Enero pero mayo
Uno tiene sus manías para escribir, su forma un tanto personal de buscar eso que llaman inspiración, que en realidad no existe, pero algún nombre hemos de ponerle a ese momento en que sin saber muy bien cómo das con el tema y con la frase que necesitas para comenzar a arrimar palabras y construir la columna, la novela, el poema.
Mi manera habitual, si bien no la única, es mirar por la ventana. Tengo un balconcito que da al mar y en los días claros, esos días en los que el viento de poniente viste de azul el aguaje y parece que aleja el horizonte, de nítido que vuelve el aire, sin moverme de la silla distingo las cordilleras de África y me reconforto pensando en lo bien que termina Europa. Y ahí suele empezar todo.
Hoy también he mirado por la ventana y estaba la primavera llamándome a gritos. Es enero pero mayo. Afuera el termómetro marca veintidós grados. Día de playa, me digo y me maldigo (pero solo un poco) por esta esclavitud que tiene uno de la palabra, este estar atado a la columna.
Lo que siempre fue conversación de ascensor ahora es tema fijo por lo preocupante. Todos los días los periódicos y los informativos de la radio y la televisión dedican una parte importante de su espacio a hablar del tiempo. Está haciendo un calor insospechado para la época. Se baten a diario los récords de temperatura. El cambio climático es una realidad alarmante, ya no podemos seguir mirando para otra parte, porque ahora es la mano del desierto la que nos toca en el hombro y nos obligar a ver los pantanos vacíos, la tierra yerma.
Echamos de menos el invierno y el otoño. Se nos ha quedado el calendario en la sucesión de verano y primavera, días templados y secos que anuncian un futuro poco esperanzador. No tendremos agua, esta es la realidad, y no la tendremos en un plazo muy breve de tiempo. Semanas, dicen los expertos. Umbral dejó dicho que “el agua es una desaparición”. Y se ha cumplido.
Sigo mirando por la ventana. Parece que el viento ha virado a levante. Se ve en el color del mar, se le eriza de verde la piel levemente, pero es perceptible el cambio. Luego, a la tarde, con los afanes cumplidos, pasearé la orilla y me sumergiré en el agua, como hago desde niño. El mar es un vestido que me sienta bien, que me amansa el dolor, la incertidumbre. Entre el mar y yo hay más de un lazo. En estos días está la playa tranquila, como la luz del domingo. Olvido que es enero. Me sumerjo lentamente. Solo los pájaros desordenan el cielo.
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