Y todo a plena luz

Concha Velasco.

Concha Velasco.

Francisco Esquivel

Francisco Esquivel

Hará quince años que sucedió. Sus hermanos ya habían puesto pies en polvorosa y ella iniciaba el despegue hacia un destino más distante aún. La acercamos al aeropuerto con un racimo de bultos rebosante disimulando el ánimo desvaído pese a que alguien cercano dejó caer la víspera «¡pero qué podíais esperar si vosotros también dejásteis vuestra tierra atrás». Ya. Es lo mismo, pero no es igual.

   Apuramos la visión de la última de los componentes que permanecía en el nido hasta que traspasó el control de seguridad, el rastro de su silueta se difuminó entre el gentío y dimos media vuelta intentado escabullirnos de nosotros mismos. Introdujimos la llave de contacto, cogimos la circunvalación sin soltarla para no entrar en la ciudad y mucho menos en casa, rodeamos todo lo posible el agobio que acechaba desde el centro mismo de una página por escribir y nos metimos en el cine que tanta compañía nos ha reportado desde el rayo de luz de Marisol hasta el «no te quieres enterar, ye ye, que te quiero de verdad» con el que Conchita Velasco nos metía la alegría en el cuerpo. Y, claro, la seductora sala en la que el revoltoso Totó de Cinema Paradiso encoló sus sueños no podía fallar. Lloramos, reímos y naturalmente salimos nuevos.

   Pese a la memoria infame, el nombre de la cinta, que permanece impreso, lo clava. Se trata de Como la vida misma, en la que interviene Binoche, con eso lo digo todo. Y es que tanto tiempo después me he topado con que estaban pasándola por ahí, no he querido privarme y se me han venido a la cabeza las secuencias de aquel sonado tour. La trama estalla en una librería cuando el protagonista se hace pasar por dependiente y, ante la búsqueda dispersa, despacha a Juliette una morterada de sugerencias. La otra brotó al compás de «La hora violeta» de Monserrat Roig mientras que la viajera que nos dejó tocados del ala ha hecho un recorrido vital de aquí te espero en el que sigue inmersa sin prisa por volver. Y que, al igual que tantas historias plenas, no necesita de verificador alguno.