«La Riá»

El tropezón

"...en la mañana del primero de esos días, al bajar del Palacio Episcopal para dirigirse al Convento de Capuchinos, para celebrar una misa, sufrió una caída sin mayores consecuencias, aunque no se especifica si resbaló o tropezó"

Palacio episcopal de Orihuela

Palacio episcopal de Orihuela / A. Galiano

Antonio Luis Galiano Pérez

Antonio Luis Galiano Pérez

En 1739, se definía como tropezón como que tropieza mucho, además de identificarlo también como tropiezo, y para aclararlo añadía, aquella frase «si a la rueda de mi ama son tropezones, y barrancos, por qué se quejan de sus vaivenes». Cada uno que piense e interprete dicha frase como quiera. Lo cierto es que en un sentido más general, cuando nos referimos a la acción de tropezar, echemos manos de aquel proverbio que dice: «el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra», sabiendo que tiene un significado más allá de lo puramente material y se interioriza en el mundo de las actitudes humanas que, en ocasiones, hacen que el ser humano deje a un lado al razonamiento y no distinga lo que la experiencia puede enseñarle para no repetir una conducta que le lleve a equivocarse en idéntica situación. Dicho así, volverá a tropezar en la misma piedra, cayendo en el error. Lo que para algunos contrarios suyos significaría un triunfo. Pero, es difícil el reconocer por parte del que yerra que puede darle el éxito a los demás. De esta forma, son pocos aquellos que sienten lo que Caralampio Ruiz «el Sabio» nos apuntaba en una de sus frases de «mundología caralampiana»: «me alegra equivocarme, porque, así triunfan los demás».

Hasta aquí, unas reflexiones sobre tropezones, tropiezos, trompicones, o resbalones, que nos llevan de la mano a un hecho acaecido el 19 de noviembre de 1913, teniendo como protagonista al obispo de Orihuela, Ramón Plaza y Blanco, que había entrado en la capital de la Diócesis cabalgando en una mula, tal como manda la tradición, el domingo 16 de dicho mes y año.

La circunstancia fue la siguiente: en la mañana del primero de esos días, al bajar del Palacio Episcopal para dirigirse al Convento de Capuchinos, para celebrar una misa, sufrió una caída sin mayores consecuencias, aunque no se especifica si resbaló o tropezó. Lo cierto es que desde que llegó a Orihuela, al margen de vivir toda la solemnidad y el entusiasmo de su entrada y algunos actos festivos celebrados por este motivo, en sucesivos días llevó a cabo una ajetreada agenda de visitas protocolarias como la que hacíamos referencia a los Capuchinos que, en esas fechas disfrutaban con la presencia del oriolano nacido en La Aparecida, fray Francisco Simón Ródenas, obispo de Equino y dimisionario de Santa Marta en Colombia. Primeramente, la visita fue a la Patrona de Orihuela, Ntra. Sra. de Monserrate en su Santuario, y en días sucesivos fue obsequiado con una velada literario-musical en el Seminario de la Purísima Concepción y Príncipe San Miguel; en el Colegio de Jesús María, y en el Colegio Santo Domingo, regido por la Compañía de Jesús, en el que fue agasajado con un almuerzo.

En esos días del mes de noviembre, Orihuela vivía las representaciones en el Teatro Circo de la Compañía de Villagomez, con la primera actriz, Teresa Molgosa, que el día 14 puso en escena fuera de abono la obra de José Zorrilla «Don Juan Tenorio» y al día siguiente el melodrama del francés Gastón Leroux «El misterio del cuarto amarillo», traducido por Gil Parrondo. Es curioso resaltar algunos de los anuncios que aparecían en la prensa oriolana de esas fechas, como los comercios de tejidos de la Calle Mayor de José Marín Garrigós, La Alhambra, Casa Rafael y Eleuterio García. Así como El Globo en Alfonso XIII y La Gran Vía, en Calderón de la Barca.

Por otro lado, la fábrica de gaseosas y cerveza «El Oriol», en la Calle San Agustín; el Hotel La Catalana en Alfonso XIII; los chocolates de Santoro Hermanos; la clínica de Ángel García Rogel y Eusebio Escolano Gozalvo en la Calle San Pascual, que ofrecían la vacunación contra la fiebre tifoidea. Y si se precisaba servicios funerarios, «La Última Verdad», de los hermanos Antonio y Manuel Moñino en la Calle San Juan.

Así se vivía en la Orihuela de 1913, en la que por esas fechas con motivo de la entrada del obispo Plaza, fue visitada por el diputado a Cortes por este Distrito, Manuel Ruiz Valarino, hijo del que fue ministro en varias ocasiones Trinitario Ruiz Capdepón.

La Excma. Corporación Municipal, el día 20 de noviembre estaba presidida por José Ferrer Lafuente como alcalde, y en esa fecha el nuevo obispo visitaba a dicha Corporación, para lo cual a las diez de la mañana se reunían los concejales: José María Franco, Antonio López, Augusto Pescador, Adolfo Wandosell, Antonio Iborra, Luis Ibáñez, José María Alonso, Manuel Ferris, Manuel Miravete, Juan Carrió Pastor y el secretario Matías Pescetto. A dicha hora llegó el obispo acompañado de su secretario particular Elías Abad Navarro, siendo recibido en la puerta de la Casa Consistorial por los miembros de la Comisión Permanente de Festividades.

En la antesala del Salón de Sesiones, fue cumplimentado por el alcalde y el resto de la Corporación bajo mazas. El alcalde cedió el sillón presidencial al prelado, pasando a continuación los concejales a besarle el anillo. Tras mostrar el obispo su agradecimiento y satisfacción por todas las atenciones que había recibido decía que «todos serán mirados y atendidos por él con el mismo interés, pues es su propósito prescindir del origen político de cada uno». A continuación, le contestó el alcalde diciendo: «que todos dejarán al entrar en Palacio sus ideas políticas y no tendrán más miras que las del respeto y cariño al Prelado».

El obispo Ramón Plaza y Blanco, a pesar de que un día cayó porque tropezó o resbaló al salir del Palacio Episcopal, entró con buen pie en Orihuela, lo que le hizo ganarse el aprecio de todos los oriolanos.