Hoja de calendario

El PP y la provisionalidad del gobierno

Antonio Papell

Antonio Papell

Como es bien conocido, el 25 de mayo de 2018 el PSOE registraba en el congreso de los diputados una moción de censura contra el presidente Mariano Rajoy, poco después de que la Audiencia Nacional sentenciase que el Partido Popular se había beneficiado de un sistema de sobornos ilegales en una serie de contrataciones fraudulentas que habían dado lugar al caso Gürtel. Los tribunales habían confirmado por primera vez la existencia en el PP de una contabilidad y de una financiación estructural fraudulentas que se desarrollaron en paralelo con las oficiales desde el momento de la fundación del partido en 1989.

La moción de censura salió adelante con los votos en contra del PP, Ciudadanos, UPN y Foro Asturias. El resto de la cámara apoyó a Pedro Sánchez, quien obtuvo automáticamente la presidencia del gobierno por el procedimiento establecido en el artículo 114 CE. Pero el Partido Popular nunca pensó que aquel súbito viaje parlamentario pudiera dar lugar a una solución estable de gobierno, por lo que, dimitido Rajoy y elevado Pablo Casado a los altares de Génova, el Partido Popular, que desde el primer momento consideró ilegítimo el gobierno surgido de la moción, se dedicó a desgastar por todos los medios al Ejecutivo, como si el regreso al poder de la derecha fuera un designio ineluctable que estaba en la naturaleza de las cosas y que no tardaría en llegar, sin necesidad de mayores esfuerzos.

Pero aquellas previsiones no se confirmaron: Sánchez convocó elecciones en abril de 2019 y el PSOE obtuvo 123 diputados por 66 del PP. Ciudadanos —con 57 escaños—, en un error que le costó la supervivencia, se negó a formar con Sánchez un gobierno centrista, por lo que hubo que convocar nuevas elecciones en noviembre, de las que emanó una coalición progresista PSOE-Unidas Podemos que, junto a varias minorías más, mantuvo a Sánchez en el poder. El nerviosismo por tan dilatada oposición inestabilizó al PP y Pablo Casado fue defenestrado, llegando a la cúpula del PP el señor Núñez en abril de 2022.

Feijóo mantuvo sin embargo la tónica del PP: lo importante no era efectuar propuestas para seducir a la ciudadanía sino poner palos en las ruedas de Gobierno para que cayese cuanto antes. Desde entonces, la oposición ha atacado por tierra, mar y aire, con buenas y malas artes. Se ha llegado a recurrir reiteradamente a Bruselas para desacreditar internacionalmente el papel del gabinete español. Y en una última toma de posiciones,

tras la inesperada derrota en las elecciones del pasado 23 de julio, Feijóo ha sacado del armario a los parlamentarios más duros, hoscos y desabridos de su cuadra, Hernando y Álvarez de Toledo, para facilitar la tarea de demolición. Feijóo parece estar seguro de que el tinglado progresista no aguantará y de que, por tanto, Sánchez tendrá que convocar elecciones más pronto que tarde, por lo que la misión de la derecha ha de ser precipitar este derrumbe.

Ocioso es decir que no todo el mundo comparte esta visión melodramática de la actualidad. El engrudo que vincula a los partidos que apoyan a Sánchez es muy sólido, entre otras razones porque el primer objetivo de la izquierda de este país (y de la parte más democrática de la derecha) es evitar que la extrema derecha se haga con el poder en el Estado. En julio pasado, el rechazo a la posibilidad de que Abascal fuera vicepresidente del Gobierno fue el gran motor del progresismo, que finalmente se llevó el gato al agua.

Así las cosas, es más bien probable que la legislatura dure cuatro años. Y esta evidencia tendría que ser recogida por el PP para cambiar de táctica. Primero, porque es muy difícil para un partido limitar tanto tiempo su acción a la crítica improductiva, que no agrada al electorado. Segundo, porque la ciudadanía exige propuestas y aplaude las actitudes constructivas. Hoy por hoy, no es el PSOE el interesado en reunirse con el PP para concluir algunos pactos: hubiera debido ser el PP el más interesado en demostrar su sentido del Estado y su densidad intelectual. Todo el mundo sabe gritar, pero no todo el mundo es capaz de ponerse al frente de la sociedad democrática.

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