 'Salvados'.

Zaplana, durante la entrevista con 'Salvados'.

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Un mes antes del 20 de noviembre del 75 fueron decretadas las guardias en la redacción. A las cuatro de la madrugada se producía el cambio de turno. Durante la interminable espera todo era muy edificante: timbas y jotabé a raudales dentro de una atmósfera saludable a más no poder compuesta a base de winstons y ducados. Para los meritorios supuso un máster impagable y de hecho apenas si veían un duro lo que les proporcionaba una cierta pista sobre el plan que aguardaba. Llegada la noche de autos el periódico fue de los primeros en salir a la calle de Norte a Sur y de Este a Oeste y a mi me pilló sudando la gota gorda, pero con cuarenta de fiebre entre las sábanas, y fue mi madre la que me dio la noticia unas cuatro horas después de anunciado el óbito junto a un vaso de leche caliente. «No se te vaya a enfriar, hijo» fueron las primeras palabras que oí tras producirse el episodio que habría de cambiar el rumbo de la historia.

   El imbécil este no hizo caso de las señales y, bañado en ríos de tinta y mares de galeradas, se encontró unos cuantos quinquenios más tarde al frente de una de las naves llamadas a vigilar la singladura de Zaplana. Pronto me percaté de que quien entraba por la puerta no era mi madre por lo que de algo calentito para entonar el cuerpo ni hablamos. Y hubo que ponerse las pilas puesto que para mantenerse a flote frente el contingente de descargas no quedaba otra. Y sin embargo no hace falta incidir en que estamos ante un santo varón porque ya se encarga él de repetirlo.

   Así lo pone de manifiesto en entrevistas supuestamente cargadas de espinas. No es nuevo. Siempre mimó a algunos de los que debían controlarlo quienes acababan viendo a un ilusionista sin ahondar en el truco. Dice no disponer de nada sino que se le debe «molt» por el paisaje de apliques emblemáticos que dejó aunque lo que los tribunales escruten sea el erial. Y aún habiendo estado entre barrotes sostiene que no es un truhán. Teniéndolo pendiente una buena temporada es cuando certificas que madre no hay más que una.