La plaza y el palacio

Todos los santos

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo.

Manuel Alcaraz

Manuel Alcaraz

El otro día vi en la pantalla de televisión a un ser tétrico. No por su cara, que de eso tenemos lo que el Señor nos da, que bien es verdad que ya podría esmerarse más. Pero no era la cara: era el gesto, la mirada, qué sé yo. Di en pensar que era anuncio o reportaje sobre Halloween, pues estábamos en fechas. Mas no. Poniendo un poco de atención descubrí que era Feijóo. Hablaba del conflicto Hamás/Israel. Por la novedad –no creo que haga responsable a Sánchez del mismo-, presté atención. En cierto modo sí hacía a Sánchez culpable de algo relacionado con el asunto. Ni una palabra de compasión por los niños caídos y otras circunstancias que hagan remover su vertiente cristiano-demócrata. No. Él que está luengo tiempo de jefe de la oposición en plenitud, acusaba al Gobierno en funciones de no tensionar suficientemente a la sociedad española con los peligros de terrorismo derivados de esa matanza: el terror preventivo como patrimonio histórico de las derechas patrias. Me lo imaginé con una motosierra en la mano. Da el tono. Tristemente da el tono. Y tuve un pensamiento cínico: ¿qué más le dará?, si hubiera un atentado terrorista le echará la culpa a ETA. De eso tienen práctica. Otro día sale Aznar, generalito sin tropa allá entre Azores e Irak, y anuncia que, por supuesto, estamos al final de España. Así que, en fin, tengo que hacer auténticos esfuerzo para no deducir cualquier realidad para el análisis de mi rabia contenida, de la memoria que algunos aún tenemos. Para escribir sobre la amnistía, por ejemplo.

Todo es amnistía, diríase. Así, una horda de jefes de jueces con la fecha de caducidad tan pasada que deben vivir en un frigorífico, está dispuesta a saltarse su ley y el sentido constitucional profundo de sus funciones… para denunciar la posible quiebra de la Constitución. Porque todo vale contra esa amnistía. Todo vale porque esa amnistía casa mal, muy mal, con una idea de España. Leo la crítica a un libro reciente que explica cómo el fascismo español nació en Barcelona, en torno a la idea de domeñar a catalanes levantiscos y a obreros enconados en la idea de mejorar su vida. Allí se explica cómo el nacionalismo español vivía Catalunya como otra Cuba, una pieza del dominio colonial. Que eso luego cambiara tras tres años de guerra y 40 de dictadura, no significa que en el fondo de algún armario no quede, flotando como fantasma, el barrunto, la temerosa especie de que lo mejor que merecen los catalanes es un bombardeo de vez en cuando, como dijo un general progresista. Estas barbaridades, esta herencia salvaje, no perdona las quiebras del orden democrático promovidas por nacionalistas catalanes en trance de autoengaño, con la presión desmedida, el endulzado de sus finanzas y la tranquila y confiada quiebra de la cohesión de su propio pueblo: mejor banderas que gentes. Pero sí dificulta sobremanera cualquier conversación, siquiera sea para mantener la «conllevancia» famosa del filósofo por antonomasia.

Ese es el paisaje de la amnistía. Ya escribí en otro artículo que no se me pregunte por su constitucionalidad. Como no soy miembro conservador de CGPJ no alcanzo a tener luces para leer lo que no existe formalmente. La amnistía será o no será constitucional según lo que diga el texto y en lectura paralela a la Constitución. Esto es una perogrullada que algunos no están dispuestos a aceptar. La cosa acabará en el TC y la sentencia promete ser gloriosa. Ya veremos. La cuestión es si ese «ya veremos» puede ser dicho con confianza –moderada– o con miedo –furibundo–. Prefiero ser moderadamente confiado. Que es que ya está bien de sustos, dicterios, trepidar de la caballería del Apocalipsis por las llanuras castellanas hasta abrevar en la Carrera de San Jerónimo y gritar negaciones sin ofrecer la más mínima alternativa.

No me escandaliza que la amnistía se apruebe condicionada a unos votos. Las partes sabrán si merece la pena el trato. Y el soberano popular, en su momento, dirá si hubo truco, o no. Porque es que a lo mejor al ciudadano soberano no le gusta nada, pero nada, esto de la amnistía, tan extraño; pero, en cambio, puede agradecer sobremanera que los gritos cesen en Catalunya, que las fuerzas políticas encuentren vías de sensatez en lo cotidiano. Y que se deje de hablar de amnistía. ¿Para hablar de referéndum? Pues lo mismo sí. Los nacionalistas catalanes viven encerrados con un solo juguete, y eso causa estragos en cualquier inteligencia. Pero es que no sé si hasta en esa santa infancia no calará la idea de que ahora la derrota del independentismo estaría tan asegurada que mejor se dedican a gestionar Rodalies y Palau de la Música y dejan para otra generación las esencias. Que a eso tienen derecho –a no renunciar a sus convicciones esenciales–. Que es que el PSC sacó el doble de escaños en las últimas elecciones que la suma de ERC y Junts. ¿no quiere decir eso nada?

Puestas así las cosas va habiendo una suerte de coincidencia general entre los expertos en que la ley orgánica de amnistía será compleja y que la clave de la cuestión será la argumentación, esto es: la justificación que figure en la Exposición de Motivos. O sea: que la norma sería esencialmente constitucional si los jueces constitucionales se convencieran, al leer esos fundamentos, de que la ley orgánica es necesaria. Pero necesaria no arbitrariamente, sino en cuanto que indispensable para la realización de los valores y principios constitucionales que, supongo, serán entendidos extensivamente, en el sentido de que la norma armonice mejor la realidad política y jurídica con la fórmula democrática establecida en la Constitución. No es sencillo. Y tanto más cuando el propio TC ha negado el carácter normativo estricto a las Exposiciones de Motivos.

Por otra parte, por supuesto, la norma –como cualquier otra- gozará de presunción de constitucionalidad porque es obra de las Cortes Generales. Por lo tanto entrará en vigor cuando la propia ley disponga –lo más probable: el mismo día de su publicación o a los 20 días-. Que el Senado atrase su aprobación, según anuncia el PP antes de leerla, no deja de ser un trasnochado ejemplo de filibusterismo parlamentario y de deslealtad constitucional. En cualquier caso, puesta en marcha la ley orgánica de amnistía, una hipotética declaración de inconstitucionalidad debería anular retroactivamente sus efectos –en todo o en parte-: ahí sí habría un conflicto mayúsculo. Pero cada día tiene su afán.

Como se me ocurren argumentos para justificar la pertinencia de la norma –aunque no me guste la idea por muchas razones– confío en que nuestro Gobierno disponga también de ideas mucho más sabias y penetrantes que las que yo pueda ofrecer. Lo peor es el doctrinarismo de algunos, la frivolidad de otros, la prisa por disfrazar de esos argumentos jurídico-políticos lo que son meras ocurrencias de politicastro. Todos queremos ser santos. Todos habitamos el purgatorio. No falta mucho para la fiesta de los Santos Inocentes. Amén.