Llega Halloween

Postres para Halloween.

Postres para Halloween. / Shutterstock

Juan Giner Pastor

Juan Giner Pastor

¿Qué niño o adolescente sabe ahora algo del ceremonial civil que enmarcaba la festividad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos, los días 1 y 2 de noviembre respectivamente? ¿Está entre ellos de moda la degustación de dulces como los ‘huesos de santo’ y los ‘buñuelos de viento’? ¿Han visto alguna vez Don Juan Tenorio? El drama en verso de Zorrilla, que se representaba en multitud de teatros de toda España y que siempre emitía Televisión Española, con la intervención de actrices y actores de máxima popularidad. En Madrid, por ejemplo, había años en los que Don Juan Tenorio se escenificaba en varios teatros simultáneamente, incluso con el reclamo de contar con las escenografías que Dalí creó para tal obra, dando especial espectacularidad a las escenas del carnaval, con el que comienza la obra, y a los efectos “mortuorios”. Porque el motivo de que el drama de Zorrilla se interpretase en estas fechas es, precisamente, el protagonismo que tienen en él los difuntos.

Pero actualmente el consumismo y la globalización han eliminado lo que era característico aquí para extender una fiesta típicamente estadounidense por nuestro país y por todo el mundo, siguiendo los dictados imperiales de los norteamericanos. Comercios y establecimientos diversos llevan ya semanas preparando esta fecha, adornándose con telarañas, calabazas, murciélagos, esqueletos y decorados de color negro, morado, naranja y rojo. Se venden toda clase de artículos relacionados con tan tétrica parafernalia: copas en forma de calavera, platos decorados con esqueletos, que también se ofrecen para ambientar las casas, y hasta ropa interior femenina y masculina se puede comprar aderezada así, para ‘disfrutar’ esta lúgubre moda. Y todo, claro, fabricado en China como la mayoría de los artículos que ahora se distribuyen para las celebraciones festivas. Niños y mayores se disfrazan de fantasmas, vampiros, calaveras o demonios, porque han abrazado la costumbre de Halloween, que algunas películas ‘de miedo’ popularizaron, con sus corolarios del ‘truco’ o ‘trato’ enmarcando esa noche de brujas, derivada de la festividad céltica del “Samhain”, por la que se establece una conexión con los espíritus de los difuntos que entonces tenían autorización para caminar entre los vivos, dándosele a la gente la oportunidad de reunirse con sus antepasados muertos. Más tarde, los cristianos calificaron las celebraciones celtas como una práctica herética, demonizando sus creencias, pero cristianizando sus festejos. De este modo, el “Samhain” pasó a ser la festividad de Todos los Santos, de donde deriva el nombre inglés de Halloween (contracción de All Hallows' Evening, «Noche de Todos los Santos»). Y a mitad del siglo XIX, cuando los primeros inmigrantes irlandeses arribaron al continente americano, eran portadores tanto de las ancestrales costumbre celtas como de su reflejo cristianizado. Así, en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre las dos festividades se fusionaron combinando la visita a los cementerios con fiestas de disfraces de temática terrorífica para ahuyentar los malos espíritus. La noche de Halloween simboliza la puerta que separa el mundo de los vivos del de los difuntos, pues era la fecha elegida por los espíritus para salir en procesión. Y como para guiar a los difuntos en su marcha los pueblos de origen céltico ahuecaban nabos y los rellenaban de ascuas iluminándoles el camino de regreso al mundo de los vivos, cuando los irlandeses llegaron a América sustituyeron los nabos por calabazas. De ahí toda la simbología actual en torno a este vegetal durante la festividad de Halloween.

Desde luego, habrá que aceptar como irreversible el afianzamiento de costumbres en nada superiores a nuestra secular cultura, pero que, avaladas por una apología consumista de lo más espeluznante, nuestra juventud recibe con entusiasmo, pues la propaganda que las favorece tiene, también en esto, una fuerza arrolladoramente ‘monstruosa’.